María de Alejandro

¿Cuántas veces hemos escuchado el nombre de María en nuestra cotidianeidad? No podría precisar el número de veces que lo he escuchado o mencionado. Es tan común en nuestra lengua que le hemos dado un sentido peyorativo en referencia a personas que reúnen características de un estatus social bajo.
María es un nombre femenino de origen Hebreo que significa la elegida, la amada por Dios. El nombre femenino más popular entre los cristianos por ser el mismo que portó la madre de Jesús. Sin duda su significado y lo que representa, ha sido causa de grandes controversias en la historia de la humanidad; en esta ocasión no profundizaré en estas cuestiones por no ser el objeto de mi escrito. Sin embargo quiero dejar patente mi gratitud y respeto absoluto ante aquella que aportó su ser en pro de nuestro rescate.

La María a la que me referiré ahora, ha sido una persona como cualquiera de nosotros, como se dice comúnmente, con defectos y virtudes, pero más allá de sus defectos he detectado en ella una virtud que espero le haya servido para alcanzar la trascendencia destinada a las personas de buena voluntad.

El padre de María fue un hombre de carácter fuerte, con tendencia a colérico, acostumbrado a mandar y a hacerse obedecer a como diera lugar, la disciplina desde su perspectiva debía conservarse ante todo, sus métodos de enseñanza pueden no haber sido los más apropiados, pero era lo única herramienta con la que el contaba para intentar hacer de sus allegados personas responsables y respetables. Pienso que el temperamento de su padre, y no solo de él, sino de toda la familia paterna, contribuyeron de alguna manera para dar forma a la fuerza de carácter de María.

De su madre conozco poco, ella murió joven según sé, apenas rebasados los cuarenta años, sin embargo, de acuerdo con información obtenida de personas que la conocieron y de otros hermanos de María, se trataba de una persona de carácter sencillo, acostumbrada a trabajar desde temprano para llevar en orden la casa, tolerante con los desplantes de carácter de su esposo, dispuesta al sacrificio a favor de los demás, sumisa, tal como debían de ser las damas de su época. La nobleza de carácter de su madre fue el complemento perfecto en la inmaterialidad de su manera de ser.

La ausencia de su madre obligó a que tuviera que suplir la figura materna para sus hermanos menores, ante lo cual, tuvo que hacer acopio de fuerzas para llevar sobre sí esta nueva carga, pero como sucede con la mayoría de estos casos, cada uno de los hermanos hubo de tomar su propio rumbo antes del tiempo debido.

María poseía una especial vocación para enseñar, y tuvo la oportunidad de desempeñarse como maestra de escuela primaria durante un corto tiempo, ya que en ese lapso el amor tocó a su puerta y se fue tras él en un viaje que duró por más de cincuenta años.

Sin embargo, esto no obstó para intentar orientar a otros sobre todo a sus consanguíneos; su manera de enseñar pocas veces comprendida por sus parientes tenía el signo característico de su ascendencia; ante la indisciplina no había tolerancia, si bien es cierto no había violencia, si existía una regla que no debía ser quebrantada y era pasada por alto, no se permitía la ausencia de un correctivo eficaz ante el incumplimiento de las tareas asignadas o la regla establecida.

Como ya señalé, muy pronto la vida le enseñó lo que significa la responsabilidad, y creoque, para cumplir con la misma, se requería de un temperamento fuerte capaz de imponerse por sobre cualquier pasión; en gran parte su temperamento contribuyó para que ella fuera desarrollando la parte de virtud que le ayudaría a mantenerse en la lucha.

Ya casada, María tuvo que entender que la vida es una facultad que no pertenece propiamente al ser humano, que la vida se manifiesta en nosotros y nuestro rededor solo por la facultad de la causa de las causas, que nosotros solo somos colaboradores en ese grandioso milagro de dar el ser; la lección una vez más fue dura, difícil de comprender, pero aceptada con la ayuda de su fortaleza y de su hasta ahora anónimo compañero de vida, Alejandro; ambos lograron establecer un sólido matrimonio, mismo que no surgió repentinamente sino se fue consolidando día con día, prueba por prueba.

Como reza el dicho popular “No se puede tener todo en la vida”, faltaba la prueba mayor para María, un día despertó y se dio cuenta que su cuerpo no estaba respondiendo como debía, sus células empezaron a comportarse de extraña manera, era una manifestación menor de algo que quedaba fuera de su voluntad ordenar. La disciplinada forma de vivir de ella, no era respetada por su propio cuerpo, ¿Qué pasa? ¿Por qué no puedo hacer que mi cuerpo obedezca a mi voluntad? ¡Amo la vida, amo lo que ella representa, amo lo que soy! ¿Acaso es mucho pedir? María debía encontrar respuesta a estas interrogantes pronto, no debía perder tiempo, entendió de forma rápida que requería de algo más que buena voluntad para hacer que su cuerpo recobrara la salud, comprendió que existen actos que dependen estrictamente de nuestra voluntad y otros que no están a nuestro alcance imperarlos.

María contaba con unos ángeles guardianes (así los llamaré para no violentar su identidad). Con la ayuda de estos ángeles encarnados pudo ella entablar su lucha, no hay nada de esotérico en esto, entendamos que en el lenguaje común cariñosamente llamamos así a aquellas personas que nos tienden la mano ante la dificultad, a sabiendas que propiamente dicho los seres humanos no tenemos categoría de ángeles.

Santo Tomás hace una descripción de la virtud de la Fortaleza que es en sí la cualidad más visible que descubrí en María. Dice Santo Tomás: “Mientras que las virtudes relacionadas con la templanza deben frenar las tendencias afectivas, las relacionadas con la fortaleza están destinadas a suscitar la perseverancia, a fin de no rehuir el mal o las dificultades inherentes a la conquista del bien”(1).

