Eugeni D’Ors: filosofía, pedagogía y pensamiento político

Análisis de la vida y la obra del filósofo, pedagogo y pensador político español

Eugeni D´Ors

Introducción: una figura incómoda

Enric Jardí publicó, en el año año 1966, un libro muy interesante titulado Tres, diguem-ne desarrelats (Tres, digamos, desarraigados) dedicado a las figuras de Josep Pijuan, Agustí Calvet (Gaziel) y Eugeni D’Ors. En el inicio del libro cita un artículo de Calvet, publicado en “La Vanguardia” con el seudónimo de “Gaziel”, en el cual el periodista catalán se refiere a Cataluña como “devoradora de hombres”, en el sentido de la tendencia catalana a la destrucción, o al menos la exclusión, de sus mejores hijos.

Pensamos que el comentario de Gaziel tiene una gran parte de verdad. Pero para ser más exactos habría que atribuir la responsabilidad no a Cataluña en genérico, sino a la oligarquía catalana, a las 300 familias que controlan la política, la economía, la cultura y los medios de comunicación en el principado desde tiempo inmemorial. Esa oligarquía aupó a D’Ors para posteriormente defenestrarlo y ponerlo en la lista de “malos catalanes”. Hay que aclarar que esta oligarquía con la que convivió D’Ors, representada por la Lliga, era mucho más culta que la actual, que no se dedicaba a destruir Cataluña como la actual (al contrario, construyó) y que no quería irse de España sino liderarla. Pero en su papel de otorgar carnets de “buenos catalanes” cumplía igual que la oligarquía actual.

A la muerte de Prat de la Riba, su protector, D’Ors fue “purgado” por Puig i Cadafalch, el nuevo presidente de la Mancomunidad. Las simpatías de D’Ors por el sindicalismo asustaban a los burgueses de la Lliga, que tampoco comprendían su concepto de Imperialismo. La marcha de D’Ors a Madrid, el empezar a escribir en español y su posterior afiliación a Falange Española consolidaron su papel de “traidor”. Irónicamente, algunos intelectuales de la Lliga (Verges, Masoliver, Riquer) seguirían los pasos de D’Ors una década más tarde, aunque por razones diferentes: al estallar la guerra civil huyeron a Burgos donde se afiliaron a Falange bajo el liderazgo de Dionisio Ridruejo, y editaron la revista “Destino”. Fueron la conexión catalana del grupo de Burgos, a los que nos hemos referido en algún artículo como “la Falange que nunca existió” por la prisa y la eficacia que han tenidos sus descendientes de borrar cualquier rastro de su existencia.

El catalanismo posterior a la guerra civil, con la Lliga desaparecida, desemboco en el nacionalismo y siguió fustigando a D’Ors. Al final de su vida este volvió a Cataluña en busca de sus raíces. Pudo hacerlo por el paraguas protector del franquismo. Hoy en día lo tendría mucho más difícil: los de la CUP le harían escraches y los de “Terra Lliure” podrían secuestrarlo y dispararle un tiro en la rodilla.

D’Ors, uno de los intelectuales catalanes y españoles más importante del siglo XX, que puede figurar tranquilamente al lado de Ortega y Gasset o de Xavier Zuviri, periodista, pedagogo y filósofo (él único filósofo que ha producido Cataluña desde Balmes) sigue siendo en Cataluña una figura olvidada. Muchos ignoran su existencia. Otros, los menos ignorantes, le acusarían de “traidor”.

Nosotros proponemos aquí un homenaje a Eugeni D’Ors i Rovira, una de las figuras intelectuales más egregias de la cultura catalana (y por tanto española). Proponemos también una aproximación a tres aspectos importantes de su obra: la filosófica, la pedagógica y la política.

  1. Eugeni D’Ors filósofo

Solamente se puede llamar filósofo al pensador que crea un sistema original, y este es el caso de D’Ors. En sus obras La filosofía del hombre que trabaja y juega{1}, El secreto de la filosofía{2} y La ciencia de la cultura{3}, junto con otras menores, podemos encontrar los elementos fundamentales del sistema orsiano.

No pretendemos, ni de largo, hacer un análisis exhaustivo del sistema orsiano. Únicamente reivindicar su condición de filósofo y señalar los elementos más fundamentales de sus propuestas.

Una imagen interesante que propone el sistema orsiano es su concepción circular de la filosofía. Si las ciencias particulares pueden representarse como una escalera, en que cada peldaño se apoya y reposa en el anterior, el quehacer filosófico puede asimilarse a un círculo, en que los distintos elementos que lo forman se sostienen unos a otros. Podemos abordar el círculo desde cualquier punto, seguros que después de nuestro filosófico recorrido volveremos al punto de partida.

En el sistema filosófico orsiano distinguimos tres partes fundamentales: la Dialéctica, la Poética y la Patética. La Dialéctica orsiana vendría a ser una fusión de epistemología y gnoseología, es decir, una teoría del saber y de las ideas. Eugenio d’Ors se muestra crítico tanto con el positivismo como con el racionalismo, y elabora una teoría del saber humano que parte de la Empírica o experiencia, se desarrolla a través de la Ciencia con los conceptos y culmina finalmente en la filosofía con las ideas, que a su vez se relacionan con las palabras y con el lenguaje. En su libro El secreto de la filosofía crítica los principios racionalistas de contradicción i de causalidad y los quiere sustituir por el principio de función exigida y i el principio de participación.

Otra parte del sistema filosófico de D’Ors es la Poética. Este término puede su sugerir error, pues no se refiere a una teoría literaria de la poesía sino que el término Poética derivar del griego poiesis que significa creación. En la Poética D’Ors estudia todo aquello que hace referencia a la creación humana, y en este sentido nos habla de tres realidades que conviven en la naturaleza humana: el Homo sapiens, hombre que sabe; el Homo faber, hombre que trabaja, y el Homo ludens, hombre que juega. Para D’Ors cualquier creación humana en el ámbito de la sabiduría, del trabajo o del juego es un producto del Espíritu que alguna manera coloniza i domina a la materia, que juega el papel de parte pasiva. Algunos han señalado elementos propios del maniqueísmo en el pensamiento de D’Ors en cuanto esta Espíritu creador se identificaría con el bien, y este espíritu pasivo de la materia, que opone resistencia a la creación, se identificaría con el mal.

Por último está la Patética. Bajo este nombre se agrupa a todo lo relativo a la “pasividad” y a la “resistencia” frente a la creatividad humana: la Naturaleza. Ocuparía el lugar que en la filosofía convencional se destinaria a la cosmología y a la filosofía natural.

Finalmente nos referiremos a los aspectos relativos a la Filosofía de la Historia, desarrollados por D’Ors en su libro (inacabado) La ciencia de la cultura, que se publicó algunos años después de su muerte. D’Ors critica a la ciencia histórica en cuanto intenta ser una ciencia de hechos puramente contingentes. Reivindica la necesidad de constantes en la historia para que esta pueda ser considerada realmente una ciencia, y cree haber encontrado estas constantes en lo que llama “eones”. Define al “eon” como una idea que tiene una biografía. Así nos dice que las figuras históricas de Alejandro Magno, de Cesar, de Carlomagno o de Napoleón son contingentes e irrepetibles, pero que en todas ellas se manifiesta un “eon”: la idea de Imperio.

