La mercantilización de la persona

La condición humana y la tendencia actual de hacer del hombre un medio

1. Hablar de “mercantilización de la persona” apela a reflexionar en el sentido de una contradicción que, en conciencia, sentimos como inaceptable desde un punto de vista moral, aunque sea visible en la realidad que nos rodea: La persona humana que debería, siempre, como lo escribe Emmanuel Kant, ser vista y considerada, en sí, como un “fin”, y en ningún caso como un “medio”, está, al contrario, reducida a un bien de consumo .


Por supuesto, es posible señalar que esto puede acontecer en toda época y en cualquier lugar. Pero el hecho de que hoy día sea necesario debatir ello como de un fenómeno invasor de nuestra cultura, demuestra que no sólo esta posibilidad interpela al individuo a nivel de su responsabilidad, sino que, también, está ligada a elementos objetivos que caracterizan “el espíritu de la época”. Por lo tanto, conviene descifrar su sentido y sus formas en el contexto específico de la época actual y del tipo de experiencia humana que nutre.
2. Si bien no hay duda alguna de que la mundialización constituye el desafío de nuestra época, es también manifiesto que allí se trata de una apuesta que nunca, hasta el momento, revistiera un carácter tan radical en tanto se aproxima a las ” raíces ” de la identidad humana.

En efecto, se crea un espacio en el cual, por primera vez y de manera irreversible, las diferentes identidades a través de las cuales se expresa la experiencia humana están en condiciones de verse y de comunicar recíprocamente. Aquí se trata de una evolución cuyo impacto antropológico es extremadamente profundo.

Esto es debido, y en gran parte posible, por dos datos objetivos: los resultados tecnológicos aportados por la investigación científica, y la mundialización del mercado y de la producción invasora de la economía.

La comunicación a escala planetaria, en tanto espacio de gestión de la existencia en el marco de una reciprocidad ideal de las relacionales propuestas a los individuos, a las instituciones sociales y a las tradiciones culturales y religiosas, está de este modo principalmente sostenida y reglamentada por la red de los medios y por las fuerzas económicas.

Esto provoca dos efectos: la amenaza a las exigencias antropológicas tradicionales que arriesgan no poder aportar sentido y acompañamiento sino con retraso, incluso ser excluidas, a una evolución cuyo ritmo es tal que escapa a su control; y el peligro de desviación ideológica según la cual los procesos inmanentes a una lógica económica y científico-tecnológica dada constituyen, en forma exclusiva, el sentido de la mundialización y, a fin de cuentas, su objetivo final.

El desafío planteado de este modo a la experiencia humana surge de la posibilidad objetiva de transformar lo que, en sí, es indispensable al desarrollo y a la evolución de la persona con un desconocimiento de los más totales de ésta, pues sometida a un proceso que, no sólo no obedece a ningún criterioético, sino que in fine hace pasar la eficacia y el resultado económico y tecnológico antes que el hombre.

Parafraseando a Francis Fukuyama, se asiste a una especie de “fin de la historia” en la medida en la cual lo que es esencial a la persona termina por subordinarla a sí misma. Y como lo escribe María Zambrano, la historia “no tendrá otra función que la de la revelación progresiva del hombre; si el hombre no fuera un ser oculto que debiera revelarse”.

3. Sin embargo intentemos tomar algo más de cerca los dos fenómenos que tienden, hoy día, a imponerse de manera indolora, eclipsando progresivamente, hasta anular, el valor fundamental de la persona en tanto santuario y promesa, frágil aunque inalienable, de una vida conteniendo en su corazón el “gusto de lo eterno”.

El primer fenómeno es el de una servidumbre de la persona a la técnica. El filósofo Umberto Galimberti* ha esbozado sobre este tema un cuadro realista y terrorífico. Observa que si bien Carlos Marx denunciara, en el momento en que el capitalismo se imponía en siglo XIX, la alienación del hombre por el trabajo y, en definitiva, por el producto de éste, el increíble desarrollo de la informática y del genio genético, hace hoy día posible la alienación del hombre por la máquina compleja que éste produjera.

Los que vieran el filme “Matrix” del género fantástico-científico, pudieron darse cuenta de este peligro bien real.

Este fenómeno corre parejo con otro que anuncia la progresión del primero a través de una nueva forma de existencia y de coexistencia humana: “La mercantilización de la persona”. No sólo se trata de denunciar el abyecto comercio de órganos que implican la manipulación y la supresión de vidas humanas en los países pobres en exclusivo beneficio de la “calidad de vida” de los países ricos; mercantilización de la vida significa, ante todo, un conjunto de conductas, de ideologías, estrategias económicas, opciones sociales y políticas por las cuales la vida (la del otro pero, en el fondo, la propia) pierde su estatuto de santuario que abriga el misterio del ser para convertirse en un objeto mercantilizado por el frenesí de poseer.

