Los idus de Clooney

Comentarios a propósito de Los idus de marzo (2011, George Clooney)

César – !Ya han llegado los idus de marzo!
Adivino – Sí, César; pero no han pasado aún.
(Shakespeare, Julio César.)

Los idus de marzo (2011, George Clooney)

La película que reseñamos se estrenó en España el pasado 9 de marzo de 2012 (en EEUU lo hizo el 7 de octubre de 2011). Está dirigida por el también actor George Clooney, y basada en la obra de teatro Farraguth North de Beau Willimon de 2008. Era una de las películas que sonaban para ser candidata a los premios Oscar en varias categorías, pero finalmente no fue así (y pese a elegirse nueve películas como candidatas a mejor película del año). Da igual: eso no le resta un ápice a la importancia que tiene el film.{1}

Esta película es muy interesante e intentaremos mostrar algunas de las ideas que la sustentan en las páginas siguientes. Veremos la conexión que se pueda establecer entre la «tesis» de la película (si es que tiene alguna, o varias) y el fundamentalismo democrático. Saldrá el tema de los «valores», en el que muchos se amparan{2}, la corrupción, la honestidad, la democracia, las campañas electorales, la lealtad (cuestión de mucha importancia en la película), la traición, la culpabilidad, la responsabilidad, el sexo, el aborto, la pena capital, el puritanismo, el periodismo, la paz, la guerra, las energías alternativas, la religión, la ambición, &c. &c. Qué duda cabe que con cada una de estos temas tendríamos para un artículo, una conferencia, un seminario, un libro, una tesis doctoral o una vida entera. Todo depende de a la escala en que se realice el análisis. En nuestro caso, será el de un artículo no muy extenso, e intentando ceñirnos a la película.

¿Está Clooney (como co-guionista y director de la película) defendiendo leibnizianamente la tesis de que la democracia estadounidense es el mejor de los sistemas políticos posibles? ¿Estará diciendo acaso que es el menos malo (como dijo Winston Churchill en su discurso de 1947)? ¿Está denunciando que hasta detrás de la fachada de los más brillantes líderes políticos se esconden cosas deshonestas? ¿Se está simplemente describiéndolo? ¿Se descubre algo nuevo con esto? ¿Está poniendo el foco por los territorios que habitualmente permanecen en la sombra? ¿Se trata de basura fabricada o desvelada? ¿Huelen mal las bambalinas de la política profesional? ¿Es un documento veraz de los mecanismos de ascensión interna en el partido? ¿Es una crítica a los políticos corruptos? ¿O se está diciendo que todos los políticos son corruptos? ¿O es una crítica más profunda, dirigida a la sociedad norteamericana en su conjunto –al peso de la tradición puritana–? ¿Se ve con malos ojos la posición maquiavélica del arte de gobernar desde una posición propia del fundamentalismo democrático? ¿Es una de las visiones más cínicas, descreídas y amargas sobre los políticos profesionales de las democracias parlamentarias? ¿Es la caída del guindo de quien pensaba que existían líderes puros, impolutos e inalterables, y su paso a la realpolitik? ¿Por qué elige el Partido Demócrata? ¿Acaso para remarcarque es algo genérico y no propio del partido republicano, siendo quien la realiza un simpatizante demócrata? ¿Es el propio personaje interpretado por Clooney un alter ego de Obama? ¿O de Kennedy?{3} ¿Se sitúa en la misma línea que Primary Colors (1998, Mike Nichols) o La cortina de humo (1997, Barry Levinson)?

Todas estas y muchas más preguntas se pueden hacer a propósito de la película. Nosotros intentaremos responder algunas, resaltando los aspectos más importantes. Es una de esas películas que suscitan tal cantidad de asuntos que despiertan una especie de desasosiego en el espectador, y ponerlas negro sobre blanco es una buena manera de calmar tal inquietud, además de intentar explicar y entender la película.

Si nos fijamos en los carteles de la película, vemos como en los dos aparecen Morris y Stephen exclusivamente. En el primero y menos utilizado, vemos en primer plano el perfil de Clooney mirando al frente y tras él Gosling mirándolo de reojo. En el segundo, es Gosling quien oculta la mitad izquierda de su rostro con la parte izquierda de Clooney, portada de Time, con la pregunta: «Is This Man Our Next President?». Encajan perfectamente ambos perfiles, y ya se muestra esa doble cara, tanto de uno como de otro.

