El origen del Fascismo, Unamuno, el Mal, la Escala F y la personalidad fascista (II). Por Alexis Vázques-Chávez

Unamuno, en apariencia fue un liberal de derecha moderada, ¿acaso fue un ingenuo o idealista en política? ¿Desconocía el instinto del poder con el cual actúa el animal político? Quien acorde a la oportunidad y su naturaleza, opera como zorro, león, serpiente o águila. Alegoría que remite a las Doctrinas del poder y la actuación en ocasiones cruel, del hombre en política, según Tucídides, Aristóteles, Maquiavelo, Nietzsche. Éste filósofo, mediante su concepción de “la voluntad de poder”, favorece la violencia de la “buena guerra que justifica toda causa” (“der gute Krieg ist es, der jede Sache heiligt”) [F. Nietzsche, “De la guerra y los guerreros”, Así hablaba Zaratustra, El perro y la rana, Venezuela 2012:49]. En referencia, anotó Dannhauser: “en varias formas, Nietzsche influyó sobre el fascismo. Acaso el fascismo abusara de las palabras de Nietzsche (…) Un hombre que aconseja a los hombres vivir peligrosamente, debe esperar que hombres peligrosos, como Mussolini, sigan su consejo; un hombre que enseña que una buena guerra justifica toda causa debe esperar que se abuse de su enseñanza” [Werner D., “Sobre Nietzsche”, Historia de la Filosofía Política, FCE, Madrid 1987:797.

En esa orientación asegura Nolte que Nietzsche no creó un fascismo superficial de temática sencilla como cierta ambigüedad juvenil. “Nietzsche no es el padre del fascismo en un sentido banal. Es el primero en expresar de un modo amplio aquel centro espiritual hacia el cual gravitan todos los fascismos: el ataque a la transcendencia práctica y teórica, pero con la voluntad de crear una configuración ‘más bella’ de la ‘vida’. Pues no se trató en Nietzsche de una arrogante animalidad en cuanto tal y tampoco para Hitler la destrucción fue un objetivo en sí misma. Su último objeto era una ‘cultura superior’ para el futuro (…) Nietzsche dio al antimarxismo del fascismo el modelo intelectual del cual ni el mismo Hitler logró estar a su altura (…) El pensamiento de Nietzsche no es la ideología de la burguesía, sino, por una parte, la protesta del mundo artístico [de vivir una existencia estética] frente a la evolución del mundo en conjunto, y por otra, la más aguda reacción del elemento feudal a la sociedad burguesa [Nietzsche fue partidario del Aristocratismo radical: el poder para los mejores]. Por ello ambas teorías pudieron vincularse estrechamente a fenómenos sociales básicos y sus movimientos, pudieron pues, hasta cierto grado expresar sus tendencias” [E. Nolte, El fascismo en su época, Península, Madrid 1967:505 y s.].

De tal forma, sostiene Sarah Kofman, Nietzsche trata un problema complejo que involucra el antisemitismo [Le mépris desjuifi. Nietzsche, lesjuifi, lantisémitisme, Galilée, París 1994]. En correlación Weber asevera, y no sólo en sentido figurado, que el político “hace un pacto con el diablo” pues procede con violencia en el ejercicio del poder [M. W., La política como profesión, Espasa-Calpe, Madrid 1992:150-161]. En todo caso la paridad de Unamuno con Nietzsche: ¿tal vez lo constituye “la voluntad de poder” en sus teorías del “hambre de inmortalidad” y el “eterno retorno”?; mas no el exceso trágico del influjo fascista. No obstante, “muchos de los temas unamunianos resuenan en los oídos de un lector de Nietzsche” [E. González Urbano, “Visión trágica de la filosofía: Unamuno y Nietzsche”, Anales del seminario de Metafísica, Universidad Complutense, Madrid 1986:13.

Diversas anécdotas y declaraciones de terceros se agregan a las versiones de la biografía de don Miguel, sin embargo, causan cierta sensación de doble sentido y una aureola de leyenda. Por tanto, al promediar los años treinta del siglo XX, Unamuno calificó a los desfiles falangistas como actos infantiles; luego testificó que esos “chicos” eran “verdugos” y “bestias”. También sembró la incertidumbre al criticar la II República, al presidente Azaña y a “los pactistas de San Sebastián”, además de otras actitudes suspicaces que propagaron la desconfianza en él. Junto a ello facilitó la especulación y la duda de los nacionalistas. Días antes de morir se arrepintió por respaldar al caudillo, pues, se desenmascara la verdadera realidad del cariz fascista de Franco. Al parecer la primera y única vez que lo llamó Dictador fue después del trece de diciembre en “Carta enviada a un destinatario desconocido”: “Me temo que bajo la dictadura de Franco lo que menos se permita sea la franqueza” (Archivo Privado Casa-Museo Unamuno, 78/3).