4. De allí la urgencia de una nueva reflexión sobre el misterio de la persona humana y de las formas simbólicas a través de las cuales ese misterio puede, en la actualidad, transformarse en una experiencia compartida y permitir evitar que las tomas de posición ideológicas influidas, incluso determinadas, por la sutil e insinuante lógica expresada anteriormente, no dicten la solución a los problemas éticos y sociales, según un enfoque que, a fin de cuentas, no es sino anti-humano.

Para intentar alcanzar ese objetivo en forma pertinente y eficaz, conviene sin embargo tratar de saber si es suficiente reiterar la propuesta del imperativo kantiano del respeto absoluto de la dignidad de cada persona en tanto fin y en ningún caso como medio, o si no convendría más bien franquear un paso, es decir hacer aparecer la dinámica del reconocimiento recíproco de dicha dignidad como espacio de realización de la persona que permita, en el fondo, experimentar el verdadero sentido de cada forma simbólica del ser y del actuar humano en el mundo.

La crisis de la modernidad puede acarrear con ella la desaparición de la percepción del carácter absoluto del imperativo kantiano y, de hecho, confiar a las leyes del mercado la gestión de la significación de lo que es el ser persona. Puede, no obstante, representar también la posibilidad de reconquista del misterio integral de la persona liberando el principio moral de su absolutidad de las connotaciones individualistas y abstractas, ya denunciadas por el pensamiento post-kantiano, y permitir y revelar sus intrínsecas dimensiones concretas y de relación al otro.

5. En efecto, contrariamente a las manifestaciones socio-culturales descritas anteriormente, el deseo y el instinto antropológico de ver al otro y de ser visto por el otro tal como se es, persona única y entera, bajo toda forma y en toda situación de existencia, son experimentados con fuerza por el hombre actual, sin que por eso estén desprovistas de ambigüedad, de desviaciones y de frustraciones. Prueba de esto es la afirmación de la sensibilidad a los derechos humanos, el rechazo de la guerra y la búsqueda de la paz por todos los medios posibles, el respeto y la acogida de quienes son de cultura y de tradición diferentes, la corriente ecológica, etc., que son la expresión, más o menos consciente, de la exigencia de una visión integral y relacional de la persona que toma en cuenta el conjunto de su ser en el desorden rico y complejo de las relaciones vividas en el hábitat de la naturaleza y de la ciudad.

La vida humana conservada, cultivada y debidamente tratada a fin de alimentar un tipo de realidad superior que, en los hechos, es antológicamente inferior ala relación máquina/hombre, pero al cual el hombre, renunciando a sí mismo, termina por delegar la gestión y el objetivo final de su propia vida y de su mundo.

El simple, y por lo tanto fundamental, redescubrimiento del sentido antropológico del amor resulta, de este modo, crucial ; es decir, concretamente, el redescubrimiento de lo que es amar y ser amado a través de una comunicación activa, creadora y abierta de lo que se es y de lo que se tiene. El amor se interesa a la dimensión en positivo del “quien es” del otro, al misterio de su ser, y de este modo expresa y transmite la fuerza de vivir, aporta sentido a la existencia, transforma el no-sentido del sufrimiento y la fatiga del sacrificio en alegría de ser y de vivir con y para el otro, ayuda a redescubrir la diferencia entre lo que justifica el fin y lo que justifica el medio, así como a hacer resaltar el valor objetivo, y bien subordinado a la persona, de los bienes naturales y culturales.

La fórmula kantiana debe fundirse en una fórmula más completa como la que puede encontrarse por ejemplo en Vaticano II: “El hombre, única criatura en la tierra que Dios ha querido por ella misma, sólo puede encontrarse plenamente a través del don desinteresado de sí mismo” (Gaudium et spes, 24). Al final, esto reenvía al hecho que, en la visión cristiana de la realidad, el propio Dios no es una morada solitaria sino comunión de Personas que viven en el amor (cf. ibid.).

