La dicotomía de las Ideas

La palabra idea, en el lenguaje cotidiano emplea variadas acepciones, de las cuales elegimos para abordar esta materia, la definición que mayor concordancia le guarda. La misma describe el concepto como puras representaciones de la mente o de la imaginación, y que a partir de los recuerdos de algo real ya visto o conocido, surgen como consecuencias del peculiar funcionamiento de la razón.
En la diversidad de la creación, nuestra mente encuentra la fuente inagotable de medios donde suscitar continuamente a las ideas. Sin embargo, en situaciones de normalidad, el ser humano invariablemente propende a acomodarse en la desobediencia y la desidia; y en tal ambiente de relajamiento, una extraordinaria proporción de ideas degeneran, o fluyen en ausencia de reflexiones.

Por ser entidades de naturaleza humana, las ideas reproducen literalmente en las creencias y los actos del hombre, tanto sus virtudes como sus defectos. Ellas dan lugar a los conceptos, los cuales son la base de cualquier conocimiento, científico o práctico. Las ideas constituyen el fin tradicional de la metafísica, basado en el Alma, el Mundo y Dios.

Desde la antigüedad, el tema de las ideas ha sido una preocupación objeto de estudio y atención para los pensadores de la época. Uno de los más reputados que más ahondó en este asunto fue el filósofo griego Platón, quien sin duda hizo su mayor aporte a través de la presentación de su conocida “Teoría Tradicional de las Ideas”.

La teoría tradicional de las ideas, representa el núcleo de la filosofía platónica, o más bien, el eje por medio del cual se sintetiza todo su pensamiento. En la citada obra, Platón contempla dos modos de realidades, paralelas e independientes, estrechamente relacionadas. A una le llama la realidad Sensible, y a la otra la realidad Inteligible.

Según afirma, la “Realidad Sensible” o visible está formada por lo que ordinariamente llamamos “Cosas”. Estas se caracterizan por ser material, corruptibles e imperfectas; por estar sometidas al constante cambio, a la movilidad, a la generación y a la destrucción. Otra cualidad que distingue la realidad Sensible es que se la conoce por medio de los sentidos, no pudiendo ser más que verdaderas copias de la realidad Inteligible. Pero además son poco confiables y solo son aptas de opinión.

A la “Realidad Inteligible” o inteligente, la denominó propiamente “Idea”. Esta tiene las propiedades de ser inmaterial, eterna, ingenerada e indestructible; siendo, por lo tanto ajena al cambio. El mundo inteligible personifica la autentica razón de Ser, la esencia de los objetos susceptibles de verdadero conocimiento, esencias que subsisten independientemente de que sean pensados o no, dotándolos de carácter trascendente.

Para Platón: Las cosas sensibles son contradictorias, cambiantes e imperfectas. Las ideas son idénticas, inmutables y perfectas. Por esto, las cosas sensibles y las ideas representan dos órdenes de ser, dos modos de ser totalmente diferentes. Las cosas sensibles tienen un ser intermedio que tiene de ser lo que tiene en la medida que copia o imita imperfectamente a las ideas, y entre el ser pleno y el no ser absoluto se intercala este mundo, el mundo del devenir, el mundo de la nada.

Una de las ingeniosas contribuciones que fue de vital importancia para el desarrollo de esta interesante asignatura, se concretizó en el histórico análisis de otro destacado sabio de origen griego. Nos referimos a Aristóteles, quien en su legendario tratado de Metafísica, señaló como uno de los obstáculos fundamentales para el sostenimiento de la Teoría de las Ideas, el hecho de que Platón separara de las ideas, las cosas sensibles. Aristóteles concibe lo inteligible y lo sensible como características propias de la idea…

Hasta ahora, los argumentos estudiados conforman el sencillo extracto de algunos materiales afines consultados. No obstante, la pretensión nuestra de responder a viejas inquietudes con respecto a esta cuestión, nos plantean el serio reto de concluir esta ponencia; eso sí, integrando las citadas tesis de Platón y Aristóteles en nuestra humilde interpretación.