Al comienzo de la “Guerra Civil” Unamuno padeció la real magnitud del fascismo, ya que golpeó sus querencias: familia, amigos, conocidos y al pueblo. Atestiguó la terrible tragedia de desaparecidos, fusilamientos, masacres, asesinatos a mansalva, el genocidio, la aterradora fetidez de la sangre y la inerrable experiencia del miedo. No era la guerra vista desde lejos, sino la real en el ahora y su dantesco pandemónium. No la contienda idealizada en su imaginación cuando en 1913 escribió que la guerra contribuye a la evolución del hombre. “La guerra ha sido siempre el más completo factor de progreso, más aún que el comercio” [“Del sentimiento trágico de la vida”, Obras Selectas, Biblioteca Nueva, Madrid 1977:339].

¿Unamuno tendría o no afinidad con el fascismo? Deriva esta interrogante al pensar en el irracionalismo –en tanto sistema filosófico que él preconizo, apostado en la rama del irracionalismo metafísico, junto a Shopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Sartre y Camus—, el cual le proporciona el fundamento filosófico a los movimientos fascistas. El irracionalismo es objeto de estudio de pensadores con tendencias divergentes, por ejemplo: Lukács [en El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler (1954), Grijalbo, Barcelona 1972]. El título original se refiere a la destrucción de la razón (Die Zerstörung der Vernunft), por las filosofías irracionalistas.

Lukács responsabiliza a las “filosofías burguesas” e idealistas (desde Schelling hasta Spengler y Ernst Jünger, pasando por Schopenhauer, Kierkegaard, Dilthey y Nietzsche) de la existencia histórica de la barbarie totalitaria del Nazismo y el Fascismo. También explica que estas filosofías son el principio ideológico de los valores de la sociedad capitalista, llevando –tras destruir la razón— a la desvalorización del entendimiento, al relativismo moral, al escepticismo y a la exaltación de significaciones ilógicas que el totalitarismo nazi hizo suyos. Sugiere que el Fascismo consiste en una calle ciega del Irracionalismo, en que el Capitalismo se encuentra frente a un muro infranqueable que conduce a la nada, al nihilismo. Por consiguiente no evoluciona y su única salida consiste en la violencia, la guerra, el fascismo, contra la humanidad. Ya que el capitalismo carece de la razón dialéctica (que tiene el comunismo, agrega Lukács, con el método científico del Materialismo histórico dialéctico o marxismo) y tiende a mantenerse inmóvil, sin cambios estructurales ni humanistas.

En el caso de la Escuela de Francfort, los autores de “la teoría crítica”, recurren al análisis y a la evaluación de lo que ellos llamaron razón instrumental. Y de ese modo destacan la raíz irracional de los excesos totalitarios del nazismo y el fascismo. Fórmula que quizás sea adecuada, alegan, para examinar “las falsas democracias contemporáneas”; con sus abusos, miserias y contradicciones. No obstante, K. Popper dedica su ensayo (La sociedad abierta y sus enemigos, Paidos, Barcelona, Buenos Aires 1981) al estudio histórico y sistemático –con el examen del historicismo, fundamentado en las teorías de Hegel y Platón— de lo que califica “el problema intelectual más importante de nuestro tiempo”, es decir, el conflicto entre el racionalismo y el irracionalismo.

De esta suerte, el irracionalismo de las actitudes fascistas actuales que conducen a la violencia sicológica y física. Condicionada por los mezquinos intereses de las élites, medios de comunicación, redes sociales y la impunidad legal, como: la peniafobia o aversión a los pobres, la persecución y el exterminio de migrantes, desaparecidos, desplazados, limpieza étnica, chovinismo, terrorismo, genocidio, magnicidio, xenofobia, masacres, feminicidios, infanticidios, supremacía racial, racismo; y, por supuesto, articulado a los discursos, grupos y delitos de odio. Entre las demás acciones de amenaza a la paz y la libertad, la violación de los derechos humanos y el desacato del Derecho nacional e internacional por parte de los poderosos, fuerzas armadas, órganos represivos, grupos irregulares, operadores políticos, individuos y gobiernos de dudosa democracia; todos en el ejercicio del poder.

En cuanto a los Crímenes de odio como evidente manifestación del Fascismo, es de aclarar que en 1969 en EEUU los Delitos de odio fueron precisados con la aprobación de la “Ley Federal de Delitos de Odio”. La cual se aplica a la violencia causada por “la raza” (palabra anacrónica con sentido biológico no sociológico, usada para raza de perro o de ganado), el color de la piel, la religión y el origen étnico o nacional de las víctimas. Se reconocieron tales delitos a manera de resolución a los excesos de crueldad ocasionada por blancos conservadores de ultraderecha, quienes linchaban, apaleaban, asesinaban y atacaban con bombas a los afroestadounidenses, debido a la aceptación en 1964 de la “Ley de Derechos Civiles”. La expresión “crímenes de odio” o “hate crimes” apareció en 1985 en Estados Unidos y fue puesto en circulación por los medios de comunicación después de las investigaciones del Federal Bureau of Investigation (FBI), obligados por la infinidad de asesinatos a causa de prejuicios raciales, étnicos y nacionalista.