En el calendario romano los idus de marzo eran el decimotercer día de cada mes excepto los meses de marzo, mayo, julio y octubre, que eran el decimoquinto. Los idus de marzo es el título de una famosa novela de Thornton Wilder de 1948, y de otra de Valerio Manfredi de 2009. La expresión la utiliza Plutarco al hablar de Julio César. Dice:

«(…) Pero Estrabón el filósofo cuenta que muchas personas vieron aparecer hombres cubiertos de fuego y que el lacayo de un soldado hizo salir de su mano una gran llama, creyendo los presentes que se quemaba, pero que al apagarse el fuego el hombre seguía indemne; y que cuando el propio César celebraba un sacrificio, no se encontró el corazón de la víctima, lo que era un prodigio terrible, pues difícilmente podría la naturaleza engendrar un animal sin corazón. También se puede oír a mucha gente contar que un adivino le había prevenido que se guardase de un gran peligro el día del mes de marzo que los romanos llaman los Idus, y que ha llegado dicho día, saliendo César para dirigirse al Senado, había saludado al adivino diciéndole a modo de chanza. «Bueno aquí están los Idus de marzo», a lo que él le había respondido sin inmutarse: «Sí, aquí están, pero todavía no han pasado»».{4}

Y es sobre todo conocida por el Julio César de Shakespeare, ya desde el principio, con la irrupción de un adivino:

«Adiv. – ¡Guárdate de los idus de marzo!
Cés. – ¿Quién es ese hombre?
Bruto – Un adivino, que os ruega s guardéis de los idus de marzo.
Cés – Traedle ante mí, que le vea la cara.
Casio – Amigo, sal de entre la muchedumbre; mira a César.
Cés. – ¿Qué me dices ahora? Habla otra vez.
Adiv. – ¡Guárdate de los idus de marzo!
Cés. – Es un visionario; dejémosle. Paso. (Música. Salen todos, menos Bruno y Casio).{5}

Y se referirán a los idus de marzo una vez en cada uno de los cuatro actos restantes. Bruto en tres ocasiones (segundo, cuarto y quinto acto), y César a comienzos del segundo, dirigiéndose al adivino: «!Ya han llegado los idus de marzo!», y respondiéndole éste: «Sí, César; pero no han pasado aún».

Ahora pasamos a «destripar» la película, por lo que quien no la haya visto y tenga interés en hacerlo, quizá debería detener (o posponer) su lectura en este momento.

La película comienza con el protagonista, Stephen Meyers (Ryan Gosling) pronunciando de mono monótono y desapasionado un discurso. Vemos a continuación cómo se trata de un ensayo para el que defenderá ese discurso, el gobernador Mike Morris (George Clooney), que aspira a convertirse en el líder del partido demócrata y ulteriormente de su país, como presidente de los EEUU. Para ello, primero debe derrotar en las primarias a un candidato demócrata de menor fuste (Pullman). Se aproxima el supermartes y el estado de Ohio será pieza clave para saber quién se llevará la victoria.

Los republicanos pueden votar, y presumiblemente lo harán por el rival de Morris, al considerar a éste mucho más peligroso en caso de aspirar a la Casa Blanca en las elecciones generales. Y a su vez, en el proceso de decisión tendrá un peso muy importante el senador Thompson, que con su apoyo público a uno u otro candidato demócrata, puede movilizar muchos votos. Thompson tomará su decisión no en función de la mayor valía política sino de lo que le pueden ofrecer en un futuro, es decir, qué cargo político ostentará una vez el partido demócrata llegue al poder. Como en el casino, ¿quién da más? ¡Hagan juego!