Con la finalidad de surcar por unos instantes los límites del fascinante universo del pensamiento, sugerimos el posterior ejercicio mental… Imaginemos a las ideas como pinos robustos que se yerguen majestuosos en los relieves de las altas montañas. Supongámoslas como árboles comunes estructuradas en dos partes extremas, la copa o zona visible que se opone a la raíz o sección oculta; y entre éstas, el tronco o centro de la figura etérea.

Precisamente, en la metáfora del párrafo anterior, la copa del árbol imaginario simboliza la porción superficial de una idea, o la realidad visible vinculada libremente a los sentidos. Aquí se levanta la sección de perversión donde se manifiestan las pasiones más degradantes, y los egoísmos más irracionales del ser humano. En esta atmósfera de continua contaminación, las ideas se desvirtúan gradualmente desencadenando los conflictos y los comportamientos de autodestrucción del hombre.

En la raíz de la planta figurada ubicamos la zona profunda u oculta de las ideas, el espacio donde se expresa el intelecto humano, y el fin de todo conocimiento. Es el paradero de sacrificios y perseverancia, donde a consecuencia de la incesante búsqueda de la felicidad y la perfección, la verdad y la misma esencia divina se revelan plenamente. Justamente, es allí donde el ser humano trasciende.

Y entre lo superficial y lo profundo de la imagen supuesta sutilmente se perfila, como el puente que facilita la dinámica de los procesos evolutivos o degenerativos, la dimensión intermedia, el espacio de transición y de equilibrio. En este tramo las ideas se cristalizan los principios morales, las normas y leyes, la justicia y la ética, la racionalidad y todo sentido común.

Platón, considera la filosofía como la única esfera donde el pensamiento se mueve con absoluta libertad, no sujeto a ningunas limitaciones. Y a la dialéctica como la técnica de moverse en el mundo de las ideas, determinando las relaciones entre unas y otras. La dialéctica es pues, el viaje desde el devenir hacia el ser, desde lo múltiple a la suprema unidad, desde las apariencias hacia la verdadera realidad hasta alcanzar algo absolutamente firme.

Efectivamente, solo en el ámbito invisible de las ideas los convencionalismos invierten su significado. Así, reflexionar para descender a las partes profundas de las ideas en busca de conocimiento, se entenderá como elevarse para trascender. Allí a diferencia de lo habitual, la escala baja registra los valores positivos. Donde lo oscuro es realmente lo diáfano, y la verdadera unidad compatibiliza con la pluralidad. De igual manera, derivar hacia las áreas superficiales adquiere el significado de descender o de degradarse.

En su mundo abstracto, las ideas se organizan en gradas, obedeciendo a categorías, o a niveles de evolución que determinan el lugar que le corresponde según las relaciones que tienen con las otras. Esta organización culmina con la idea Suprema, o la idea del Bien, de la cual depende todo lo demás, siendo ella absolutamente independiente de todo.

La permanente combinación de las intrínsecas contradicciones del hombre con las complejas circunstancias que condicionan su existencia, crean el coctel de realidades sociales que dificultan el conocimiento de la idea Suprema, y aún más, el propósito de alcanzarla. A pesar de los pesares el Bien es realizable y en este mundo debe encontrar la manera de materializarse, así como ya reina en el terreno de las ideas.

En definitiva, esta es la meta a la que tanto el individuo como la sociedad aspiran, y a la que todo conocimiento tiende. Y es también el sagrado e ineludible sentido de la ética y la política, el cual consiste en la disposición consciente entre el individuo y la sociedad en el razonable empeño de perseguir el modelo eterno del Bienestar.


Fuente: http://lanaciondominicana.com/ver_opinion.php?id_opinion=6810

9 de mayo de 2014



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2 respuestas a "La dicotomía de las Ideas"

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