Al principio emplearon la frase “bias crime” o “crimen por prejuicio”, en la jurisprudencia estatal, y “hate crimes” –”crímenes de odio”— en las leyes federales. Luego se establece la voz “hate crimes” en lugar de “bias crime”, impuesto por los medios de comunicación y de igual manera lo asumió la legislación. Así la propuesta de “crimen de odio” fue aceptada a nivel internacional. Con todo, y pese al avance en la jurisprudencia sobre el tema, aún constituye letra muerta en vista de su constante violación por parte de individuos, grupos y el Estado [Wendy Kamine, “The Return of the Thought Police: ‘Hate crime’ legislation is an assault on civil liberties”, The Wall Street Journal, October 28, 2007; Esther Pineda, “Estados unidos y los crímenes de odio”, Iberoamérica Social, Revista-red de estudios sociales].

Por otra parte, Unamuno no ideó un postulado del fascismo que interprete su principio político, económico, cultural y filosófico, en otras palabras, del cruel, siniestro y múltiple riesgo latente en esa doctrina. En sus artículos sólo advirtió al lector de los hechos que le inquietaban y delineó un programa de la “fenomenología del fascismo” de Italia, relatando los hechos (fenómenos) con pinceladas de los síntomas externos del régimen que para él carecía de una ideología específica, ya que giraba en torno a Mussolini; un sujeto de la clase media que sin tener ninguna actividad política se transformó en el “il Duce” (el jefe).

Lo más significativo de esta inédita tendencia, en esa circunstancia histórica, constituía el culto a la violencia. Rendían homenaje a la simbología del Imperio romano, blandían puñales y reproducían el saludo imperial [R. Paris, Le origini del fascismo, Milano 1970]. Puesto que el fetichismo del poder y de la fuerza, desvía al hombre de su condición racional y emerge la bestia carente de la libertad del juicio, suprime al individuo y asoma la crueldad o la locura.

De tal modo el Rector ofendía a los dictadores comparándolos con animales. En principio creyó que el fascismo en España era una moda pasajera, venida de Italia [V. Peña Sánchez, Intelectuales y fascismo. La cultura italiana del “ventennio fascista” y su repercusión en España, Universidad de Granada, 1995.], imposible que echara raíces en la sociedad [J. Gracia, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, Anagrama, Barcelona 2004] y por demás aseguraba que no era una amenaza porque sólo resumía la excentricidad juvenil [E. Díaz García, Revisión de Unamuno. Análisis crítico de su pensamiento político, Tecnos, Madrid 1968.]. No obstante, los acontecimientos demostraron su equivocó [M. Pastor Martínez, Los orígenes del fascismo en España, Tucar, Madrid 1975].

El doce de octubre de 1936 modificó su opinión política cuando enfrentó en público, con peligro para su vida, al Teniente Coronel Millán Astray [C. Rojas, ¡Muera la inteligencia!, ¡Viva la muerte! Salamanca, 1936: Unamuno y Millán Astray frente a frente, Planeta, Barcelona 1995]. Luego es rechazado por la prensa, obligándolo al ostracismo [Ídem, “Unamuno y el alzamiento militar de 1936”, Sistema, Revista de ciencias sociales, Nº 75, noviembre de 1986:63-81; E. Salcedo, ob. cit.]. Entonces se evidenció que sus críticas al fascismo eran negativas. Afirmó que la dignidad y libertad de la persona concluyen con cualquier ideología totalitaria. Pese a su desdén hacia las dictaduras de Italia y España, algunos escritores pretendieron mostrarlo como un ideólogo del fascismo [los italianos G. Papini, C. Boselli, Curzio Malaparte, L. Giusso; y los españoles: R. Ledezma Ramos (Escritos políticos 1931. La Conquista del Estado, Madrid 1986); E. Giménez Caballero (Notas marruecas de un soldado, Madrid 1923)] en contraposición a su oriunda tendencia política de índole liberal [V. Ouimette, “Unamuno y el Eterno liberalismo español”, en Los intelectuales españoles y el naufragio del liberalismo (1923-1936), Pre-Textos, Valencia 1998.].