El secreto de la filosofía

En El secreto de la Filosofía se abordan un gran número de problemas filosóficos, desde la filosofía del lenguaje hasta la teoría del conocimiento. Queremos centrarnos en la parte segunda del libro, donde D’Ors describe los dos puntales teóricos del racionalismo: el principio de contradicción y el principio de razón suficiente, y muestra como cuatro importantes teorías científicas han socavado estos principios: la teoría de la evolución, la termodinámica, la relatividad y la mecánica cuántica. A continuación enuncia los dos principios que van a sustituirlos: el de figuración y el de función exigida.

Si Kant había propuesto un giro copernicano a la filosofía, D’Ors propone un giro kepleriano. La metáfora no es baladí: Copérnico intentó adaptar las observaciones y datos astronómicos a la existencia de las orbitas circulares de los planetas, partiendo del principio racional de que el circular era el movimiento perfecto; sin embargo entre la teoría y la observación se daban desajustes. Kepler, al introducir las órbitas elípticas, elimino los desajustes, superando el hiato entre la “razón” atenida únicamente a principios abstractos, y la “inteligencia” como capacidad de captar la realidad en su conjunto.

La distinción orsiana entre “razón” e “inteligencia” forma parte de una dinámica muy propia de su tiempo, lo que algunos han llamado en encaje de la “razón” en la “vida” (temática también desarrollada por Ortega y Gasset, aunque desde otras perspectivas). D’Ors empieza distinguiendo entre la filosofía usual y la filosofía profesional{4} ; más allá de la filosofía que se enseña, D’Ors pretende penetrar en lo que llama el secreto de la filosofía.

Aunque en esta obra se plantean diversos problemas filosóficos, algunos de notable enjundia, nosotros vamos a centrarnos es uno de ellos: la crítica al racionalismo a partir de los propios materiales que aporta la ciencia moderna, concretamente la termodinámica, la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica y la teoría de la evolución.

La construcción del racionalismo-idealismo

Desde el siglo XVI al XIX asistimos a la gran construcción del sistema filosófico que podemos llamar racionalismo o idealismo. Quizás el término racionalismo sea más adecuado, pues idealismo tiende a confundirse con el platonismo, cuando son cosas distintas: para Platón las ideas eran “reales” y existían de forma independiente de la mente humana. Para el racionalismo no hay “realidad” fuera de la mente humana, y “ser” es “ser conocido”, con lo cual la epistemología y la ontología quedan fusionadas o confundidas.

Para D’Ors las raíces del racionalismo hay que buscarlas en la antigua Grecia, concretamente en los pitagóricos{5}. Cuando Pitágoras descubre su teorema por reducción al absurdo, y no por la aplicación de un cuerpo sobre otros (como había venido haciendo la geometría hasta entonces), nace el germen de la ciencia racionalista. El Hombre ya no intenta someter el entendimiento al mundo, sino el mundo al entendimiento.

El culmen de la tradición racionalista es, sin duda, Descartes. Una ciencia puramente racional, limpia de cualquier intervención histórica, que desarrolla en un mecanismo perfecto los detalles y las consecuencias de una concepción estática del Universo, sometido a una lógica perfecta, y expresado en relaciones numerales abstractas{6}. En Newton asistimos a la plena realización de este ideal.

Con la filosofía cartesiana el racionalismo idealista queda unido al individualismo solipsista y a la cosificación de la humano (“Yo pienso, luego existo. Yo soy una cosa que piensa”). El nacimiento y desarrollo de esta filosofía va ligado a la revolución científica del siglo XVII, que es la revolución de la física, que iniciaron Descartes y Galileo y que culmino Newton. Leibniz y después Kant levantaron sus sistemas filosóficos tomando como fundamento a esta física newtoniana.

El racionalismo idealista ha sido siempre hostil a la historia. Leibniz escribió que El Universo no tiene principio, tiene principios. Con la filosofía de Hegel, última expresión del racionalismo idealista, la Razón se traga a la Historia, pues esta es interpretada como un proceso dialectico que tiene a un final, al triunfo y entronización de la Razón y por tanto a la muerte de la Historia como proceso contingente y azaroso.

Al estudiar la historia de la mecánica, Ersnt Mach ha puesto en manifiesto el origen teológico y místico del racionalismo cartesiano{7}. El razonamiento que condujo a Descartes a creer en la invariabilidad eterna de la cantidad de materia y de la cantidad de energía dadas en el origen del mundo, partía del supuesto de que sólo esta inmortalidad y estabilidad podían armonizarse con la inmortalidad y la estabilidad de Dios creador.

El optimismo leibiziano y su constante inclinación a encontrar en todas partes “armonía preestablecida” sacaron buen partido de esta visión. La inicial religión pitagórica llega, a través de los siglos, hasta la monadología, y sigue hasta las apologías racionalistas de la ciencia, ya en el ochocientos.

D’Ors identifica dos principios fundamentales del racionalismo, en los que a su vez se sustentó la ciencia moderna, o, más exactamente, la física newtoniana entendida como paradigma y modelo de cualquier ciencia: el principio de contradicción o de identidad y el principio de razón suficiente.

A su vez D’Ors afirma que cuatro disciplinas científicas impugnan los dos principios del racionalismo: la termodinámica (especialmente el segundo principio), la teoría de la evolución, la física relativista y la física cuántica. En su alternativa filosófica desarrolla lo que considera principios alternativos al racionalismo: el principio de figuración y el principio de función exigida.

El principio de contradicción o identidad

El principio de contradicción es por donde se revela el orden en la coexistencia, es decir, la racionalidad de lo espacial{8}. También se le llama principio de identidad y nos dice que “todo ser es idéntico a sí mismo” y que “es imposible que una cosa sea y no sea”. Parece inspirado en lo más profundo del sentido común y de la lógica espontanea. Sin embargo, tal como sostiene D’Ors, de la propia ciencia moderna llueven argumentos contra este principio y, por tanto, contra el racionalismo. La crisis del racionalismo empezó en su propio seno{9}.

Evolucionismo

Independientemente del mecanismo postulado (Lamarckismo, darwinismo, neodarwinismo) la afirmación de la transformación de una especie en otra corroe, según D’Ors, el fundamento mismo de la noción de “especie”. Si una especie puede engendrar otra será porque la segunda se encuentra potencialmente en la primera, y por tanto no podrá trazarse entre una y otra ninguna línea divisoria, ningún contorno de individualización. La identidad del “ser” de la especie consigo misma resulta alterada por la idea de evolución. Heráclito se reivindica frente a Parménides.

La Biología moderna ha desarrollado un concepto mucho más pragmático de especie, que ignora el principio de identidad: “conjunto de organismos que pueden cruzarse entre sí y dar descendencia fértil”.

Algunos autores de la Filosofía de la Biología, como Skolimowski{10}, han recogido y actualizado estos argumentos de D’Ors (aunque sin citarlo). Para este autor existe una “racionalidad evolucionista” que se opone a la “racionalidad positivista”. Esta última, inspirada en la física (clásica) de ha convertido en el lenguaje oficial de la ciencia. Frente a ella el autor reivindica la “racionalidad evolucionista” (quizás sería más adecuado llamarle “racionalidad biológica”).

