La planicie del mundo

Me revuelvo entre las sabanas una y otra vez, abrumado, casi vencido, por los pensamientos que van y vienen chocando entre si, dejando chispas que se entrelazan, entrecruzan y estallan. Pero al final es imposible continuar intentando conciliar el sueño. Me levanto y retomo al texto que dejé al lado de la cama. Forma y Objeto. Un tratado de la cosas (Forme et Objet. Un traité des choses) Su autor, Tristan García. Joven novelista y filósofo egresado de la Ecole Normale Superiore de la rue d’Ulm de Paris, el mismo recinto del cual salieron personalidades intelectuales como Henri Bergson, Jean Paul Sartre o Alain Badiou.


Tristan se propone llevar a cabo la última vuelta de tuerca de la filosofía occidental: secularizar lo secular o lo que es lo mismo, aplanar el mundo. Una “ontología plana1” es su acicate. Una metafísica en la que todo, absolutamente todo lo que reside y aparece en el mundo es estrictamente intercambiable entre si (le monde … est celui où n’importe quelle chose, stricto sensu, en vaut une autre).

Hace mucho tiempo ya que esta tarea fue emprendida por la filosofía moderna. Así, frente a la jerarquisacion ontológica de Platón y de sus herederos durante la edad media, se levantó una tradición filosófica que intentó sustituir la soledad imperturbable del demiurgo por la inmanencia de una sola sustancia expresada en infinitos modos (Spinoza). Ante la preeminencia ontológica de la sustancia de Aristóteles, aparecen con Leibniz las “heridas” de esta misma substancia inhiriendo los accidentes. Podríamos decir entonces que desde este punto de vista, la filosofía moderna, la cual nace con Descartes, no sería más que una gran maquina aplanadora del mundo. Una gran maquina de secularización, de hacer bajar a la tierra lo que antes moraba en las esferas celestes. Tantos siglos de filosofía y de pensamiento occidental no hicieron más que horizontalizar lo que antes se creía y pensaba vertical, a saber, Trascendental.

No es extraño pues que esta tarea aplanadora del mundo sea culminada audazmente por alguien que se inscribe directamente en la tradición filosófica de Gilles Deleuze y de Alain Badiou. Estos dos últimos, conocidos por la publicitacion de un universo especulativo absolutamente plano y sin jerarquías, expresado a través de una metafísica de la multiplicidad pura. Tristan García es un fiel heredero y continuador de estos pensadores.

Deleuze, siguiendo la tradición inmanentista comenzada por Spinoza (una sola substancia expresada en una infinidad de modos) construyó una metafísica en la que cada entidad es una variación de intensidades y velocidades, las cuales aparecen, desaparecen, se entrecruzan y chocan, se bifurcan y se fusionan en un solo plano (plan de inmanencia o de consistencia). Badiou, secularizador de las matemáticas, último avatar del platonismo, despliega formal y elegantemente una axiomática en la que la multiplicad del mundo está constituida, en última instancia, de un solo elemento generador: el vacío.

Ahora bien, ¿ y si el mundo no fuese mas que una gran llanura, sin relieves, ni abismos; sin murallas ni depresiones?, ¿un mundo poblado de cosas y nada mas que cosas? Hay cada vez mas y mas cosas y es cada vez mas difícil comprenderlas y ser complementario con ellas, de añadirse si mismo a si mismo a cada instante, en cada lugar, en medio de la gente, en medio de objetos físicos, naturales, artefactuales, de partes o componentes de objetos, de imágenes, de calidades, de paquetes de datos, de informaciones, de palabras, de ideas… de concederlas sin sufrir por ello. Un mundo de cosas alrededor nuestro, de cosas en nosotros, de nosotros entre las cosas. En un mundo tal, no queda mas nada que reificar que no sea la cosa misma.

Quisiera aclarar que lo que nos propone Tristan no es que el Demiurgo, Dios, los ángeles celestes, el sujeto trascendental o el proletariado no existan, sino que todas estas entidades, al igual que los genes, un sueno, una canción o una ecuación son formalmente cosas: cualquier cosa (quelque chose). Ultimo avatar de un mundo sin sujeto, pero también sin objetos, Tristan nos introduce en un universo ontológico en el que el espectador no es más que una cosa entre la infinidad de cosas que pueblan ese mundo. No más conciencia intencional, no más juegos de lenguaje, no más acción o interacción entre un afuera y un adentro, no más representación de un mundo exterior (lo real) a través de un mundo interior ( la consciencia de si/ estructuras del inconciente, etc.). En la planitud ontológica de Tristan no hay más que cosas entre cosas. Cosas sin cualidades, sin sabor ni color, sin tamaño ni forma. Cosas que en realidad no son cosas, pues están privadas de toda intensidad, de toda extensión. Ellas son, en su solitud ontológica, estrictamente equivalentes las unas con las otras X=X.

Esto puede chocar o irritar al lector inadvertido, quien verá en tal empresa la cosificación degradante del mundo. Sin embargo, la tarea emprendida por Tristan García no busca desubstancializar el mundo para dejarlo vacío de sentido, sino mas bien proveernos de una “tabla de cortar cosas sin calidades” que nos sirva como ultimo recurso para un mundo en el cual se multiplican sin cesar la acumulación de objetos que se yuxtaponen las unas con las otras. Un universo abarrotado de objetos y mercancías inservibles, de gadgets materiales y virtuales; físicos y afectivos que hacen de nuestra existencia una jerarquía de objetos.