Durante los años de la Primera Guerra Mundial en Italia y a fines de los años veinte en España, se difundió un escrupuloso manejo de la filosofía de Unamuno con el trazado ideológico del Fascismo. El argumento que sugieren los autores de extrema derecha lo justifican por el manejo retórico del discurso y el lenguaje de inusitado estilo violento, además de su inclinación hacia el irracionalismo [P. Preston, Las derechas españolas en el siglo XX: autoritarismo, fascismo y golpismo, Sistema, Madrid 1986.]. Por otra parte el alcance de su filosofía quijotesca y/o el quijotismo filosófico como “filosofía de la acción”, se confirma en 1917 cuando Unamuno viajó al frente de combate ítalo-austríaco para exponer la causa de Italia; el respaldo a su cultura y civilización, frente a la “barbarie” de los germanos.

Su desacuerdo con los demás “padres” de la segunda República – ¿era él una cabeza de la nueva República?— y sus críticas, en ocasiones triviales pero inclementes, le alejaron de la confianza de los líderes de los partidos de izquierda [J. Bécarud, Miguel de Unamuno y la segunda República, Taurus, Madrid 1965]. Al mismo tiempo personificó la tradición cultural española más que otro autor, por la razón de que interpreta el espíritu de la España “eterna”. “En el concepto reside su contrario”, así lo concibe, debido a que la contradicción es imposible que exceda a la realidad del hombre. De esta forma niega la lógica y el racionalismo cartesiano para confirmar la existencia en un mundo decadente y contradictorio [C. Morón Arroyo, Hacia el sistema de Unamuno, Calamo, Palencia 2003]. Su ideario político parecía desatinado y utópico a sus contemporáneos porque trasluce la naturaleza humana en permanente lucha con los sentimientos.

Al mismo tiempo no aceptaba las ideologías, pues, se mantuvo fiel a su concepción en contra de la “ideocracia”, es decir, adversaba el poder dominante o la dictadura de las ideas –en tanto doctrina religiosa, política o visión subjetiva del mundo— que condiciona las creencias de los individuos sin tener correlación con la inclemente realidad objetiva. Creando, por consiguiente, una conciencia falsa o imaginaria en sentido alienante, donde predomina la idea, el idealismo, y no la conciencia verdadera; de creer en “pajaritos preñados” a manera de evadir de la realidad, el fanatismo constituye un paradigma. Una asunto es saber con certeza y otro la creencia por suposición. De igual forma hubo riesgo en el empleo de algunos indicadores persuasivos, puesto que el fascismo configura un lenguaje. Por ese motivo, aunque el profesor apuntó que el Fascismo no tiene valores, los fascistas estudiaron su obra en solicitud de ideales y lo descubrieron en la prosa encendida, en el estallido de los sarcasmos y en los impulsivos elogios de la guerra “plus quam civilia”.

En consecuencia su sepelio fue utilizado como un acto político transformado por los falangistas, el grupo fascista y paramilitar de derecha, que en una maniobra táctica se adjudicaron el legado espiritual del poeta pensador. Cuatro de ellos en uniforme azul llevaron el ataúd con los restos de Unamuno en hombros hacia el cementerio. Al término de las exequias, lo despidieron con el saludo romano y el grito: “¡Presente!”. Gestos que de hecho configuran el simbolismo fascista [E. Salcedo, ídem.].

En este punto vale, por indispensable, destacar la vinculación del Fascismo con el autoritarismo y la clase media, en tanto condición social fértil para el florecimiento del comportamiento fascista. El autoritarismo –palabra proveniente de autoridad—: de auctoritas (garantía, prestigio, influencia), deriva de augere (aumentar, enriquecer). Además proviene del Derecho Romano que alude a lo legítimo de poseer algo, la obligación de confianza o de responsabilidad, y la dignidad, el prestigio o la influencia sobre otros. Un ejemplo consiste en la “auctoritas in senatu” frente a la “potestas” del pueblo. Lo que distaba del poder real o político, pues, era valorada más la “auctoritas” del gobernante o su capacidad para imponerse que la “potestas”de los plebeyos: la plebe.

En el mundo contemporáneo se distingue la autoridad personal, subjetiva o “interna”, y la objetiva, oficial o “externa”, según la función gubernamental del sujeto referida al poder. Resume la relación entre el individuo educado, con prestigio o que ejerce un cargo anexo al poder, y aquellos que aceptan sus procederes o son presionados a consentir las medidas del poder. La admitida forma legal de autoridad la define Weber como “autoridad legal-racional”, diferente a la autoridad “tradicional” y la “carismática”; “tipos ideales” que se confunden y entremezclan dentro de la realidad sociopolítica. Se atribuye a los gobiernos que sin ser totalitarios gravitan en el poder de un individuo o pequeño grupo. No son regímenes democráticos porque no precisan de la soberana aprobación del ciudadano, aunque pueden tener disposiciones institucionales que suavicen el personalismo y la autoridad como: parlamentos, orientaciones de opinión, algunas libertades (¿Las monarquías?) [M. Weber, Ensayos de sociología contemporánea, Martínez Roca, Barcelona 1972]