Esta racionalidad alternativa afirma, entre otras cosas, que no todo lo que se conoce puede ser reducido a leyes físicas, y que, en consecuencia los métodos de la física no sirven para la complejidad de los seres vivos. Que la “racionalidad” tiene carácter histórico. Que los fenómenos investigados deben ser abordados desde el punto de vista de la evidencia aceptable, aunque no respondan a las exigencias del modelo físico. Que aparte de las verdades científicas, que son siempre parciales y revisables (en caso contrario ya no serían científicas), existen otros tipos y fuentes de verdad, sobre las cuales las verdades científicas no tienen ninguna autoridad.

En resumen, la evolución (o mejor la biología) ha abierto camino hacia una “racionalidad” alternativa, que rompe con el racionalismo mecanicista-cartesiano-positivista.

En definitiva, autores contemporáneos (que posiblemente no conocen a D’Ors) transitan por una senda que nuestro hombre empezó a abrir.

Termodinámica

La Termodinámica es una rama de la física que, en principio, tenía como objeto el estudio del calor (de aquí su nombre), pero en su desarrollo se convirtió en algo mucho más importante y universal. Sadi Carnot, que se puede considerar el fundador de esta ciencia, se propuso estudiar el funcionamiento de la máquina de vapor para optimizar su funcionamiento. Su conclusión fue que en una máquina de vapor solamente entre un diez y un quince por ciento de la energía calorífica de convierte en trabajo mecánico: el resto se pierde.

Una parte de esta pérdida puede evitarse mediante mejoras técnicas, pero solamente una parte. De hecho la conclusión de Carnot fue que la perdida de la mitad de la energía calorífica era precisamente una condición indispensable para el funcionamiento de estas máquinas. Esto equivale a decir que entre las formas de energía que se conocen en la naturaleza las hay que valen más que otras, y que esta diferencia de valor recibe el nombre de entropía{11}.

Aparece también el concepto de proceso irreversible: podemos transformar el calor en trabajo mecánico, pero una gran parte de esta energía de pierde por irradiación, lo que nos impide volver a utilizar este trabajo mecánico para obtener la mismo cantidad de calor.

La entropía tiene diversas definiciones, pero quizás la más ilustrativa es la que refiere al grado de desorden de un sistema. Las conclusiones de Carnot podían extenderse a toda la física, con lo cual la termodinámica paso de ser el estudio del calor al estudio de los intercambios energéticos. Siguiendo la tradición racionalista de la física, la termodinámica se estructuró en dos principios:

La energía no se crea ni se destruye: solo se transforma

En un sistema cerrado, la entropía tiende siempre a aumentar.

Para D’Ors es este segundo principio el que conmueve de arriba abajo la ciencia racionalista. El universo estable newtoniano, con su espacio y su tiempo absoluto, sin principio pero con “principios”, conteniendo únicamente procesos reversible, queda absolutamente pulverizado. La termodinámica introduce la flecha del tiempo en la física, pero además no lo hace en clave de “progreso” o de “evolución”, sino al revés, en clave de decadencia, degeneración y muerte térmica. El mismo lord Kelvin, verdadero héroe de la admisión científica de la disipación de energía, dijo admirar a Helmholtz “por haber sabido leer en las ecuaciones de Carnot y Clausius la sentencia de muerte del universo”{12}.

D’Ors acertó plenamente sobre las conclusiones revolucionarias del segundo principio. De hecho, ya antes de la formulación de la termodinámica, algunos autores habían intuido la relación entre el calor, y el enfriamiento, y la flecha del tiempo que conducía a una muerte térmica. Tal es caso de Buffon en Las Épocas de la Naturaleza{13}. El posterior desarrollo de la termodinámica ha llevado a revelar importantes contradicciones en la ciencia racionalista, muchas de las cuales el propio D’Ors no podía intuir.

La primera contradicción aparece entre el segundo principio, que nos dice que la entropía (es decir el desorden) del universo tiende a aumentar, y la teoría de la evolución, que nos habla de la aparición de unos sistemas altamente ordenados y organizados: los seres vivos. La aparente contradicción queda resuelta cuando consideramos a los seres vivos sistemas abiertos, que son capaces de disminuir su entropía aumentando la entropía del entorno. Pero al cerrar esta contradicción asestamos un golpe de muerte al mecanicismo cartesiano y en general a cualquier forma de reduccionismo, pues aceptamos la existencia de propiedades “emergentes” en los organismos que no pueden explicarse por la simple suma de sus partes.

La idea de sistemas abiertos ha dado lugar al desarrollo de la Teoría General de los Sistemas (TGS){14}, que ha desarrollado conceptos como equifinalidad o teleología que acaban de rematar al mecanicismo cartesiano.

Vemos en D’Ors una serie de intuiciones muy interesantes que el devenir posterior de las ciencias ha confirmado. La crisis del racionalismo nace en su propio seno.

Teoría de la Relatividad

En un principio D’Ors nos dice que aparentemente la influencia de la teoría de la Relatividad en la crítica al racionalismo es menor que otras teorías punteras de las ciencias{15}, e incluso que algunas interpretaciones de esta teoría podían reforzar al racionalismo. Desde Zenon de Elea el tiempo había sido para la razón un motivo de turbación. Al traer al tiempo al terreno del espacio ¿no aumenta su posibilidad de racionalización?

Sin embargo no es así. La noción de acontecimiento sustituye a la de objeto. El universo ya no reunirá objetos, sino que entrelazará acontecimientos.

¿En que difiere la teoría de la Relatividad respecto a la física de Newton? Según Newton si un pulso de luz es enviado de un lugar a otro, observadores diferentes estarían de acuerdo en el tiempo que duró el viaje (ya que el tiempo es un concepto absoluto), pero no siempre estarían de acuerdo en la distancia recorrida por la luz. Dado que la velocidad es la distancia recorrida dividida por el tiempo, observadores diferentes medirán velocidades de la luz diferentes. Sin embargo, tal como mostraron diferentes experimentos, la velocidad de la luz en el vacío es una constante, sea cual sea el sistema de referencia. Si los observadores no están de acuerdo con la distancia recorrida y la velocidad de la luz es constante tampoco pueden estar de acuerdo en el tiempo empleado ¡la Relatividad acaba con la idea de tiempo absoluto¡{16}

Se puede objetar que lo dicho no ataca directamente al principio de contradicción, pero en cualquier caso, al desmontar el universo newtoniano, correo las bases físicas del racionalismo.

Ortega y Gasset también se había referido a las implicaciones filosóficas de la teoría de la Relatividad en términos parecidos{17}. Para el pensador madrileño la teoría de Einstein refuerza su propia teoría filosófica del “perspectivismo” y asesta un golpe de muerte al racionalismo y al utopismo. Las ideas utópicas de caracteriza por crearse desde “ningún sitio” y que, sin embargo, pretende valer para todos. Para Ortega, y en esto coincide con D’Ors, esta desviación utopista de la inteligencia humana comienza en Grecia, y se produce siempre que se exacerba el racionalismo.