Y ese juego, esa dialéctica de intereses, es de lo que trata la película. De la vida política. Esa que a nuestro protagonista, Stephen, le produce rechazo. Éste, como responsable de comunicación del candidato Morris, es el segundo de a bordo. El primero es Paul Zara (Phillip Seymour Hoffman), perro viejo en esto de las campañas electorales (luego hablaremos de la conversación donde expone sus principios deontológicos). En una conversación al principio de la película, Zara expone a Morris que la solución más factible (por no decir la única) es ofrecer un buen puesto al senador Thompson. De este modo se asegurarían la presidencia. Pero si no lo hicieran, Thompson apoyaría al otro candidato demócrata y habría serías opciones de perder el estado de Ohio. Y después, por efecto dominó, perderían en el resto de estados, y por extensión, no lograrían ser aspirantes a la presidencia. A Stephen no le gusta la idea de ceder al chantaje de Thompson, pero el que decide no es él, claro está, sino Morris. Éste decide que no se puede «vender», cediendo a la presión del senador Thompson. Hay que lograr la victoria por otro camino, e invita a encontrarlo a sus asesores. Esta decisión no gusta a Zara pero contenta a Stephen, ya que ve que su inmaculado líder no cede a ningún tipo de influencia externa (es el «autos» puro: Kant estaría satisfecho). Para Stephen es una persona honesta, pura, impoluta, que salvaguarda sus ideales. Si llega a la presidencia, será con y por principios. Por/con los valores. No piensa perderlos desde un primer momento. En todo esto cree Stephen. Cree a ciegas en su candidato. Piensa que no le va a defraudar ni a engañar, y no sólo a él, sino al conjunto del pueblo americano. Él no es una opción: es la opción. Como le dice al personaje de Ida (Marisa Tomei), una periodista de un periódico demócrata: «No es que quiera que salga (elegido). Es que tiene que salir». Piensa poco menos que es la salvación, la nota de color (ya sale a relucir Obama) de la política useña. El aire fresco que puede entrar al abrir la ventana. Ida, más realista y desencantada, le advierte que no supondrá ninguna novedad ni revolución, y que, con el tiempo, le acabará defraudando, ya que es imposible que cumpla todas sus promesas. Ida critica el idealismo soteriológico de Stephen, confiando en el mesías que todo puede y todo hará.{6}

En este punto, aparecen dos líneas que marcarán el desarrollo de la película. En la primera, Zara coge un avión para ir a ver al senador Thompson y hacerle su oferta. Mientras tanto, Stephen recibe la llamada de Tom Duffy (Paul Giamatti), el responsable de la campaña del otro candidato demócrata. Duffy es, al igual que Zara, otro veterano de la política, y se desenvuelve con holgura en el medio (luego veremos hasta qué punto). Duffy quiere quedar con Stephen para comentarle algo muy importante, y sólo puede hacerlo en persona. Pese a la negativa inicial de Stephen, le acaba convenciendo. Telefonea a Zara antes de la cita, pero su teléfono no está operativo y le deja un mensaje de voz en el contestador. Quedan en un bar semivacío. Allí nadie les verá. Si la prensa se entera, se armaría una buena. Duffy le explica a Stephen que quiere que se pase a trabajar en su equipo, que abandone a Morris. Le dice que van a ofrecer un gran cargo al senador Thompson, y así ganarán las elecciones. Stephen se niega a abandonar el barco. Tras el encuentro, habla con Zara y éste le pregunta qué era eso tan importante que tenía que decirle. Stephen le dice que no se preocupe, que ya está solucionado. Ahí queda la cosa.