Tales conformaciones de mando acatan las directrices de “la personalidad autoritaria”, concepto de T. Adorno que repercute en la psicología social. Ésta disciplina analiza los problemas entre la libertad del sujeto y la autoridad –el poder— en el ámbito social y sus interrelaciones (verbigracia: la guerra), desde el autoritarismo –el abuso de poder— a la impersonalidad (la disposición a la ciega subordinación servil). Adorno agrega –en conjunción con Horkheimer—, como una crítica a la razón instrumental, que la civilización técnica contemporánea salió de la entraña de la Ilustración y de su concepto de la razón; además ejemplifica el poder racional sobre la naturaleza. No obstante, significa a la vez el predominio irracional sobre el hombre. Las demostraciones de barbarie como el Fascismo y el Nazismo son la desmedida muestra execrable de esa forma de conducta autoritaria de dominación y superioridad [T. Adorno W. y M. Horkheimer, Dialektik der Aufklärung: Philosophische Fragmente, Querido, Ámsterdam 1947 (Dialectic of Enlightment, Herder, Nueva York 1972); Dialéctica del Iluminismo, Sur, Buenos Aires 1971].

Del mismo modo asoman las investigaciones de Milgram, en los años setenta del siglo XX, en ilación con la “obediencia a la autoridad” [S. Milgram, Obedience to Authority, 1974 (Obediencia a la autoridad, Desclée de Brouwer, Bilbao 1979)]. Asimismo, inducido por los experimentos que aquél científico realizó, y en conexión con el inhumano nazi-fascismo durante la II Guerra, Barnes con crudeza describió la abominable actividad cotidiana de quienes acataban órdenes de la autoridad en los campos de concentración y de exterminio. Los injustificables actos aberrantes del nazismo con el Holocausto y la muerte de millones de seres humanos entre judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados, republicanos españoles, italianos, rusos y de otras naciones de la URSS y de Europa:

“La segunda guerra mundial y, en especial, las atrocidades sistemáticas perpetradas por los alemanes durante el conflicto, influyeron poderosamente sobre Milgram cuando elaboró su programa de experimentos. En el curso de la guerra muchas personas se levantaban todas las mañanas y realizaban sus tareas en los campos de concentración y exterminio. Otros participaban todos los días en la fabricación del equipo y de los instrumentos necesarios en esos campos: las cámaras de gas, las sustancias letales. La actividad de producir la muerte a gran número de individuos inocentes e indefensos lo más rápidamente posible se convirtió para gente en el trabajo rutinario de cada día.

El hedor de los cuerpos quemados pasó a ser un componente del ambiente de trabajo y procesar estos cuerpos pasó a ser un componente de la economía. Una vez que la mente humana afrontaba ese hecho, tenía que preguntarse: ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo podía la gente vivir una vida en la que no sólo existían esas prácticas sino que consistía realmente en llevar a cabo tales atrocidades?

Algunos de los protagonistas proporcionaron, después de la guerra, posible respuestas a esta interrogante, cuando intentaron exculparse de cuánto había ocurrido en los campos de exterminio. Afirmaron que se habían limitado a obedecer órdenes. La responsabilidad corresponde a quienes habían impartido esas órdenes; ellos se habían limitado a hacer lo que les decían. Este tipo de afirmaciones no se aceptaron nunca como excusas después de la guerra (naturalmente, por parte de los enemigos), pero sí se analizaron seriamente como posibles explicaciones. Tal vez existía un tipo determinado de persona especialmente susceptible a la autoridad y que estaría dispuesta a realizar cualquier trabajo, por abominable que pudiera ser, cuando se lo ordenara una autoridad legítima.

Tal vez los campos de concentración alemanes habían podido reclutar un número suficiente de individuos con ese tipo de personalidad, lo cual había permitido que funcionaran sin dificultad. Si esto era así, la existencia de esa clase de personas era un hecho de gran importancia social y política y su identificación era una tarea de la máxima urgencia. Los experimentos de Milgram fueron ideados para identificar a ese tipo de personas y dar alguna indicación sobre su número y distribución” [B. Barnes, “Un experimento sobre la autoridad: de S. Milgram”, en Sobre ciencia, Labor, Barcelona 1987:68-71].