Teoría cuántica

De los nuevos paradigmas de la ciencia es, sin duda, la mecánica cuántica, el que ha tenido más implicaciones filosóficas y el que ha asestado al racionalismo un golpe más contundente. De hecho la interpretación de esta teoría por parte de los propios físicos sigue siendo una fuente de debates filosóficos, tanto epistemológicos como ontológicos{18}.

Los orígenes de la teoría cuántica hay que situarlos en el año 1900, cuando Max Planck empezó a estudiar el problema de la radiación de un cuerpo negro{19}. La distribución de la intensidad de la radiación luminosa emitida por un cuerpo negro (es decir, totalmente absorbente) a alta temperatura, era incomprensible para la física clásica; según esta, la energía emitida a una temperatura fija sería infinita, absurdo conocido como “catástrofe del ultravioleta”{20}. Para solucionar este problema Planck concibió la hipótesis cuántica, es decir supuso que la radiación se emite y se absorbe en unos paquetes discretos de energía denominados “cuantos”.

Aunque en principio las ideas de Planck no tenían nada que ver con el átomo, fue precisamente en la naciente física atómica y nuclear donde tuvieron su campo de aplicación más importante.

La idea de la materia constituida por partículas indivisibles (átomo en griego significa indivisible) es originaria de Grecia, de la mano de filósofos como Leucipo y Demócrito. Pero la posición anti-atomista de Aristóteles y su enorme influencia en la ciencia y en la filosofía occidental hicieron que esta idea fuera olvidada. A lo largo del siglo XIX el trabajo de químicos como Prout, Proust, Dalton o Avogadro y, sobretodo, el desarrollo de la teoría cinética de los gases, hicieron que los científicos volvieran a interesarse por una concepción corpusculista de la materia.

El siglo XX se inicia con el descubrimiento de partículas subatómicas, como el protón de carga eléctrica positiva y el electrón, de carga negativa (con lo cual el átomo dejaba de ser indivisible), y de fenómenos como la radioactividad y los rayos X. En 1911 Rutherford propuso su modelo atómico, de inspiración planetaria, según el cual el átomo estaría formado por un núcleo, de carga eléctrica positiva que contendría los protones, y con los electrones girando a su alrededor, como los planetas alrededor del sol.

El modelo de Rutherford era incompatible con la electrodinámica clásica: una partícula como el electrón, cargada eléctricamente, al moverse iría perdiendo energía por emisión, y acabaría precipitándose sobre el núcleo. El átomo colapsaría.

En 1913 Niels Bohr presentó un modelo alternativo de átomo, en el que se aplicaban los principios de la incipiente mecánica cuántica a la teoría atómica. Bohr postuló la existencia de unas orbitas estacionarias, en las cuales el electrón podía moverse sin emitir energía. En estas órbitas la función que definía el movimiento del electrón estaba “cuantificada”, es decir, era un múltiplo entero de la constante de Planck.

A partir de aquí, entre 1925 y 1926, autores como Pauli, Heisenberg, Schrödinger y De Broglie desarrollaron la mecánica cuántica. No podemos hacer una descripción detallada de la misma (por su complejidad) ni tampoco ocuparnos de los debates filosóficos en torno a su interpretación{21}. Señalaremos solamente aquellos aspectos que tienen mayor incidencia filosófica en las cuestiones que estamos tratando.

Tenemos en primer lugar la dualidad onda-partícula. Toda partícula submicroscópica en movimiento está asociada a una onda, y a su vez, toda onda electromagnética está asociada a una partícula. Según el aparato de medición que utilicemos se comporta como onda o como partícula. El electrón (partícula) se mueve en las orbitas estacionarias de Bohr sin emitir energía por que estas corresponden a una onda estacionaria completa cerrada sobre sí misma. A su vez la luz (en principio formada por ondas) en ciertas condiciones se comporta como si estuviera formada por partículas, los fotones.

El principio de incertidumbre de Heisenberg determina que no se puede conocer a la vez la posición y la velocidad de una partícula, y ello no se debe a la imperfección de nuestros aparatos de medida, sino a la propia constitución ontológica de las partículas, y, a su vez, relaciona esta indeterminación con la constante de Planck.

La ecuación de onda de Schrödinger describe el movimiento del electrón como una región del espacio donde la probabilidad de encontrar este electrón es máxima. La solución de esta ecuación nos da los cuatro números cuánticos que determinan la situación del electrón, y a su vez, el principio de exclusión de Pauli nos dice que no puede haber en un átomo dos electrones en el mismo estado cuántico.

Sin entrar en los muchos detalles físicos y filosóficos que plantea la interpretación de la mecánica cuántica (probabilidad, variables ocultas, etc.) es evidente que el principio de identidad o de exclusión queda absolutamente herido de muerte: una partícula puede a la vez ser onda; un electrón puede estar en una parte o en otra o estar en ninguna. Además la confianza absoluta en la razón humana para escudriñar todos los detalles del universo parece también herida. El Misterio puede existir y existe.

El principio de razon suficiente

Para D’Ors el principio de razón suficiente está ya, en cierto modo, implícito en el principio de identidad{22}, y que su desarrollo filosófico se debe, sobre todo, a Leibniz. La necesidad de formular este principio de debe a la necesidad de dar cabida a los juicios sintéticos (el de identidad se refería sobre todo a los analíticos) y con ellos a la integración de la experiencia, de los datos procedentes del mundo sensible. De esta manera es posible la invención y la hipótesis.

En síntesis el principio nos viene a decir que ningún hecho o enunciado son verdaderos si no hay una razón suficiente para que sea así, aunque nosotros lo ignoremos. No hay, por tanto, efecto sin causa, ni tampoco causa sin efecto. Además entre causa y efecto debe guardarse la debida proporcionalidad.

La formulación de este principio se publicita en dos trabajos de Leibniz: De la enmendación de la filosofía primera, publicado en 1694, y “Nuevo sistema de la naturaleza y la comunicación de las substancias”, artículo publicado en 1695 en el Journal des Savants. D’Ors sostiene que en el primer escrito Leibniz corrige tímidamente el mecanicismo cartesiano con la adición del principio de razón suficiente al de identidad; pero sostiene también que en el segundo escrito tiene lugar una revisión mucho más profunda del pensamiento cartesiano{23}.

Leibniz sostiene que para lograr una comunicación científica entre las matemáticas y la física era necesaria la idea de fuerza{24}. La materia no era una colección de partes infinitamente divisibles sino que existían unidades (las entelequias de Aristóteles, las formas substanciales de los escolásticos, etc.). Con esta afirmación Leibniz prefiguraba la futura teoría atómica. En su metafísica estas unidades fueron las mónadas.

Fundamentándose en los naturalistas Swanmmerdam y Malpighi, Leibniz afirma que la generación de un ser vivo no es más que el desarrollo de un germen preexistente, que la muerte no es más que una apariencia; que no hay nacimiento nuevo ni muerte definitiva, sino, en todas partes, metamorfosis.

Con Leibniz el universo racionalista llega a su máxima expresión: “no tiene principio, pero tiene principios”. Sin embargo, sostiene D’Ors, que esta revisión del cartesianismo lleva en sí misma el germen de la contradicción. La pluralidad de estas existencias nos lleva a la necesidad de postular una creación{25} , lo cual implica forzosamente una ruptura con el orden dado en el mundo. Al ataque de Leibniz al cartesianismo, concluye D’Ors, abre una serie de ataques que la misma ciencia ha proseguido contra una fe demasiado rigurosa de la existencia causal.