Esto permite ir más allá de una visión dicotómica que separa, más que para distinguirlos para unirlos, las dimensiones corporales y espirituales, individuales y relacionales de la existencia de la persona. Los bienes de los cuales vive la vida de la persona y que son destinatarios de sus acciones no son, jamás, únicamente bienes individuales sino siempre, también, bienes relacionales: es decir que toman sentido y valor a través de la relación y el encuentro con el otro. La persona no se realiza, en efecto, sin o contra el otro, sino con él. Los bienes más valiosos para lograr ser persona son precisamente los “bienes relacionales”. Son, ciertamente, bienes ” frágiles “, como lo escribiera Martha Nussbaum, pues en gran parte dependen del otro, de su libertad, de su reacción, de sus motivaciones, de sí acepta o no ” jugar “, pero es de esos bienes que depende en gran parte nuestra dicha.

6. No por eso basta con activar la experimentación del reconocimiento recíproco que permite a la persona re-encontrarse a sí misma, incluso si esto es, y permanece, indispensable. Al mismo tiempo conviene revelar con toda claridad los mecanismos ideológicos que falsean la comprensión y la gestión del desarrollo tecnológico y económico, y proponer formas simbólicas adecuadas a la identidad y a la total vocación de la persona. En otros términos, es necesaria una política cultural y educativa adecuada: ” El remedio, es la cultura “, según la fórmula del economista T. Scitovsky.

Me limitaré a un ejemplo. El retorno y el uso en la reflexión económica de una lógica relacional resulta crucial en la medida en que el paradigma individualista sobre la cual se construyera en la época moderna la ciencia económica, y sobre la cual aún ahora estábasada, se encuentra en situación de grave crisis.

Este paradigma señala a la vez su incapacidad a ser un modelo útil y eficaz contra los problemas de la pobreza y del hambre en el mundo, de la distribución desigual de las riquezas, y la evidente paradoja de la progresión de la ausencia de felicidad en los países con alto ingreso por habitante, donde estudios empíricos han demostrado que el aumento de las riquezas culmina con una disminución de la felicidad. Por una parte, la carrera a esos bienes que no nos hacen más dichosos, consume nuestra vida; por otra, consume nuestro mundo.

Si el hecho de poseer más ingresos para adquirir más bienes, no sólo penaliza a aquellos excluidos de este círculo “vicioso” sino, también, vuelve menos dichosos a los protagonistas, conviene entonces interrogarse sobre el sentido y la naturaleza de los bienes. Si la economía surgió con el objetivo de permitir la “riqueza de las naciones”, pero esta aporta no el bienestar sino el malestar, entonces la crisis no concierne sólo a los aspectos marginales, sino a la visión del hombre en la cual se basa la estructura epistemológica (Doctrina de los fundamentos y métodos del conocimiento científico) y la gestión práctica de la economía.

La fractura entre los bienes y las personas que los producen, los intercambian y los consumen es tal que lo valorizado no es la relación entre las personas que participan en el proceso de producción-intercambio-distribución de los objetos, sino los propios objetos, que terminan por adquirir un carácter absoluto, incluidos en ello las personas que son manipuladas con el fin de producir y consumir esos objetos. La pobreza puede definirse, por supuesto, por una carencia de bienes, pero también por una ausencia de relaciones que permitan la realización de la persona, es decir por el hecho de que lo que prevalece son las relaciones falseadas.

Otorgar un lugar central a la dignidad de la persona y a relaciones entre personas significa establecer las bases antropológicas de una revolución copernicana de la cultura, capaz de entrar en interacción con la mundialización de manera profética y constructiva, y de este modo hacer que desaparezca el peligro de la mercantilización de la vida humana.

7. Siempre me ha impactado la última página de la obra de Henri Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la religión, publicada en 1932. Bergson presintió allí, que aunque el increíble desarrollo técnico podía aportar extraordinarias posibilidades a la humanidad, también podía constituir un grave peligro. El filósofo proyectaba, pues, la necesidad de un suplemento de alma al servicio del hombre, instalando incluso una nueva vida a la enorme prótesis tecnológica que la humanidad va incorporando a su propio cuerpo. Bergson apelaba a lo místico, no como huida en el rechazo y el espiritualismo, sino como praxis dichosa, testimonio “de un Dios que ama a todos los hombres de un amor igual y que les pide amarse entre ellos”. Sólo es de esta manera, decía, como el mundo podrá devenir, no en una máquina monstruosa para devorar la vida, sino un lugar de gracia que dé nacimiento a la vida completa, a la vida que tiene el gusto de lo eterno.
Fuente: http://elperiodicodemexico.com/contenido_columnas.php?sec=Columnas-Cabalistico&id=803966

28 de agosto de 2015. MEXICO

* Extraído de:

CCIC Centro Católico Internacional de Cooperación con la UNESCO

París, Francia.

Sitio Web: http://www.ccic-unesco.org



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