Aristóteles y los gobiernos populares. Por David Malowany

Elementos de la Teoría Política,  pág. 27, explica que  el término democracia aparece por primera vez en Herodoto y significa,   poder (kratos) del pueblo ( demos).  El proceso que la vio nacer supuso la primera vez en la historia occidental en que se rompió el vínculo del gobierno con el poder divino. Dracón fue el primero en establecer la ley escrita, el derecho público sobre el derecho familiar que  se limitó a los asuntos penales. Su objetivo era ponerle fin a las disputas de los nobles que se resolvían por venganza. Las penas eran establecidas por un tribunal del estado, por lo cual la aristocracia perdió el poder de arbitrariedad judicial y debió atenerse a las leyes escritas.  Con Solón la justicia de la polis no solo se iba a encargar de los asesinatos sino también de otros asuntos tales como el matrimonio, las sucesiones, herencias, sacrificios o funerales.  Pisístrato  consiguió el poder en 545 a.c. Creó templos, santuarios, altares y teatros que sirvieron como herramienta de concientización política a los cuales podía ir toda la población.    Para evitar que se restaure el poder aristocrático, Clístenes condujo a una verdadera isonomia, depositando el poder en los ciudadanos. En las reformas de Pericles se  implementó el sorteo como forma de selección de los cargos, salvo los de estrategas, jefes militares y tesoreros. Esta es una de las bases del sistema ya que cualquiera podía acceder al poder, sea cual fuese su fortuna.

Para Sartori, pág. 32, la democracia griega tal y como era practicada en Atenas a lo largo del siglo IV a de J.C., encarna la máxima aproximación posible al significado literal del término:  el Demos ateniense tuvo entonces más kratos, más poder, que el que jamás haya tenido cualquier otro pueblo.

Para Aristóteles,   La Política, Capítulo V, la democracia es la forma corrompida del gobierno de muchos: y ello porque en  esta,  los pobres gobiernan en su propio interés ( en lugar de gobernar para el interés general).     En la mayoría de los estados democráticos los ciudadanos gobiernan y son gobernados a su vez, porque la idea del estado democrático lleva en sí la igualdad de naturaleza entre estos.

Las buenas formas de gobierno son aquellas en que una sola persona, unas cuantas o muchas, gobiernan con la vista puesta en el interés común. Son viciados los gobiernos que contemplan intereses particulares, ya sea una persona, varias o muchas las que rigen los destinos públicos.  Las perversiones de las formas de gobierno son tres.  La tiranía lo es de la monarquía, ya que no es ventajoso que un mismo hombre retenga en sus manos el supremo poder, sujeto como está a los varios accidentes de las pasiones humanas, que más justo sería confiarlo a las leyes.

La oligarquía es la perversión de la aristocracia y la demagogia de la democracia.  La tiranía es la monarquía que tiende al interés del monarca, la oligarquía se propone el de los adinerados y la demagogia el de los necesitados, mas ninguna de ellas considera el bien común.   Esta última es aquella forma de gobierno en que rigen los destinos del Estado los pobres, no los ricos. Ahora surge la primera dificultad, relativa a la distinción que se acaba de establecer, dice Aristóteles. Los ricos no son los que más abundan mientras que los pobres son numerosos. La diferencia real entre la democracia y la oligarquía será la pobreza y la riqueza. Cuando se gobierne a causa de la opulencia, fueren pocos o muchos, diremos que el gobierno es oligárquico, y cuando gobiernen los humildes afirmaremos que es democrático.  Lo cierto es que los ricos son menos que los pobres; porque los mimados por la fortuna no son los más, mientras la libertad es patrimonio de todos;  en eso se basan para apoyar sus pretensiones los oligarcas y los demócratas, respectivamente para el desempeño del gobierno, es decir la riqueza y la libertad. Hay peligro en concederles participación en el desempeño de las altas dignidades del Estado, porque su tontería les llevaría al error y su poca honorabilidad al crimen ( pág. 309), habiendo también cierto peligro en no concedérsela, porque la república en que quedara excluído de los cargos oficiales elevado número de menesterosos contendría necesariamente incontables enemigos en su seno. La única manera de conjurar ese peligro es conceder a la multitud participación en la deliberaciones públicas y en los juicios. Por eso Solón y otros legisladores, dice Aristóteles,  les otorgaron el poder de votar a los magistrados y fiscalizar su gestión, mas no el de ejercer esos cargos por sí mismos; porque cuando se reúnen desempeñan sus funciones bastante bien, y combinados con los que gozan de mayor inteligencia entre ellos prestan utilísimos servicios al Estado. Ni la elección de los magistrados, ni la fiscalización de su gestión, debiera confiarse a la multitud.

La base del estado democrático es la libertad ( pág. 332). Lo que la mayoría apruebe es definitivo y justo. Todos los ciudadanos son iguales en derechos. El hombre no debe ser gobernado por nadie, de ser posible. Ninguna magistratura debe ser vitalicia.

Afirmo, dice el filósofo,  que las buenas formas de gobierno son tres, y la mejor es aquélla en que gobiernan los mejores, y en las que hay un hombre, una familia, o varias personas que superan en virtud a las demás juntas.

Para Sartori, Aristóteles  clasificó a la democracia entre las formas malas de gobierno, y la  palabra democracia se convirtió durante dos mil años en una palabra negativa, derogatoria.  El populus de los romanos no era el demos de los griegos. Entre otras cosas, en la medida que el demos de Aristóteles y también el de Platón se identificaba con los pobres, en la misma medida que el demos no era el todo ( el conjunto de todos los ciudadanos), sino una parte del todo, mientras el populus de los romanos lo formaban todos. Mientras que el demos se acababa cuando terminaba la pequeña ciudad, el populus se podía ampliar tanto como se extendiera el espacio de la res pública.

Notas

David Malowany.   Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

Fuentehttps://diariojudio.com/opinion/aristoteles-y-los-gobiernos-populares/348956/

10 de diciembre de 2020.  MÉXICO



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