Las ciencias y el principio de razón suficiente

La revisión que realiza D’Ors del panorama científico de su tiempo con respecto al principio de razón suficiente no es tan brillante como el realizado respecto al principio de contradicción.

D’Ors inicia un “diálogo” con la mecánica{26}, con la estereoquímica o cristalografía{27} y con la biología{28}, pero es el “dialogo” con la física atómica{29}donde, a nuestro juicio, se encuentran los argumentos más interesantes.

Física atómica y teoría cuántica

D’Ors insiste en que la mecánica cuántica no solamente contradice el principio de contradicción (el electrón puede estar en alguna parte o no estar en parte alguna), sino que cita a Heisenberg y a su principio de indeterminación, y a firma que del mismos se deduce que toda medición es fragmentaria, y que, por lo tanto, resulta completamente imposible definir de tal manera un estado que pueda ser considerado como totalmente determinado, en el sentido de las exigencias del principio de causalidad{30}.

El problema de la relación entre causalidad y mecánica cuántica ha sido tratado por diversos filósofos y científicos{31}. El concepto de causa se remonta a Aristóteles, para quién las cosas vienen descritas por cuatro causas: la material (el mármol de una estatua), la formal (la forma de la estatua), la final (el objeto o finalidad para la cual se esculpe la estatua) y la eficiente (el esfuerzo del escultor para dar forma a la estatua).

La revolución científica del siglo XVII despreció las tres primeras, y en la ciencia moderna tuvo validez solamente la causa eficiente, que fue conocida simplemente como “causa”. Sobre esta idea moderna de causa se elabora el principio de causalidad, tal como D’Ors nos ha descrito: todo los que sucede presupone algo como causa, a la que sigue como su efecto, todo ello regido por una regularidad que presupone que a iguales causas, iguales efectos.

La primera impugnación del principio de causalidad la encontramos en el escepticismo de Hume. Para el filósofo británico no hay ningún fundamente, aparte del psicológico, para el principio de causalidad. Por su parte Kant, aunque aceptando algunos argumentos del Hume (los conceptos causa y efecto no son proposiciones analíticas a priori) argumenta que, por su necesidad, el principio de causalidad es un juicio sintético a priori, aunque no pueda ser demostrado por la experiencia.

Para la física clásica, elaborada de forma paralela a la filosofía de Kant, el principio de causalidad se convierte en una ley fundamental. Pero con la mecánica cuántica las cosas empiezan a cambiar. El cambio tiene que ver con el proceso de medición. En física clásica rodas las propiedades de un objeto de consideran “objetivas”, en cuanto pueden ser medidas sin que el proceso de medición afecte a las mismas. Pero en la mecánica cuántica aparecen propiedades objetivas y no-objetivas.

Las propiedades objetivas de un objeto cuántico (por ejemplo un protón) son aquellas que pueden ser determinadas sin que el sistema resulte alterado{32}, como pueden ser su masa o su carga. Propiedades no-objetivas serán aquellas que no pueden ser determinadas sin que el proceso de medición afecte a las mimas, como es el caso de la posición y la velocidad, tal como nos lo describe Heisenberg y el principio de incertidumbre.

El principio de causalidad de la física clásica no puede aplicarse a estas propiedades. El desarrollo posterior de la física ha confirmado las intuiciones de D’Ors.

La alternativa d’orsiana

Después de su crítica a los dos principios fundamentales del racionalismo, D’Ors formula su propuesta de sustituirlos por el principio de figuración y el principio de función exigida El fundamento de esta alternativa lo encontramos en la propia Dialéctica orsiana. Para D’Ors la ciencia racionalista se basa en conceptos, que son producto de la razón. Pero la Filosofía (y este es su secreto) es producto de la Inteligencia, y esta se fundamenta en palabras, es decir, en el lenguaje.

Entre la precisión y la riqueza del lenguaje funciona algo así como el principio de incertidumbre de Heisenberg: a más precisión menos riqueza, y a más riqueza menos precisión. En un extremo estaría el lenguaje científico (mucha precisión y poca riqueza), y en el otro el lenguaje poético (mucha riqueza y poca precisión). En un terreno intermedio jugaría el lenguaje de la filosofía, gobernado por la inteligencia, y capaz de captar la inevitable contradicción que hay en todas las cosas, a la que D’Ors designa con el nombre de Ironía.

A modo de ejemplo D’Ors cita el término castellano “medrar”{33}, que significa aprovechar, incrementar o ganar. Sin embrago existe el dicho “Medrados estaríamos sí…”, donde “medrar”, por antífrasis, significa todo lo contrario: disminuidos, reducidos, apurados.

El principio de figuración o participación tiene que sustituir, según D’Ors al de contradicción. En su elaboración recurre a la mentalidad de los supuestos “primitivos” (apelativo que rechaza con argumentos parecidos a los de Levi-Strauss y los estructuralistas{34}) y al llamado “pensamiento místico”.

La formulación de este principio podría resumirse diciendo que “todos los seres pueden ser, de forma incomprensible para nosotros, a la vez ellos mismos y otra cosa distinta que ellos mismos. Todos emiten, reciben y asumen fuerzas, virtudes, cualidades y acciones que se dejan sentir lejos de ellos sin cesar de estar donde están”{35}.

El principio de función exigida tiene que sustituir, según D’Ors, al principio de causalidad. En su elaboración remite a la teoría de la probabilidad{36}, a la necesidad, al orden{37}, y a la idea de ser y de germen{38}. La formulación del principio es “cualquier fenómeno está en función de otro fenómeno anterior, concomitante o subsiguiente”, o de manera más sencilla “todo fenómeno es un epifenómeno”{39}.

Un análisis más pormenorizado de estas propuestas orsianas lo dejamos para posteriores trabajos. En el presente queríamos poner en manifiesto como D’Ors corroe los principios del racionalismo a partir de los materiales que le proporcionan las ramas más punteras de la ciencia moderna.

  1. Eugeni D’Ors pedagogo

Las ideas y realizaciones pedagógicas de Eugeni D’Ors son, seguramente, lo menos conocido de su vida y su obra. Sus teorías pedagógicas se fundamentan en su filosofía y en su antropología. La columna vertebral de su pensamiento pedagógico es la potencia espiritual que anida en el ser humano contra la resistencia que le opone la materia. El resultado de este combate en la Obra Bien Hecha.

La misión del pedagogo es facilitar el descubrimiento de la Vocación que todo ser humano lleva dentro. Recordemos que para D’Ors el ser humano tiene una naturaleza tríadica: está compuesto de cuerpo, de un Yo mental ligado al cuerpo (alma), y del Yo propiamente dicho, donde anida la auténtica personalidad y la vocación. Este tercer elemento es el espíritu u Ángel. Para D’Ors la misión de la vida humana es gestar un Ángel para alumbrarlo en la Eternidad.