¿Difieren tales hechos nazi-fascistas, entre otras acciones irracionales y despiadadas, de los bombardeos atómicos a las arrasadas ciudades de Hiroshima y Nagazaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, por orden de Harry Truman el presidente de los Estados Unidos? Pese a que en el alto mando militar al parecer no hubo consenso ni unidad de criterio para emplear la bomba de plutonio en Japón. Son determinantes la estrategia con propósito geopolítico y el control hegemónico del nuevo orden económico –el “new economic order” del modelo capitalista liberal internacional—, el móvil causante de la mortandad de millares de civiles para la inmediata rendición sin condiciones de Tokio. Con todo, “lo que es igual no es trampa”. ¿En analogía, será aceptable denominar a dicho holocausto genocida como una acción de tipo fascista? [B. I. Hart, y B. Pitt, Así fue la Segunda Guerra Mundial, Noguer, Barcelona 1972; M. Giuglaris, El Japón pierde la guerra del Pacífico, Cid, Madrid 1960; A. Latreille, La Seconde Guerre mondiale, Hachette, París 1966; A. R. Buchanan, The United States and World War II, Harper & Row, Nueva York 1964]. O en la actualidad la correlación con el genocidio del pueblo palestino por el nazifascismo sionista. Ironía de la historia.

Cabe el comentario de la relativización de la maldad, ¿para algunos sujetos lo es para otros no?, acorde a las ventajas inherentes al uso del poder por parte de la elite y cómo se observe el mal. De allí el comportamiento cínico, la hipocresía, la cobardía y el doble rasero moral. Ya que la política configura actos y decisiones. Sin esperar soluciones impecables, comporta una incuestionable noción trágica de la realidad y no consiste en un referente de moralidad [R. del Águila, La senda del mal. Política y razón de Estado, Madrid, Taurus, 2000:85.]. En esta situación, infiltrado por Polibio y su concepción de la naturaleza animal del hombre en política [Polibio, Historias, Gredos, Madrid 1981; G. Sasso, “Machiavelli e Polibio”, en Machiavelli e gli antichi 1, Riccardo Ricciardi, Nápoles 1987.], encaja al punto la deducción de Maquiavelo cuando comenta:

“Según demuestran cuantos escritores se han ocupado de la vida civil y prueba la historia con multitud de ejemplos, quien funda un Estado y le da leyes debe suponer a todos los hombres malos y dispuestos a emplear su malignidad natural siempre que la ocasión se lo permita. Si dicha propensión esta oculta algún tiempo, es por razón desconocida y por falta de motivo para mostrarse; pero el tiempo, maestro de todas las verdades, la pone pronto de manifiesto (…) Los hombres, sin embargo, escogen un término medio, que es perjudicialísimo, porque no saben ser ni completamente buenos, ni completamente malos (…) Rarísima vez son los hombres perfectamente buenos o completamente malos [N. Maquiavelo, “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, III, XXVI, XXVII, en Maquiavelo, Gredos, Madrid 2011:265, 327-328.].

El concepto de que los hombres son malos y predispuestos a la actuación perversa, corresponde a las llamadas ideas “maquiavélicas” expuestas en El príncipe (xv-xix), la cuales le dieron injusta fama a Maquiavelo puesto que desvirtúa sus estudios. No obstante, es valorable comprender su filosofía política en base a las investigaciones históricas y su experiencia con la realidad o la “veritá effettuale”.

Respecto al concepto de la relativización del mal, encuentra significado en relación equivalente con la metafísica, la teología, la ideología, el pragmatismo, la economía y la política; sin embargo, carece de valor ético. Con tal visión de alcance analógico Unamuno la ajusta al escribir: “Y todo lo que el hombre hace como mero individuo, frente a la sociedad, por conservarse aunque sea a costa de ella, es malo, y es bueno cuanto hace como persona social, por la sociedad en que él se incluye, por perpetuarse en ella y perpetuarla. (…) ¿En esto de bueno y de malo no entra la malicia del que juzga? ¿La maldad está en la intención del que ejecuta el acto o no está más bien en la del que lo juzga malo? (…) Los hombres andan inventando teorías para explicarse eso que llaman el origen del mal. ¿Y por qué no el origen del bien? ¿Por qué suponer que es el bien lo positivo y originario, y el mal lo negativo y derivado? (…) Que la esencia del mal está en su temporalidad, en que no se enderece a fin último y permanente (…) Y el sentido que a las categorías de bueno y de malo dan el pesimismo y el optimismo, no es sentido ético, sino un sentido económico o hedonístico. Es bueno lo que satisface nuestro anhelo vital, y malo aquello que no lo satisface” [V, IX, X, XI, “Conclusión”, en Del sentimiento trágico de la vida].

Por otra parte, y en coordinación con las indagaciones sobre la “personalidad fascista”, se observa a la Psicología social contraria a la Psicología individual. Ésta estudia al sujeto y también la denominan psicología profunda –o de los “complejos de inferioridad”—. Teoría iniciada por Adler, discípulo y disidente de Freud. Tal disciplina valora el conocimiento del “plan de vida” de un individuo como su empeño de corregir “los complejos o sentimientos de inferioridad” que sobrelleva desde la niñez y frente a ellos el hombre desarrolla cierta “voluntad de poder”. En consonancia Adler asegura que el antagonismo nace del correlato social [A. Adler, Praxis y teoría de la psicología individual, Paidos, Buenos Aires 1959].