Jean Clet Martin tiene razón cuando afirma que la metafísica garciana – si podemos llamarla desde ya así- es de una pobreza inmanente: “pobre arte en filosofía”. Pero esta pobreza es la condición de posibilidad de toda riqueza, pues en esa grisalla reside la única manera de mantener la inmanencia hasta el final el final del camino. Se trata de un dispositivo que permite asegurar el ser de las cosas y de su igualdad absoluta antes de encontrar sus diferencias, sus determinaciones. Es partiendo desde la blancura pura y ecuánime de un universo privado de calidades que puede emerger la autenticidad de un mundo brillante y colorido.

Difiero no obstante de J.C. Martin cuando afirma que la metafísica de Tristan es una metafísica triste. Ignoro si tal afirmación apuntaba a un juego retórico de palabras (Tristan, Triste) o a una valoración moral. Lo cierto es que si bien el ejercicio ontológico expuesto en Forme et Objet, sostiene que el precio que hay que pagar por la inmanencia absoluta es, en ultima instancia, el precio de un mundo sin contenido; también es cierto que el mundo adquiere color a partir de la interrelación, comprensión e introducción ineluctable de las cosas que terminaran constituyendo un mundo de objetos: un universo objetivo de cualidades e intensidades. Al fin y al cabo, y al igual que en la metafísica deleuziana, Tristan García recurre a la dualidad para explicar la aparición de nuestro mundo sensible. Una vez mas el espectro acechante de la duplicidad platónica.

Lo que si podemos afirmar sin lugar a dudas es que la empresa filosófica de García es una empresa atea. Destronando el último avatar trascendental de la metafísica moderna, el sujeto, Tristan nos enseña que este, el hombre no es más que una cosa entre la infinidad de cosas existentes en el universo. Esto, como ha de preverse, tiene sus consecuencias en el ámbito práctico. Dios, los seres vivos, los hombres y todo el sistema de representación que este crea sobre el mundo que lo rodea, las cuales se insertan a su vez en un sistema de valores sociales, políticos culturales, estéticos, etc. son tratados también en tanto que cosas. Tristan lo advierte en la introducción de su Tratado,

Ciertos pensamientos buscan la salvación. Aquí no estamos buscando nada que redimir: ni el alma, ni la persona, ni el cuerpo, ni el pensamiento, ni una comunidad, ni el proletariado. Cosas entre las cosas, el pensamiento de este tratado no intentará salvarme: entre las cosas no hay salvación.

Tristan culmina la empresa nietzscheana de crear una realidad de ídolos destronados. Heidegger lo vio a mediados del siglo XX en la empresa demoledora de la técnica y las ciencias modernas. Tristan terminando de una vez por todas con los fantasmas insepultos de la modernidad, nos presenta una metafísica para ateos con la cual nos da la bienvenida a la árida, pero a la vez alegre realidad especulativa del siglo XXI. Leyendo a Tristan García podemos afirmar, sin lugar a dudas, que al menos en filosofía ha muerto y ha nacido un nuevo siglo.

1. Por ontología se entiende aquí aquello que Frederic Nef refiere como: “una disciplina formal que trata de los objetos y del contenido de los modelos que nos permiten aprehender la realidad de la forma más general y más abstracta posible” (l’ontologie est une discipline formelle qui traite des objets et du contenu des modéles qui nous permettent d’ appréhender la réalité de la manipere la plus générale et la plus abstraite) Fr. Nef, Traité d’ontologie, Editions Gallimard, 2009, pag. 20.

Fuente: http://www.ciudadccs.org.ve/?p=393943

5 de marzo de 2013



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Una respuesta a "La planicie del mundo"

  1. Creo que hay que tener cuidado antes de mostrar entusiasmo por este tipo de “Metafísicas”. Hay que considerar antes bien un par de cuestiones: la “flat ontology” de García se basa más en la tradición de Badiou y un filósofo también novel, Quentin Meillassoux, de las que autores como Deleuze difieren cualitativamente. Es decir, la inmanencia deleuziana está poblada de intensidades, dinamismo, DIFERENCIAS, mientras que en las anteriores vemos la preeminencia del Ser como sustrato o vacío, planicie obtenida por la sustracción de las mismas. Esta anotación puede parecer superficial pero es sumamente importante, puesto que tanto en Badiou como en García (tengo noticia de él gracias a la Object-Oriented Ontology, una especie de realismo “naif” surgido en el auge de la blogosfera), la voz que se alza triunfante es la de Platón y como cabría esperar, la secularidad de la misma es sólo aparente. García no sigue la línea inaugurada de Deleuze, quien, a pesar de sufrir la manipulación tramposa de Badiou (quien por cierto ODIABA su filosofía), se resiste a borrar y a obviar esos flujos que atraviesan los cuerpos, haciendo de cada uno una SINGULARIDAD (y no una mismidad, o lo que es lo mismo, la homogeneización del mundo como una “cosa”). Las ontologías del Ser como aquello radicalmente distinto a la Apariencia (o lo que en García se podría llamar “La blancura o planicie” como distinto a las “irregularidades, discontinuidades y relieves” propias del mundo dado a los sentidos) son un blanco de la filosofía deleuziana y también nietzscheana, por lo que no pueden ser englobadas en el mismo proyecto.

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