El conjunto de propuestas de D’Ors en el terreno de la pedagogía constituyen una curiosa amalgama de elementos tradicionales con otros que podríamos considerar hiper modernos. Por una parte su concepción clásica de la cultura, opuesta a cualquier culto a lo espontáneo, sitúa a su pedagogía en las antípodas de las ideas de Rousseau y de la pedagogía anarquista de Ferrer i Guardia. Coherente con su idea de la Obra Bien Hecha, de la Potencia que se enfrenta a la Resistencia del mundo material, D’Ors reivindica la disciplina, el esfuerzo y la memoria en la educación.

Sin embargo nada más lejos de la pedagogía orsiana que la idea puramente libresca y académica. Su interés por el trabajo y por los oficios le lleva a reivindicar una enseñanza donde las manualidades y el aprendizaje de los oficios se conviertan en una auténtica propedéutica. Su idea es que a partir de la Práctica o Empírica (la experiencia) se construyan los conceptos, propios de la Ciencia, y de aquí se pase a las Ideas, materia de la auténtica Sabiduría.

Su teoría de la Vocación (vinculada a su angeología) le lleva a rechazar cualquier especialización temprana, y reivindica que la escuela sea una especie de granja, donde estén presentes todas las artes y oficios.

Pero D’Ors no fue solamente un teórico de la educación. Los cargos que desempeño en la administración le permitieron llevar a la práctica (o al menos intentarlo) algunas de sus propuestas.

El mes de abril de 1914 Prat de la Riba, presidente de la Mancomunidad de Cataluña, nombró a D’Ors Director de Educación Superior en el Consejo de Pedagogía de la Mancomunidad de Cataluña. En 1911 había sido nombrado secretario del Institut d’Estudis Catalans. Estos cargos permitieron a D’Ors incidir de alguna manera en al realidad educativa. Entre sus realizaciones hay que mencionar la fundación de la Biblioteca de Cataluña, la fundación de la Escuela Superior de Bibliotecarias y al impulso a la Red de Bibliotecas Populares en muchas poblaciones de Cataluña.

III. El pensamiento político de D’Ors

Resulta casi un tópico decir que el pensamiento político de D’Ors pasa del catalanismo cultural y político, representado por el Noucentisme, a un hispanismo autoritario. Pero esta afirmación es una simplificación de la realidad, que esconde muchos de los matices del pensamiento de D’Ors, de la complejidad de sus ideas y también de la complejidad ideológica del tiempo en que vive.

Resulta indiscutible que el pensamiento de D’Ors pasa por una etapa de catalanismo cultural y de nacionalismo. Pero las raíces ideológicas de este periodo, el Noucentisme, están en las antípodas del romanticismo, que alimenta a los ideólogos del catalanismo y del nacionalismo. En el libro canónico de este pensamiento, La Nacionalitat catalana de Prat de la Riba, son evidentes las influencias románticas del pensamiento de Herder y del volksgeit (espíritu del pueblo). D’Ors, que ha estudiado en Francia y recibido las influencias clásicas de Charles Maurras y de la Acción Francesa, representa ideas totalmente opuestas sobre la cultura y la nacionalidad. Para D’Ors, como para todo pensador clásico, la cultura es forma, es estilo, es imposición sobre cualquier espontaneidad.

La versión orsiana del catalanismo, el “noucentisme”, se presenta como una propuesta a la vez cultural, cívica y política. Esta propuesta de presenta en las Glosses, que D’Ors publica diariamente en La veu de Catalunya, órgano de la Lliga, y en su novela filosófica La Ben Plantada. Para Cacho Viu{40} el “noucentisme” es un pre-fascismo, pues responde a las influencias de Charles Maurras y la Acción Francesa por un lado, y del sindicalismo revolucionario de Georges Sorel por otra. Esta afirmación se apoya en los estudios de Zeev Sternhell y su escuela, según la cual los orígenes del fascismo hay que situarlos en Francia, como consecuencia de la convergencia entre los monárquicos de la Acción Francesa y los sindicalistas revolucionarios, reunidos en el Circulo Proudhon{41}. Sin embargo estas afirmaciones hay que matizarlas.

Es cierto que D’Ors, que pasó unos años en Paris como corresponsal de La Veu, acusó en grado sumo las influencias intelectuales de la cultura francesa. Entre estas influencias se encuentran, indudablemente, las huellas de Maurras y de Sorel. Sin embargo el significado ideológico del autor de Reflexiones sobre la violencia sigue siendo objeto de debate intelectual{42}. Revisión del marxismo, prefascismo, vitalismo bergsoniano, revolución conservadora, son algunas de las etiquetas con las que se ha intentado clasificar el pensamiento de Sorel, el cual es indudable que ejerció una notable influencia sobre D’Ors, ya en estos primeros años.

Quizá la definición, debida a Julien Freund{43}, de Georges Sorel como primer revolucionario conservador sería la más adecuada. La llamada revolución conservadora fue un movimiento intelectual muy característico del periodo de entreguerras y representado especialmente por intelectuales alemanes, pero con eco en otras naciones europeas. Los pensadores que pueden englobarse en esta corriente son especialmente sensibles al concepto de decadencia y de crisis de la civilización europea, son hostiles al liberalismo y ven en el sindicalismo y el corporativismo una nueva manera de vertebrar la sociedad.

Las relaciones de estos intelectuales con los nacientes movimientos fascistas fueron ambiguas. Solo unos pocos, como Carl Schmitt, colaboraron con estos movimientos. Otros, como Jünger, Niekisch o Haushoffer, se opusieron a los mismos (Nieskisch y Haushoffer estuvieron internados en un campo de concentración, y el hijo de Haushoffer fue asesinado por los nazis). También hubieron casos, como el de Heidegger, de una incipiente colaboración seguida de un retraimiento posterior.

Las indudables influencias de Sorel y de Maurras en este primer D’Ors podrían situarse en este terreno. El Noucentismo, que D’Ors quiere insuflar al incipiente catalanismo cultural y político podría considerarse, más que pre-fascismo como defiende Cacho Viu, una variante peculiar de esta revolución conservadora, que llega a nuestro hombre a través de las influencias francesas.

Por otra parte, como ha señalado Enric Jardi en su biografía de D’Ors{44}, la supuesta hegemonía ejercida por D’Ors en la cultura catalana en sus años dorados (1906-1920) ha sido enormemente exagerada. Es cierto que D’Ors contó con el apoyo incondicional de Prat de la Riba, y es cierto también que en el seno de la Lliga se dieron ciertos discursos de crítica al liberalismo (heredados de los antecedentes carlistas de algunos de sus miembros) y de simpatía hacia las soluciones de tipo corporativo. A pesar de ellos, amplios sectores de la Lliga veían en las proclamas imperialistas de D’Ors una retórica fuera de lugar, y desconfiaban y recelaban de las simpatías sindicalistas de nuestro hombre. Sectores integristas (recordemos que el Partido Integrista, escisión del carlismo, era aliado de la Lliga) también desconfiaban del catolicismo de D’Ors, y desde la propia Iglesia catalana se había pedido la inclusión de “La Ben Plantada” en el Índice.