La segunda línea de la película es la que se desarrolla, en principio, paralelamente a esta teoría de juegos electoral. Sería el aspecto de vida privada del protagonista. Stephen intima con una becaria que trabaja en su equipo, en el del candidato Morris. Ella se llama Molly (Evan Rachel Wood), y es una joven de 20 años, diríamos que enamorada de Stephen, diez años mayor que ella. Él, en cambio, no puede permitirse ese lujo, ya que «está casado con la campaña», como responde a la pregunta de Morris de si sigue soltero. Tras acostarse juntos un par de noches (y después de ejecutar operaciones, no relaciones), Stephen coge por error el teléfono móvil de Molly en vez del suyo, pensando que le llaman a él. Resulta que es el gobernador Morris quien la llama a su teléfono particular a las dos y media de la madrugada. Algo huele a podrido en Dinamarca, piensa Stephen. Molly, entre lágrimas, le explica la situación. Hace unas semanas, el gobernador Morris y una serie de gente celebraron una fiesta en una casa. Molly estaba allí. Y cuando se quiso dar cuenta, llevaba varias cervezas encima y estaba hablando animadamente con el gobernador a la puerta de su habitación (la de Morris). En un momento, éste la coge por el brazo y entran en la habitación. En este momento de recreación de la escena (no se recurre a ningún flashback), Stephen y el espectador dudan si se trata o no de una violación. Ella aclara que «no iba tan bebida». Entonces deja caer (no lo dice explícitamente) que está embarazada{7}. Añade que es de familia católica, por lo que deshacerse del «problema» cuesta novecientos dólares (ir a una clínica a abortar), que ella no posee. Al único a quien podía acudir era a Morris, el co-causante de verse metidos en ese embrollo. En este punto, Stephen está sorprendido por el comportamiento de su líder, padre de familia, y temeroso del escándalo que puede suponer, con la consecuencia de perder las elecciones. Molly, en cambio, está situada en otro plano, no ya el del fracaso de su líder, sino en el del plano personal. Se ha quedado embarazada, sin pretenderlo ni ella ni Morris. Es un embarazo no deseado. ¿Y cuál es la solución? Destruir al feto, al futuro niño. No se plantea la posibilidad de tenerlo. El hacerlo supondría que su católica familia (su padre es el presidente del partido demócrata) se enterase. Y no quiere pasar por el embarazo, bien para criarlo bien para cederlo en adopción{8}. Lo más fácil es extirpar ese «bultito» que lleva en su interior, y aquí paz y después gloria. No hay escándalo Morris, su familia no se entera de nada y su carrera profesional no se ve mermada. Ella está consternada y dubitativa (como se verá luego en la clínica, aunque más que nada por la falta de apoyo de algún ser querido, y en particular, de Stephen, al que ella quiere. Pero él está más preocupado porque nada salga a la luz y la trata con desdén, abandonándolo en la clínica abortiva), pero no se plantea, insistimos, la posibilidad de tener el bebé. La «sensibilidad» demócrata es favorable a la libre decisión de la mujer y su derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera (lo que sucede es que no sólo le incumbe a ella, del mismo modo que la madre puede autorizar, llegado el caso, que se le ampute la pierna a su hijo menor de edad, pero, sin duda, éste lo va a sufrir, nunca mejor dicho, en sus carnes). El propio Morris, en una escena del principio de la película, donde se le somete a preguntas varias, responde que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo. Es la mentalidad progresista. En cambio, el partido republicano representa una forma de pensar arcaica, pasada de moda. La que sostiene que el aborto es un asesinato. Están presos de una mentalidad cavernícola. El presente y el futuro es demócrata, y decretan el derecho a abortar. Descuartizan a un ser humano, pero ojos que no ven…

Molly había llamado a Morris por la tarde y no pudo hablar con él. De noche, él le devuelve la llamada. Nada sabe el gobernador del embarazo de la chica. Stephen pretendiendo que nadie más sepa eso, se ofrece a darle los novecientos dólares a Molly. Al día siguiente pide a uno de sus subordinados que reúna dinero de la campaña y que no lo ponga en las cuentas, ya que se trata de una emergencia de la que no puede decirle nada. Puede reunir quinientos dólares. Después vemos a Stephen sacando dinero en un banco, quizá suyo, quizá de la campaña. Lo sorprendente es que Stephen no tenga los novecientos dólares en su cuenta bancaria, y dado que su intención no es la de mermar económicamente la campaña de su candidato a modo de castigo por su conducta (además, es un gasto ridículo), sino la de no levantar ninguna sospecha, este punto no se entiende muy bien.

Zara en su regreso explica que no ha llegado a un acuerdo con el senador Thompson. Entonces, Stephen le comenta su encuentro con Duffy, y el ofrecimiento de éste. Zara se enfada por no habérselo dicho, ya que le estuvo contando cuál iba a ser su estrategia electoral. Había mostrado las cartas al enemigo. Por culpa de Stephen, toda la campaña podia irse al carajo.

Aparece Ida, avisando a Stephen de que tiene información de su reunión con Duffy, y que el asunto saldrá en la prensa. Le pide su versión, y le da veinticuatro horas antes de que se publique. Stephen llama a Duffy enfadado, pensando que ha sido éste último quien ha filtrado la noticia. ¿Quién si no? Él se lo niega.

Stephen queda con Molly para darle el dinero en unas escaleras con poca luz, en un ambiente lúgubre. Le dice que cuando sepa dónde y a qué hora es la intervención, le avise, que él la acompañará. Así es, la recoge en su coche y se dirigen a la clínica. Ella firma los papeles de ingreso y él se queda el resguardo. Mientras ella espera, él se marcha y queda en pasar a buscarla cuando todo haya acabado.

Zara le explica a Stephen que ha sido él quien ha filtrado la noticia. Stephen no lo entiende. ¿Por qué? Básicamente por una cuestión de lealtad. Le explica que puede ser muy bueno, y sin duda lo es, pero sin lealtad no hay nada. ¿Por qué acudió a la reunión con Duffy? ¿Por vanidad? ¿Por interés? Eso no se lo podía perdonar. Ya no podía confiar en él, y le cuenta su caso particular, cuando se vio en una tesitura parecida. Él no abandonó, y perdió las elecciones. Pero a la siguiente vez ganó, y así hasta ahora, veinte años después, donde es uno de los más reputados asesores políticos. Zara despide a Stephen, con conocimiento y aprobación del propio Morris.