Solo los fuertes permanecen en la lucha, María no sabía lo fuerte que era hasta el momento en que tuvo que emprender su lucha por la vida, además de ello hemos de saber que solo aquellos que son perseverantes en la búsqueda del bien trascendente pueden lograr sacar adelante empresas tan complejas como un matrimonio de larga duración, o como se dice: “para siempre”, cosa que la ideología del mundo moderno nos ha hecho pensar que no tiene sentido.

El análisis que Santo Tomás hace de la fortaleza saca a la luz dos actos: sustinere y aggredi; “el primero consiste en afrontar la presencia del mal dominando el miedo; el segundo, en enfrentarse al mal, moderando la audacia. El primero, afrontar, se basa en la confianza en las propias fuerzas; el segundo, en la seguridad de la victoria”(2).

María poseía la virtud de la fortaleza porque comparándola con muchos de nosotros, me doy cuenta que fácilmente nos desanimamos cuando las cosas no van bien o de acuerdo a lo que hemos planeado, nos aterra el pensar que algo malo nos pueda suceder y mejor optamos por desistir de la lucha; no digo que María no sintiera miedo, pero supo sobreponerse a él y dejar en manos de la medicina su curación; tal situación no impedía que María planeara hacia el futuro, que mantuviera la esperanza de alcanzar la salud, o que se dedicara a hacer lo que a ella más le gustaba: cuidar su jardín, visitar a sus amigos y esperar la Navidad.

María disfrutaba de la compañía de personas exitosas, de personas que no se amedrentaran ante lo contingente de la vida, cuando descubría que la persona desarrollaba sus potencialidades y las enfocaba a mejorar sus condiciones de vida, su regocijo interior se reflejaba en el brillo de sus ojos; no toleraba la mediocridad en nadie; su carácter era una clara muestra de que lo que realmente se quiere se puede si dominas tus arrebatos y pones en acto tu voluntad.

La entereza es el acto principal de la fortaleza, puesto que, en opinión de Santo Tomás, requiere mayor fuerza interior. Objeto primario de la fortaleza es el miedo a la muerte en cualquier circunstancia(3). El que en el curso de un peligro grave “pierde la cabeza”, sucumbiendo a las pasiones del miedo o de la audacia, no está en condiciones de defenderse a sí mismo ni de defender a los demás. De ahí la importancia de dominar estos sentimientos. “La fortaleza es la virtud que permite a las personas obrar y comportarse moralmente bien, dominando el miedo y la audacia en situaciones de peligro y dificultad que, en ocasiones, representa una amenaza para la vida misma de las personas”(4).

Es un hecho indiscutible que una vez nacidos todos hemos de morir, pero la percepción de este inevitable suceso cobra otra dimensión cuando la cercanía de la muerte convive en nuestro cuerpo de una manera sensible, es decir, cuando se manifiesta en nosotros una enfermedad catalogada como grave, es allí cuando la vida cobra una importancia consciente, o mejor dicho, somos conscientes de la importancia que tiene poseer el ser, cosa que no sucede en nuestro intelecto en situaciones catalogadas como normales.

María y su familia enfrentaron esta situación dando clara muestra de fortaleza, luchar sin dejarse dominar por el miedo, luchar en la medida de las fuerzas y las posibilidades, luchar sin desesperar, como alguien dijo “Esta lucha es a muerte”, esa fue la lucha de María, una de las tantas luchas, una lucha que quedaba fuera de su voluntad, pero que había que enfrentar con voluntad; fueron más de veinte años de lucha desde la primera manifestación de la enfermedad hasta el momento en que el cuerpo de María, desgastado por todo el medicamento, intervenciones quirúrgicas e incursiones vía intravenosa, dejó de funcionar. No fue la voluntad la que le falló, fue la limitación de su ser material la que no pudo seguir adelante, así se fue de este mundo, luchando hasta el final.

“La razón formal por la que hay que estar dispuesto incluso al sacrificio de la propia vida es la defensa del bien moral, sobre todo de la justicia y de la paz” (5). La piedad como parte proporcional de la virtud de la justicia, la cual quedó manifiesta en aquellos más caros al corazón de María, contribuyó también a su la larga lucha; para ellos queda la satisfacción de haber contribuido con su esfuerzo a hacer que María mantuviera ante todo y hasta la muerte su dignidad de persona humana.

En este breve trazo literario, hemos dejado plasmado parte de lo que a través de su esfuerzo María Bethania, así bautizada, nos fue enseñando a lo largo de su vida, siendo ésta una manifestación más de la existencia de cualidades y facultades en el ser humano que se esconden bajo la contingencia del mismo, pero que observando detenidamente, nos muestran que podemos lograr grandes cosas, si tomamos conciencia de ellas y las ponemos en acción.

Más allá del temperamento de las personas, seencuentra un ser humano luchando por querer ser lo que cree que debe ser, bajemos pues de nuestra tribuna de jueces y demos a los demás la oportunidad de mostrarnos sus grandes cualidades, al igual que la tía Bethania, me las mostró a mí.

(1) Aquino T. S. Th., II-II, q. 123, a. 3
(2) Ibid .a 6
(3) Ibid a.5
(4) Ibid a.3
(5) Ibid a.12, ad 3, ad 5



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Una respuesta a "María de Alejandro"

  1. Gracias Hernán por compartirnos la reflexión sobre la importancia de las virtudes a través de sus vivencias en sus escritos… la mejor manera de enseñar los valores es a través del ejemplo, tal como lo hizo María de Alejandro…
    ¡Felicidades!

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