No hay, pues, un liderazgo absoluto de D’Ors y del Noucentismo sobre el catalanismo, tal como muchos han proclamado. De hecho D’Ors tiene pocos discípulos y muchos admiradores, admiradores a quienes atrae su prosa, elegante, clásica y cuidada, lo que no significa que compartan sus ideas, ni siquiera que las entiendan. La prueba es que cuando tiene lugar la defenestración de D’Ors no se produce en el seno del catalanismo político ninguna escisión, ni siquiera un conato de revuelta. Incluso antiguos discípulos se vuelven contra él, mientras que otros guardan un significativo silencio.

Mención aparte merecen las aproximaciones de D’Ors al sindicalismo. Por aquel entonces el panorama sindical en Cataluña estaba liderado por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) de filiación anarquista. Dentro de la CNT había sectores más próximos al anarquismo doctrinario, representado por la Federación Anarquista Ibérica (FAI), y otros más proclives al sindicalismo puro, sin hipotecas ideológicas. También existían los Sindicatos Libres, surgidos entre los sectores obreros del carlismo radical. Estos sindicatos solían dirimir sus diferencias a tiros. A todo ello se añadían los pistoleros al servicio de la Federación Patronal. Próximo a la Lliga estaba el Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria (CADCI), que rechazaba la violencia, lo cual lo colocaba en una situación bastante marginal.

Las ideas de D’Ors le colocaban en las antípodas del anarquismo. Sin embargo, al igual que otros revolucionarios conservadores, D’Ors se sintió atraído por el sindicalismo, no como un instrumento de la lucha de clases, sino como una forma de vertebración de la sociedad, como una forma de integración a través del trabajo, de los oficios, como una forma de participación y socialización alternativa la individualismo liberal. Por estas mismas fechas Ramiro de Maeztu publicó La crisis del Humanismo, libro donde, aparte de una crítica feroz a la modernidad, se sentaban las bases teóricas para una nueva sociedad “corporativista, sindicalista y funcionarial”, concebida como una federación de corporaciones.

Declaraciones y publicaciones de D’Ors en La Veu a favor de luchas obreras o de críticas al liberalismo manchesteriano (les Gloses de la Vaga, El Nou Prometeus encadenat, Manchester en principis, Manchester en espectre, C’est la lutte finale) muestran el interés de D’Ors por los problemas sociales y las actividades sindicales. Esta tendencia “izquierdista” de D’Ors se agudizó después de su expulsión de la Mancomunidad, con un acercamiento a los radicales lerruxistas.

Otro matiz del pensamiento de D’Ors que influyó notablemente en su marginación por parte del catalanismo oficial fue su posicionamiento ante la Primera Guerra Mundial. Aunque España permaneció neutral en el conflicto, existieron, en la opinión pública española, sectores simpatizantes con la causa de los aliados (aliadófilos) y sectores simpatizantes con la causa de los Imperios Centrales (germanófilos). Entre el catalanismo prevaleció la simpatía por la causa aliada.

D’Ors optó por una tercera via: la condena a la guerra, a la que calificó de “guerra civil de Europa”. Reivindicando a la vez a la Monarquía de Carlomagno y al Sacro Imperio Romano Germánico critica los argumentos de uno y otro bando y expone sus argumentos en el libro “Cartes a Tina”. Llega a organizar un grupo de “Amigos de la Unidad Moral de Europa” que redacta un manifiesto en el Ateneo Barcelonés, que es firmado por algunas figuras destacadas de la intelectualidad catalana. Además conecta con otras figuras europeas contrarias a la guerra, como el francés Romain Rolland y el inglés Bertand Russell.

Sin embargo D’Ors no es un pacifista. No participa en la actitud panfilista del “No a la guerra” en abstracto, pues como buen revolucionario conservador reconoce el valor profiláctico de la guerra contra la decadencia de las naciones. Se opone a la guerra en Europa por considerarla una guerra civil entre europeos que deberían estar unidos por una cultura común, y por reivindicar una unidad imperial de Europa frente a los nacionalismos.

Todo ello es demasiado para los burgueses lectores de La Veu. La opinión más extendida es que D’Ors es en realidad un germanófilo, que disimula su actitud con argumentos pacifistas y neutralistas. Todo ello no contribuyó a su popularidad.

La rotura definitiva de D’Ors con el catalanismo oficial se produjo en enero de 1920. Puig i Cadafalch, que nunca había simpatizado con D’Ors, inicia una ofensiva administrativa y política. Propone dividir la Dirección de Instrucción pública de la Mancomunidad en tres secciones, y destinar a D’Ors a una de ellas, la de enseñanza superior, lo que significa una clara degradación administrativa. A ello se suman acusaciones de irregularidades administrativas.

D’Ors dimite de su cargo y acusa a Puig i Cadafalch y a la Mancomunidad de haberlo purgado por motivos ideológicos, acusación que es rechazada en una “nota oficiosa” publicada en La Veu el dia 10 de enero. La “depuración” de D’Ors no causó demasiado revuelo: un conato de huelga de los alumnos de la Escuela Elemental del Trabajo, y la solidaridad de algunos representantes del catalanismo de izquierdas y del lerruxismo y poca cosa más.

La inquina de Puig i Cadafalch contrá D’Ors no estaba satisfecha. El dia 16 de abril del mismo año D’Ors era destituido de la secretaria del Institut d’Estudis Catalans, en una reunión en la que asistieron Ramon Turró, Pere Coromines, Agusti Pi i Sunyer, Jaume Bofill i Mates, Francesc Martorell, Jaume Massó i Torrents, Ferran Valls i Taberner, Josep Carner, Lluis Nicolau d’Olwer, Ferran de Segarra, Pompeu Fabra y Joaquin Ruyra. Puig i Cadafalch en teoría se mantuvo al margen, pero en realidad movió sus hilos para una segunda “defenestración” de D’Ors. Solo Nicolau D’Olwer y Coromines defendieron a D’Ors. El resto, siguiendo una inveterada tradición de los intelectuales catalanistas, prefirieron estar a bien con el Poder.

Después de esta humillación la situación de D’Ors en Cataluña se hace cada vez más incómoda. Es invitado a dar un ciclo de conferencias en Hispanoamérica, y a principios de 1923 fija su residencia en Madrid. Hacía tiempo que cultivaba sus relaciones con intelectuales madrileños (Unamuno, Ortega, Giner de los Rios entre otros), y diversos diarios madrileños acogen sus publicaciones (Las Noticias, ABC, El Debate).

Su huida del universo etnocéntrico de Cataluña lleva a D’Ors a descubrir la Hispanidad. Era un camino previsible, era esperable que un teorizador del Imperialismo desembocara en este descubrimiento. Él había querido y deseado que Cataluña fuera el germen de un hipotético Imperio Mediterráneo, pero en la Hispanidad descubre un Imperio que había sido real. Y aquí se inicia lo que algunos han llamado la etapa “autoritaria” de su pensamiento.

Como muchos otros intelectuales, D’Ors apoya la dictadura de Primo de Rivera. Hace un llamamiento a la elaboración de una “Marsellesa de la Autoridad”. Pero el desembarco en el pensamiento hispanista y autoritario no hace que D’Ors olvide sus inquietudes sindicalistas.