Tras esto, Stephen se dirige a hablar con Duffy. Le cuenta que Zara ha sido quien ha filtrado la noticia y que se ha marchado. Duffy le pregunta irónicamente si se ha marchado o le han echado. Si le han echado, ya no pueden ficharle, ya que no puede fichar a quien el enemigo no quiere, de quien prescinden. ¿Qué imagen darían si se quedan con el segundo plato de otros? Una imagen perdedora, y es la que no pueden dar. Stephen descubre la estrategia de Duffy con la reunión del bar. Se pasaba a su barco Stephen: Duffy gana. Si no se pasaba, Duffy sabía que se lo iba a comunicar a Zara, y sabía cuál iba a ser la reacción de éste, al enterarse que había tenido una reunión oculta con la competencia: echarle. De este modo, siempre gana Duffy. Se viene Stephen con ellos, ganan un gran asesor. Pero si no pueden tener a ese gran asesor, la alternativa es que tampoco lo tenga el rival. Y es lo que ha hecho el personaje de Giamatti de maravilla al modo del genio maligno cartesiano, una conciencia que envuelve a otra conciencia. Stephen le dice que ha jugado con su vida. Duffy se disculpa y le dice que, de veras, lo siente, pero que así es el juego. Stephen, llevado por la ira y la venganza, le pregunta si no le ficharía para su equipo si tuviera algogordo, muy gordo, un auténtico scoop que acabaría con Morris.

Por todo este ajetreo, Stephen llega tarde a buscar a Molly. Ella se ha cansado de esperar y se ha ido a la sede de la campaña, tras comer algo en una cafetería. Mediante montaje paralelo, vemos como en esa tarde-noche lluviosa ambos están destrozados.

Molly se entera que Stephen ha sido despedido porque se lo cuenta su sucesor, presente en la habitación durante la conversación entre Zara y Stephen. Molly, asustada, llama varias veces a Stephen, pensando que por venganza pueda sacar a la luz el affaire Morris. Ella se vería inmersa en un escándalo. Le deja varios mensajes suplicándole que no lo haga.

Los informativos televisivos dan la noticia de que una joven becaria que trabajaba en la campaña del candidato Morris acaba de ser encontrada sin vida en su hotel. Stephen lo descubre minutos antes, cuando ve que su habitación (la de ella) está abierta. Entra en la misma y la encuentra tendida en el suelo. Hay una persona que está llamando a la ambulancia y le comunica que está muerta. Vemos encima de la cama, junto al bolso, el teléfono móvil de Molly (ella está en el suelo: vemos su cuerpo inerme pero no su cara). Se supone que disimuladamente (no nos lo muestra en pantalla), lo coge Stephen. La noticia le conmociona, culpabilizándose por no haber estado al lado de ella en esos momentos difíciles, y a la vez, deseoso de hacer pagar a Morris su responsabilidad. No puede irse de rositas. Pero su ethos ha cambiado. Él quiere sacar rédito. Piensa en chantajear a Morris.

Al día siguiente, Morris está ofreciendo una rueda de prensa sobre la trágica muerte de una de sus trabajadoras en la campaña. Un periodista le pregunta desde cuándo trabajaba para él la fallecida. Hace gesto de desconocer el dato y se hace a un lado mientras responde Zara. En ese momento, le suena el teléfono a Morris, que se pone a mirar quién le llama y ve que el emisor es Molly. Sorprendido y preocupado, levanta la vista y comienza a echar un vistazo a la abarrotada sala de prensa, para ver si está allí quien le llama. Y en efecto, allí se encuentra. Observa a Stephen con el teléfono en la oreja y la mirada puesta en sus ojos.