De modo que Adler integra las contribuciones a la Psicología general y a las teorías de la personalidad –evidente en la conducta—; de las cuales hay más de cincuenta métodos para entenderla, así lo afirma Allport –crítico de Freud y teórico de la Psicología de la personalidad—. Considera Allport que la personalidad consiste en la organización dinámica y la transformación del individuo en los sistemas sicofísicos, determinando su actitud y el pensamiento personal [G. Allport, La personalidad, su configuración y desarrollo, Herder, Barcelona 1980].

Al mismo tiempo y en articulación con ambas psicologías, la sociología, la antropología y la política, Adorno introdujo el análisis de la “personalidad autoritaria”; comparativo a los “prejuicios raciales”, nacionalistas y autoritarios. En la investigación con sus asistentes, idearon el cuestionario “Escala F”, o del Fascismo, con el fin de distinguir y evaluar el perfil de la “personalidad fascista”. Lo establece con el supuesto, motivado por las crueldades nazis, de que las manías fascistas constituyen parte de la personalidad de algunos individuos; junto al recelo “racial”, religioso y la preferencia etnocéntrica (de etnocentrismo): expresión de W.G. Summer en 1906. Señala la corriente que considera a la propia etnia, grupo social, cultura o civilización, como superior y modelo universal para los demás grupos humanos o civilizaciones; lo cual fundamenta el fascismo, el racismo, la intolerancia, el chauvinismo, la xenofobia, entre otras perversiones.

Las iniciales investigaciones de la Antropología cultural estaban caracterizadas por el etnocentrismo, puesto que creían a las sociedades primitivas como escalones previos para formar la sociedad civilizada –o europea como enfoque eurocentrista— tomada como referencia. Desde esta perspectiva una parte de las tesis de la Antropología cultural del siglo XIX y principios del XX resultaron siendo obras del Colonialismo. [C. Lévi-Strauss, Claude, Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires 1976].

De modo que las obsesiones fascistas configuran las cualidades distintivas de la personalidad de ciertos individuos como: el principio de jerarquía social, la subordinación al superior, el servilismo ante la autoridad, la insensibilidad y la rigidez de pensamiento; además de conservador en las ideologías y en las acciones, y por ende, se supone convencional; tiene la sensación de dominio sobre quienes considera “inferiores”, también es intolerante e intransigente, entre otros rasgos. De hecho, mediante la “Escala F”, pretendían estudiar nueve variables principales de la personalidad fascista:

“Convencionalismo: Adhesión rígida a valores convencionales de la clase media.

Sumisión autoritaria: Actitud sumisa, no crítica, hacia autoridades morales idealizadas del grupo.

Agresión autoritaria: Tendencia a mantenerse en guardia y a condenar, rechazar y castigar a la gente que viola valores.

Auto-introspección: Oposición a lo subjetivo, lo imaginativo, lo sensible.

Superstición y estereotipo: La creencia en determinantes místicas del destino individual: la disposición a pensar en categorías rígidas.

Poder y ‘rudeza’: Preocupación por la dimensión líder-seguidor, fuerte-débil, dominación-sumisión, identificación con las figuras del poder, énfasis excesivo sobre los atributos convencionales del yo, afirmación exagerada de la fuerza y la rudeza.

Destructividad y cinismo: Hostilidad generalizada, difamación de lo humano.

Proyectividad: La disposición a creer que en el mundo ocurren cosas terribles y peligrosas, la proyección hacia el exterior de impulsos emocionales inconscientes.

Sexo: Preocupación exagerada por las ‘peripecias’ sexuales” [T. Adorno W. y otros, Authoritarian Personality, cap. 2, Harper, New York 1950:228].

En cuanto a la hipótesis de la clase media o pequeña burguesía como grupo susceptible a las implicaciones fascistas, sobran evidencias. De ello en Europa, hace memoria Arendt en Los orígenes del totalitarismo. Unamuno, perteneciente a esa esfera social, expresó que el fascismo se cura con lectura, y días antes de morir declaró al escritor griego Nikos Kazantzakis: “No soy ni fascista ni bolchevique. ¡Estoy solo! ¡Solo como Croce en Italia!” [K., N., Viajando. España ¡Viva la muerte! Ediciones Clásicas, Madrid 2000]. Asimismo de la clase media procedían Franco, Mussolini y Hitler. Éste en su autobiografía, o Mein Kampf, escribió sobre talantes reveladores de la naturaleza humana:

“El ambiente que rodeó mi juventud era el de los círculos de la pequeña burguesía, es decir, un mundo que muy poca conexión tenía con la clase netamente obrera, pues, aunque a primera vista resulte paradójico, el abismo que separaba a estas dos categorías sociales, que de ningún modo gozan de una situación económica desahogada, es a menudo más profundo de lo que uno pueda imaginarse. El origen de esta –llamémosle belicosidad— radica en que el grupo social que no hace mucho saliera del seno de la clase obrera, siente el temor de descender a su antiguo nivel de gente poco apreciada, o que se le considere como perteneciente todavía a él (…) quiso el destino ser magnánimo conmigo, constriñéndome a volver a ese mundo de pobreza y de incertidumbre que mi padre abandonara en el curso de su vida. El destino apartó de mis ojos el fantasma de una educación limitada propia de la pequeña burguesía. Empezaba a conocer a los hombres y aprendía a distinguir los valores aparentes o los caracteres exteriores brutales, de lo que constituía su verdadera mentalidad” [A. Hitler, Mein Kampf, 1925-1927, Nueva York 1939 (Mi Lucha, “Las experiencias de mi vida en Viena”, cap. II)].

 

Para Hitler el conocimiento del hombre le ofreció la posibilidad de contar con personajes que no cuestionaban sus órdenes, las ejecutaran sin vacilar, con ningún tipo de remordimiento ni problema moral. Es el caso de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS, de los notables ejecutores de la “solución final” nazi, para rematar “la cuestión judía” a través de la aniquilación masiva y sistemática de los judíos entre 1942 y 1945. Era un hábil administrador y funcionario, fiel a la estructura que llevó a los judíos, y a otra enorme cantidad que no lo eran, hacia la muerte. En 1961 fue juzgado en Jerusalén.

Ese episodio fue presenciado por la filósofa Hannah Arendt. Por tal circunstancia escribió el ensayo sobre las concepciones, en perspectiva diferente, del “mal banal” y el “mal radical” u ontológico [en Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona 2003]. Arendt, sobre el tema, también destaca en la “Entrevista televisiva con Thilo Koch”: “El hecho mismo de que los criminales no actuaran movidos por los impulsos malvados y asesinos que todos conocemos (no mataban por matar, sino porque así lo exigía su carrera profesional) nos ha llevado a todos a demonizar la desgracia. (…) Y concedo que resulta más fácil asumir que uno ha sido víctima de un demonio en figura humana (…) que no víctima de un fulano cualquiera, que ni siquiera está loco o es especialmente mala persona” [en Lo que quiero es comprender. Sobre mi vida y mi obra, Trotta, Madrid 2010:36-41].

Al mismo tiempo, sobre el “mal radical”, la filósofa expresa en carta al médico, psiquiatra y filósofo, Karl Jasper; representante del existencialismo alemán: “No sé lo que es realmente el mal radical, pero me parece que de algún modo tiene algo que ver con los siguientes fenómenos: hacer superfluos a los seres humanos como seres humanos (no se trata de utilizarlos como medios, lo cual deja intacta su condición humana y sólo vulnera su dignidad humana, sino hacerlos superfluos qua seres humanos) (…) La omnipresencia del hombre hace superfluos a los hombres” (H. Arendt, ob. cit.].

El argumento del mal en la Filosofía aparece desde el origen de la misma. Por consiguiente, para Parménides en cierto modo significó la negación del Ser: “el no ser”. Asimismo lo examinaron, entre otros pensadores: Agustín de Hipona en Confesiones; Maquiavelo en El Príncipe y en Discursos sobre la primera década de Tito Livio; Leibniz, éste pensador fue el primero que lo sistematizó, en la Teodicea; y Kant en Crítica de la razón práctica.

En cuanto a la temática del mal ontológico o radical, ¿Unamuno constituye un referente de éste asunto debido a su anotación?: “Los hombres andan inventando teorías para explicarse eso que llaman el origen del mal (…) lo malo del mal acto es que malea la intención, que haciendo mal a sabiendas se predispone uno a seguir haciéndolo, se oscurece la conciencia. Y no es lo mismo hacer el mal que ser malo. El mal oscurece la conciencia, y no sólo la conciencia moral, sino la conciencia general, la psíquica. Y es que es bueno cuanto exalta y ensancha la conciencia, y malo lo que la deprime y amengua” [en Del sentimiento trágico de la vida, X, XI].

En resumen: el análisis reflexivo de los actos fascistas o “fajistas”, neonazis, totalitarios, sionistas, de supremacía, violentos o de cualquier condición maligna, es indispensable comprenderlos para evitar acciones irracionales y la superficialidad del mal; puesto que inutiliza la razón, la conciencia y la condición humana. Abriendo paso a la crueldad del hombre animal de dos patas. De aquí lo factible de pensar en los modos de prevenir el fascismo como estrategia para impedir que se repita en la historia. No obstante: ¿mediante el mal, la realidad no es verdadera ni logra el hombre ser feliz?

Notas

Por Alexis Vázques-Chávez

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Fuente: https://www.aporrea.org/ideologia/a328972.html

3 de marzo de 2024.  ESPAÑA

 

 



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