Leyendo a Platon

Siempre rechacé las traducciones literales, por lo difícil que resulta su lectura, especialmente cuando se trata de temas que requieren una especial atención, entre ellos los filosóficos, sin que esto quiera decir que sean los principales.
Tengo, en mis estanterías, una serie de libros, que yo califico de ilegibles, entre los cuales destaca una biografía de Carlos V, que Dios haya perdonado y tenga en la gloria, al traductor, claro, no al Emperador. Empezada a leer cien veces, otras cien fue dejada a un lado, sin ánimo para seguir leyéndola. Ese mismo destino, la estantería de ilegibles, creo que va a seguir otro libro que andamos leyendo ahora mi amigo Polidoro y yo, que nos está dando el verano, relativo –el libro, no el verano-, a nuestros admirados filósofos Sócrates y Platón. Tuve, años ha, unos Diálogos platónicos excelentes, lo que quiere decir fácilmente inteligibles para el común de los mortales, hasta para nosotros, pero ya conté que me los perdió mi nieta, que los requirió para un ejercicio y ¿que va a hacer un abuelo sino prestárselos, aun a riesgo –cierto- de perder lo prestado?

Andamos releyendo estos días, del Libro Séptimo, de La República, los números IV al XVIII, ambos inclusive, que hablan de la enseñanza que debe darse a quienes se piensa dedicar al cuidado del Estado, lo que viene a demostrar la gran preocupación que aquejaba a aquellos filósofos de entonces, la formación de los gobernantes, concediendo mayor importancia a la educación para conocer y aplicar la verdad, que a la educación para la ciudadanía, al revés de lo que ahora sucede. La verdad, ante todo la verdad, que la verdad nos hará libres. Habría que añadir “si la justicia no falla”, pero eso ya sería mucho pedir, ahora y en aquellos tiempos. Y si no, que se lo pregunten a Sócrates, a quien le fallaron los “heliastai”, los miembros del Tribunal Popular que le juzgó, que ya por algo, en otra ocasión –cuando el Senador Cleón, el Curtidor, quiso declarar la guerra a Esparta-, fueron conocidos como los “heliastas del trióbolo”, aludiendo a la compra de alguno de ellos, a quienes Cleón triplicó el sueldo diario de un óbolo, para lograr su voto favorable a la guerra.

Pero una cosa es la biografía personal de estos filósofos y otra la educación que pretendían aquellos filósofos que se impartiera a los llamados a gobernar, que es en lo que estábamos.

Es de destacar que lo primero que hacen estos filósofos es señalar los pasos para que el futuro gobernante pueda alcanzar la verdad, considerada el bien supremo. Por eso dice Sócrates a Glaucón –por pluma de Platón, claro-, que todos tenemos en el alma la facultad de aprender, que en ella existe un órgano destinado a ese aprendizaje, y que todo el secreto está en llevar ese órgano, y con él el alma entera, desde la vista de lo que nace, a la contemplación de lo que realmente es, hasta poder fijar la mirada en la esencia del ser mismo, que no puede ser otra cosa que el bien mismo, o sea la verdad.

Esto sólo puede conseguirse –dicen-, con el estudio de una serie de materias que hacen del hombre corriente un filósofo, en el sentido de hombre que ama y busca la verdad, y si esa formación integral le ha sido proporcionada por el Estado, obvio resulta que a éste deben revertir los beneficios de tan esmerada educación. Acude al símil de las abejas, en cuyas colmenas se “cría y educa” a una de ellas para ser reina de todas, mandato y destino éste que aquélla no puede eludir. Ello sería defraudar a la colmena entera, a todas las abejas obreras, que sacrificaron su vida en criar y educar a una larva anónima para ser su reina. El mando, el gobierno del Estado, debe aceptarse, pues, como un yugo inexcusable. Por eso excluye del gobierno del Estado a los carentes de esa formación filosófica y también a los que la adquirieron sin ayuda del Estado, por su propio esfuerzo, a los primeros por su ignorancia, y a los segundos por considerarlos libres, sin ataduras ni obligaciones con el Estado, al que nada deben.

Es curiosa la lista de materias que proponen como obligado objeto de estudio para los futuros gobernantes, aparte de exigirles acreditar previamente un cierto nivel de inteligencia natural, de facilidad para aprender, de tesón en el estudio, de fortaleza, de templanza, de grandeza de alma, de diligencia (que no haya en ellos “cojera de amor al trabajo”), y de memoria, sin la cual el estudio jamás será fructífero. Materias a estudiar, proponen ellos, que van desde los números y el cálculo, pasando por la geometría y la astronomía, también la música, la gimnasia, hasta llegar a la dialéctica, a la que conceden la mayor importancia, ciencia ésta del interrogar y del responder de una manera inteligente, necesaria para poder llegar con regularidad a descubrir la esencia de las cosas. Sólo con el dominio de la dialéctica, analizando fríamente la esencia de las cosas, indagando en ellas, en nosotros, y también en los demás, puede alcanzarse la verdad. Esa busca de la verdad, del bien, de la justicia, incluso hasta de la belleza, sin olvidar la utilidad, y su posterior aplicación en beneficio del Estado y de la comunidad entera, es lo que distingue al gobernante filósofo del gobernante que no lo es. Lo que se sostiene en este Diálogo, al defender el método dialéctico, es como un remoto anticipo de la posterior duda metódica cartesiana, también tendente ésta a buscar la verdad, pero por distintos caminos.