Quedan clandestinamente Morris y Stephen. Ambos tantean qué información posee el otro. Morris le pregunta si se ha tragado la historia que le haya podido contar Molly. Stephen le dice que estaba embarazada, y quiere averiguar si él lo sabía, ya que fue el último en hablar con ella antes de morir. Según Morris, ella le dijo que no quería causarle ninguna molestia. «Estaba» embarazada, expresa Morris. Tras haber abortado, no le pueden relacionar con ella. Será su palabra de inmaculado candidato a la de un asesor despechado y rencoroso. Tendría todas las papeletas de perder. Entonces, Stephen se saca un as de la manga: sí que se le puede relacionar con ella, ya que dejó una carta antes de morir, y se halla en su poder. Morris no se lo cree, ya que ella le había dicho que no quería involucrarle. Pero, por otro lado, dice Stephen, ella tenía veinte años, con toda la inestabilidad que ello supone. Así que Stephen le da a elegir a Morris: o destituye a Zara y le contrata a él como su sucesor, o todo saldrá a la luz. Morris no termina de creer lo de la carta y le expresa su inquietud si aceptase estar los próximos ocho años con él. Stephen le contesta que sólo cuatro, que no corra tanto. Se marchan cada uno por su lado y parece que no habrá trato.

El espectador pudiera pensar que el candidato Morris se librará de Stephen. Pero quizá ello sea demasiado. Una cosa es un lío de faldas, y una muerte inesperada (que seguramente no accidental, como se hicieron ecos los medios), y otra ordenar un asesinato. Además, sería demasiada casualidad que en el lapso de unos días apareciera muerta otra persona del entorno de Morris, alguien que había sido de su confianza hasta hacía bien poco. Tanta agua sucia no conviene; sería una derrota casi segura.

De nuevo por la televisión nos enteramos, mientras Stephen se afeita, que el candidato Morris decide dar un vuelco a su campaña, y prescinde de Zara (que no se muestra, tan sólo le vemos subir y bajar del coche, pero con esa estupenda elipsis ya sabemos lo que ha sucedido), pasándole a sustituir Stephen. Éste se ha salido con la suya. Se ha metido en las cloacas de la política, y desprende un hedor insoportable, pero a todo se acostumbra uno. Se ha adaptado al medio rápidamente en función de las necesidades. Es uno más del circo. Ni él ni Morris son intocables. Al conocer a su líder a fondo, se le cae el referente, el espejo, y llega a la conclusión de que nada importa nada, en su versión nihilista.

La película termina como empezó, con Stephen haciendo una prueba ante las cámaras antes del mitin de Morris. A la derecha, a la izquierda, arriba, abajo, luces aquí y allí … Mientras espera a que todo esté listo para el ensayo, se nos muestra un primer plano del rostro de Stephen. Los ojos miran hacia el suelo. El plano dura unos segundos. Por la (in)expresividad de su rostro podemos entender, sin hacer ningún tipo de introspección (o quizá un poco), que está reflexionando sobre cómo ha llegado ahí, en qué se ha convertido, culpabilizándose de la muerte de Molly, sobre el hundimiento de los valores éticos, morales y de su líder, &c. De repente, le dan la señal de que ya está listo todo, sube la mirada, y mirando a cámara, se funde en negro y acaba la película. Se nos está diciendo que cuando las cámaras están listas, empieza el espectáculo. Todo es un show. Nada de altos ideales. El objetivo de los partidos es ganar las elecciones. Y después todo el «programa, programa, programa» que se quiera.

La conclusión final, y del filme en general, parece que es la de que no hay que creer nada de lo que nos dicen los políticos, o, al menos, muy poco. Se dirá que es una clara analogía o alegoría del desencanto con Obama, al que muchos veían como el salvador, incluido en España, en pleno ejercicio del pensamiento Alicia. Recordemos que Clooney apoyó a Obama en 2008, y de que un día antes de ser detenido frente a la Embajada de Sudán, cenó con el mismísimo presidente (otros actores simpatizantes con la causa, como el español Antonio Banderas, han cedido su casa para celebrar reuniones con Barak Hussein Obama).

Clooney ha dicho en las diversas entrevistas promocionales de su cinta que este proyecto data de 2007, pero que con la irrupción de Obama, no parecía oportuno realizar entonces la película, ya que parecería que era una alusión directa al de Chicago. Aunque habría que decir: ¿y es que ahora no lo es? Al igual que es inmediato acordarnos de Bill Clinton y el «caso Lewinsky». O como citamos al principio, de otro presidente con un carisma especial, y que debido a las circunstancias de su muerte, se ha convertido en un mito. En efecto, estamos hablando de John Fitzgerald Kennedy. Y en el caso de Kennedy se ve muy bien toda la ambigüedad y las conspiraciones que rodean al «poder». La pregunta acerca de quién (realmente) mató a Kennedy es ya un clásico. Como lo es la posible implicación del presidente en la muerte de otro mito americano del siglo XX, Marilyn Monroe, del que en unos meses, se cumplirá el cincuenta aniversario de su muerte.{9}