La conjunción de los ideales imperialistas, hispanistas y sindicalistas lleva a D’Ors hacia Falange Española de modo casi natural. Llevaba tiempo relacionado con la llamada “Escuela Romana del Pirineo” situada en Bilbao en torno a Ramón Basterra, colectivo que también acabó nutriendo las filas de Falange. D’Ors cultivo la amistad del propio José Antonio Primo de Rivera.

El inicio de la Guerra Civil sorprendió a D’Ors en Francia. Vuelto a España empezó a colaborar con la publicación falangista “Arriba España”, que se editaba en Pamplona bajo la dirección del sacerdote Fermín Yzurdiaga. Allí conectó con un conjunto de intelectuales falangistas (Lain, Tovar, Torrente Ballester) que formarían posteriormente el llamado “Grupo de Burgos”, bajo el liderazgo de Dionisio Ridruejo y la protección de Ramón Serrano Suñer.

A finales de 1937 D’Ors fue nombrado secretario perpetuo del “Instituto de España”, entidad que debía coordinar las actividades de las diversas academias. Sin embargo, la creación, en noviembre de 1939, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas absorbió prácticamente todas sus funciones y lo relegó a una institución puramente simbólica. Por otro lado, en enero de 1938, fue también nombrado Director General de Bellas artes. Este cargo, menos simbólico y más real, le permitió realizar alguna actividad importante, como la recuperación de importantes obras de arte españolas que habían sido depositadas en Suiza por el gobierno de la República.

José Luis Aranguren, en su libro La filosofía de Eugenio D’Ors{45}, ha puesto en manifiesto la continuidad ideológica entre la etapa Noucentista y la etapa Hispanista del pensamiento de D’Ors. Sus ideas sobre la Cultura, el Imperio, la Civilidad, como opuestas a todo lo espontaneo, a todo lo “romántico”, a todo lo caótico y desordenado, siguen siendo la espina dorsal de su pensamiento.

Frente a la idea romántica de nación, la idea clásica de Imperio. Dos frases de D’Ors resumen su visión del tema Todo nacionalismo es separatista. La extensión no importa. Y La patria ha existido siempre, la nación no.

Las naciones representan el “eon” romántico de Babel frente al “eon” clásico de Roma. Son un producto del protestantismo, de la descomposición del Sacro Imperio y de la Revolución Francesa. El Hispanismo de D’Ors es patriótico e imperialista, pero no nacionalista. Su idea de Imperio, rechazada por el catalanismo burgués, encuentra su expresión perfecta en la Hispanidad, pues España, antes de ser nación, fue Imperio.

En esta línea D’Ors, aunque muestra admiración por Mussolini, critica los elementos jacobinos que entrevé en el fascismo italiano, fruto de la herencia garibaldina y liberal presentes en la construcción de Italia.

La elaboración previa del Noucentismo, que D’Ors pretendía que fuera la espina dorsal del catalanismo, le permitieron entender muy bien la esencia de la Hispanidad, como idea imperial, como idea de comunidad de pueblos, en las antípodas de los particularismos nacionalistas. No es nacionalismo español: es hispanismo.

 

Notas

{1} La Filosofía del hombre que trabaja y que juega (1914). Madrid: Libertarias/Prodhufi, 1995.

{2} El secreto de la filosofía (1947) Madrid, Tecnos, 1997

{3} La ciencia de la cultura (1964) Madrid, Rialp

{4} Aranguren, J. L. (1945) La filosofía de Eugenio D’Ors. Madrid, Ediciones y Publicaciones Españolas, p. 109.

{5} El secreto de la filosofía, p. 222.

{6} Idem, p. 223.

{7} Ídem, p. 224.

{8} Ídem, p. 220.

{9} Idem, p. 226.

{10} Skolimowski, H. (1983) “Problemas de racionalidad en Biología”, en Ayala, F.J. y Donzhasky, T. (Eds.) Estudios sobre la filosofía de la biología. Barcelona, Ed. Ariel.

{11} El secreto de la filosofía, p. 232.

{12} Idem, p. 234.

{13} Alsina Calvés, J. (2012) Buffon y el descubrimiento del tiempo geológico Barcelona, Ediciones Nueva República.

{14} Bertalanffy, L.V. (1993) Teoría General de los Sistemas. Madrid, México, Fondo de Cultura Económica.

{15} El secreto de la filosofía, p. 236.

{16} Hawking, S.V. (1988) Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros. Barcelona, Ed. Crítica, p. 41.

{17} Ortega y Gasset, J. (1973) “El sentido histórico de la teoría de Einstein” en Einstein, A., Grünbaum, A., Eddington, A.S. et al. (editores) La teoría de la relatividad. Madrid, Alianza Universidad, pp. 164-172 (artículo publicado en Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente, 1947, pp. 231-242)

{18} Ver Popper, K. (1996) Teoría cuántica y el cismo en física. Post Scriptum a La lógica de la investigación científica. Vol. III. Madrid, Editorial Tecnos.

{19} Ver Kuhn, T.S. (1987) La teoría del cuerpo negro y la discontinuidad cuántica, 1894-1912. Madrid, Alianza Editorial.

{20} Boya, J.R. (1992) “Desarrollo conceptual de la física atómica y subatómica” en Navarro Veguillas, L.. (ed.) El siglo de la física. Barcelona, Tusquets Editores.

{21} Popper, obra citada. Ver también Mittelstaedt, P. (1969) Problemas filosóficos de la física moderna. Madrid, Buenos Aires, México, Ed. Alhambra.

{22} El secreto de la filosofía, p. 269

{23} Ídem, p. 275

{24} En el cartesianismo no existe el concepto de fuerza ni nada que pueda considerarse “acción a distancia”. La principal controversia entre cartesianos y newtonianos era en torno a la “acción a distancia”.

{25} El secreto de la filosofía, p. 276

{26} Idem, p. 277

{27} Ídem, p. 282

{28} Ídem, p. 286

{29} Ídem, p. 297

{30} Ídem, p. 301

{31} Mittelstaedt, obra citada, p. 141

{32} Ídem, obra citada, p. 131

{33} El secreto de la filosofia, p. 248

{34} Abbagnano, N. y Fornero, G. (1996) Historia de la filosofía, Vol. IV La filosofía contemporánea, Tomo I. Barcelona, Ed. Hora, p. 370.

{35} El secreto de la filosofía, p. 255.

{36} Ídem, p. 311.

{37} Ídem, p. 316

{38} Ídem, p. 320

{39} Ídem, p. 331

{40} Cacho Viu, V. (1997) Revisión de Eugenio D’Ors. Barcelona, Quaderns Crema, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes.

{41} Sternhell, Z. (1994) El nacimiento de la ideología fascista. Madrid, Siglo XXI.

{42} Freund, J., De Benoist, A. et alii (2016) El enigma Georges Sorel ¿Revisión del marxismo o prefascismo? Tarragona, Ediciones Fides.

{43} Freund, J. (1980) “Una interpretación de Georges Sorel” Nouvelle Ecole, nº 35.

{44} Jardi, E. (1967) Eugeni D’Ors. Barcelona, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Ayma S.A. Editora.

{45} Aranguren, J.L. (1945) La filosofía de Eugenio D’Ors. Madrid, Ediciones y Publicaciones españolas.

 

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Fuente: http://nodulo.org/ec/2018/n185p08.htm

 

3 de enero de 2019.   ESPAÑA



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