Es de destacar la importancia concedida al discernimiento de las cualidades personales de los candidatos –templanza, fortaleza, grandeza de alma y las demás virtudes-, para evitar gobernantes débiles e incapaces, propensos a acompañarse de amigos de iguales condiciones, para servirse de éstos a su antojo. En un gobierno no puede haber ni un solo gobernante que no cumpla los requisitos morales exigidos para quien vaya a encabezarlo.

Igualmente señalan y recomiendan que el gobierno no debe entregarse a los ancianos, negándose a creer lo que decía Solón, de que un anciano puede aprender muchas cosas, opinando –al contrario- que más fácil que gobernar, le resultaría al anciano correr, y cuidado que esto es difícil.

Al llegar a este punto del Diálogo platónico, José María –me dice Polidoro-, me viene a la memoria lo que se dice –siglos después-, en la Biblia (Libro de Job, 32, 9):

“No son los ancianos los sabios, / no siempre los viejos tienen el entendimiento”,

afirmación a la que me adhiero plenamente, quizá por eso mismo de la edad que alcanzamos y el convencimiento que nos embarga a ambos de nuestra ignorancia, que nos obliga –bendito sea Dios-, a seguir instruyéndonos día a día, lo que supone querer vivir, en suma.

Después de este inciso de Polidoro, seguimos leyendo. Apuestan –el binomio Sócrates/Platón-, por la cincuentena, como la edad ideal para un gobernante, aunque, eso sí, siempre que, devueltos antes a la “caverna” platónica los candidatos, es decir puestos en contacto con el pueblo llano, hayan hecho un aprendizaje, de no menos de quince años, obligados a “pasar por los empleos militares y por las demás funciones propias de su edad, a fin de que no cedan a nadie en experiencia”.

Es entonces, al llegar a los cincuenta años, si se han superado con éxito los últimos quince años de aprendizajes diversos, unido eso a haberse distinguido en el estudio, haber acreditado una recta conducta, y haber aprendido a contemplar el bien y servirse de él para gobernar, sin otro fin que servir el bien público, persuadidos que se trata menos de ocupar un puesto de honor que de cumplir un deber inexcusable, entonces es cuando podrán pasar a gobernar el Estado, que no es otra cosa que servir con sacrificio a la comunidad y procurar la felicidad de todos.

Al llegar a este punto de sus planteamientos didácticos, es cuando sorprende descubrir que eso del tan cacareado Ministerio de la Igualdad de estos tiempos, es copia del discurso platónico. Por algo dice Sócrates a Glaucón que, “no creas que haya hablado yo de hombres, que de mujeres también, siempre que hayan superado las mismas pruebas, pues en nuestro sistema de gobierno es preciso que ambos sexos sean igualmente tratados”. Después de esto, sorprende que algunos presuman de modernos por reconocer la igualdad de ambos sexos.

Con estas reglas socrático-platónicas, en una república perfecta, como la que proponen, sólo gobernarían –hombres o mujeres, indistintamente-, los verdaderamente ricos, pero aquellos que lo sean, no en oro, sino en saber y en virtud, únicas riquezas en que consiste la verdadera felicidad. No consideran esta sociedad que proponen, así gobernada y rectamente dirigida, como una vana quimera, aunque comprenden que su logro es difícil, pero posible, sobre todo cuando el gobierno lo encabecen “uno o muchos verdaderos filósofos”, que, despreciando los honores que dimanan del poder, pongan por encima de todo la necesidad e importancia de la Justicia, sometiendo al imperio de las leyes -y haciéndolas prevalecer-, la organización del Estado.

Y leyendo y discutiendo lo leído –usando del método dialéctico propugnado por estos filósofos de hace alrededor de dos mil quinientos años-, Polidoro y yo, damos por terminado nuestro paseo por las orillas del Tormes barcense, convencidos de que, en realidad, no hemos avanzado mucho en eso de lograr el perfeccionamiento del Estado, empezando por la elección de nuestros políticos, y tanto es así que Polidoro me dice:

No soy muy rezador, José María, aunque sí algo más que hace unos años, tal vez por razón de edad, no lo sé. Lo que sí te puedo decir es que todas las noches, antes de dormirme, rezo unas breves oraciones, las que me enseñaron en mi infancia, y –pidiendo por todos-, acabo diciendo “y también te pido, Señor, por los políticos todos, a los que, ya que no inteligencia, concédeles sentido común, independencia, honradez y amor a la justicia, que con eso nos conformamos”.

Pues no parece, Polidoro –le digo-, que tengas mucha influencia en las alturas. Pero tú sigue intentándolo, no te desanimes, que al pobre pedigüeño siempre le dan algo.

Si, José María –me responde-, algunas veces un cantazo. Esperemos que a mi no me lo den. Vámonos a comer, que mañana será otro día.
Fuente: http://www.esdiari.com/noticia_menorca.php?id=13329
El Barco de Ávila, 24 Agosto 2.008



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Una respuesta a "Leyendo a Platon"

  1. Quisiera saber… en la alegoría de la caverna quienes son los encadenados, las personas que pasan por detrás y sus sombras, y al que escapa hacia la luz y contempla toda la escena y que representa esa escena y si hay algun tipo de similitud entre el iluminado y por ej. un estudiante de filosofía actualmente

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