Clooney ha expresado que su historia se desarrolla en el ámbito político, pero que perfectamente podría haberse desarrollado en el campo de la bolsa o del deporte. Ejemplos cinematográficos tenemos de ello. La cuestión es, por un lado, que lo ha centrado en la denominada «esfera política». Por otro, en efecto, el hombre está hecho de la misma pasta, «está hecho de la materia con que se hacen los sueños». La corrupción es el tema del film. Es la idea nuclear de la película. Alrededor de ella orbitan la amistad, la lealtad, la traición, el aborto, &c. La corrupción del individuo y de la sociedad. Y qué mejor manera de analizarlo que partiendo y apoyándonos en la valiosa herramienta que es El fundamentalismo democrático de Gustavo Bueno, un libro donde se expone una ontología de la corrupción.{10}

Llegados a este punto, y dando por sentado muchas cosas, la pregunta obligada es la siguiente: ¿es George Clooney (como máximo responsable del filme, no porque asumamos la politique des auteurs, y que aquí no ha lugar desmontarla) un fundamentalista democrático, o por el contrario, es un crítico de ese fundamentalismo? ¿Es un fundamentalista o un antifundamentalista?

Por lo que hemos dicho parece que sería un antifundamentalista, ya que la película asume el papel (o lo pretende) de crítica demoledora y total a la denominada «sociedad política», pero también a la «sociedad civil» (de cuño agustiniano), en tanto en cuanto esta última es la que está moldeada por los mass media y vota en las elecciones. Hay una dialéctica entre la casta política y el conjunto de ciudadanos que no son casta política{11}. La democracia podrá ser un régimen político mejor que otros (o preferible a otros –y según determinadas circunstancias–), pero desde luego no es el punto final de la historia donde todos seremos pacíficos y felices. Sigue habiendo comportamientos tan inapropiados como en cualquier otro tipo de régimen. Y, aunque dirige la mirada a la capa conjuntiva, no ignora la inseparabilidad de ésta con las capas basal y cortical (y al margen, de cuál sea el ritmo que tome su ortograma: el candidato Morris hace referencia a las fuentes de energía alternativa, la responsabilidad ante una invasión o una guerra, &c.), si bien con un aire de humanismo pacifista.

Nosotros, los ciudadanos de a pie (parece decir Clooney), estamos siendo dirigidos y embaucados por una serie de señores a los que nada les importa el bien común, el de su nación, sino el suyo propio. Todos mienten y engañan. Y roban. Son en suma, corruptos. Hasta aquí la versión vulgar o estandar de lo que se entiende por corrupción. Es cosa de individuos concretos que se corrompen («no hay pan para tanto chorizo»). No se trata de una cuestión estructural del sistema sino de individuos incapacitados para desempeñar un cargo público (y con la imputación penal que corresponda).

Pero por otra parte, parece que defiende la tesis de que la culpa es de la sociedad y de que no hay salvación posible. Incluso el más correcto y tolerante de los candidatos se contagia. Y el protagonista, Stephen, tres cuartos de lo mismo. Y él lo hace al ver cómo su líder no es quien creía que era. Del mismo modo, en la sociedad cundirá el desánimo y se corromperá (ya lo está, de hecho) al no tener referentes éticos. Sería la caída del guindo de Clooney. En este punto no parece que defienda que la corrupción política es un déficit que se soluciona con más democracia. Porque sabe que la democracia es la que es, y como es.

Una denuncia, de fondo, que realiza, nos parece que es a la propia materia de la corrupción. Lo que ocasiona todo. Se trataría del por qué se monta todo ese escándalo. Sería una crítica a los cimientos de la sociedad estadounidense, a saber, el puritanismo (a algunos componentes suyos y entendidos de cierta manera). Cómo una cuestión «de bajura» afecta a asuntos «de altura». Estaría planteando en qué sociedad se halla inmerso. Aquella en la cual un coito (o menos, si nos acordamos de Clinton-Lewinsky) puede arruinar una carrera. ¿Acaso que Morris sea un mujeriego le incapacita para ser un brillante presidente de su patria? ¿Un marido infiel es un político deshonesto con los gobernados? ¿Qué tipo de sociedad es la que se escandaliza por eso? Y por supuesto, escándalos de ese tipo los tenemos en nuestra vecina Francia, donde Dominique Strauss-Kahn vio truncada su carrera al Elíseo por una camarera. Fuese o no verdad la versión de la camarera (y de la azafata del avión) acerca de la lascivia de DSK (motivos hay para dudarlo), lo cierto es que su imagen ha sido dañada. Lo mismo pasó con Julian Assange, aunque en su caso, parece que puede más su lado libertario («La violación Assange» llegó a titular un irónico artículo Juan Manuel de Prada en ABC–13 diciembre 2010–).

Clooney se centra en la campaña demócrata. Si lo hubiera hecho en el lado republicano, sabido de sus simpatías, le habrían tachado de maniqueo. Si se hubiera mantenido fiel al resto del tablero, el resultado de la película («el mensaje»), sería mutatis mutandis, el mismo. Temas como la religión, la familia, el aborto no son, en efecto, los mismos en un partido que en otro. Ni siquiera dentro del mismo partido, donde hay tendencias distintas. El candidato Morris se nos presenta si no como ateo, sí como no creyente, como «laico». También como partidario de que una persona haga con su cuerpo «lo que quiera», y como defensor de la familia, aunque de una familia «abierta», no la tradicional (en España conocemos bien la nomenclatura de «Progenitor A» y «Progenitor B», aún cuando ambos no lo sean: el colmo del disparate conceptual). ¿Actuaría Morris de otro modo si fuera el candidato republicano? En cuanto padre de familia nada cambia: no es agravante que lo fuese. No le añadiría un mayor compromiso con su mujer que fuera republicano. En cuanto al aborto, tampoco sería más «chocante», ya que se entera cuando es demasiado tarde. No sabemos si hubiera ayudado económicamente a Molly para que tuviera el hijo (dotarla de una gran beca, por ejemplo, para trabajar en el extranjero, estar siete meses fuera y que su familia no se enterase de la situación). Aunque según la navaja de Ockham (nunca mejor dicho), para qué multiplicar los entes sin necesidad (en un futuro le traerían problemas). Y en cuanto al tema de Dios, y desde el punto de vista nihilista del ateísmo canalla, sería cierto lo de que «si Dios no existe todo está permitido», mientras que en una posición en la que Dios nos vigila constantemente y hay que rendirle cuentas (más afín a los votantes republicanos, con todas las precauciones que se quieran), sería algo más problemática la actuación de Morris, pero tampoco tanto si tenemos en consideración que sería una responsabilidad que tendría que asumir ante Dios, no ante los hombres, y además en la intimidad, sea en versión protestante o en versión católica light o adulterada. Así, no se diferencia en exceso, de la famosa expresión «rendir cuentas ante mi conciencia», éxito del protestantismo, que se ha infiltrado y extendido por toda la sociedad, en aras del más exacerbado subjetivismo.{12}

Ejemplos de escándalos en la política los tenemos a decenas o a cientos. Pongamos tres ejemplos recientes ocurridos en EEUU:

Eliot Spitzer, gobernador demócrata de Nueva York, dimitió en marzo 2008, tras hacerse público que había gastado cuatro mil dólares en contratar los servicios de una prostituta de lujo (que era una mínima parte de un gasto más amplio). Su sucesor, David Patterson, nada más jurar el cargo, y en una entrevista concedida junto a su esposa, declaró que en el transcurso de una crisis matrimonial mantuvo relaciones (entiéndase, de nuevo, operaciones) extraconyugales.

Anthony Weiner, congresista demócrata. En junio de 2011 salen a la luz imágenes con el congresista medio desnudo y comentarios fuera de tono a través de Internet hacia mujeres que no son su esposa. Weiner ha dicho: «En los últimos años he mantenido varias conversaciones inapropiadas a través de Twitter, Facebook y correo electrónico, y ocasionalmente por teléfono, con mujeres a las que he conocido online. No sé lo que estaba pensando. Era una cosa destructiva. Pido perdón por hacerlo»{13}.

David Wu, congresista demócrata,{14} fue acusado por la hija de un viejo amigo suyo, donante de sus campañas, de haberla forzado a mantener “un contacto sexual no deseado”. Dimitió en julio de 2011.

Los tres casos son del «bando demócrata». ¿Quiere esto decir algo? ¿Es sesgado nuestro «muestreo»? No, ya que podemos acordarnos de Mark Foley, congresista republicano, que en 2006 tuvo que dimitir tras descubrirse los mensajes electrónicos de contenido sexual explícito que envió a becarios adolescentes en el Congreso. Pero, ¿no es curioso que se trate casi siempre de miembros del partido demócrata? ¿Qué conclusión habría que sacar? ¿Que los republicanos esconden mejor sus muertos o que los demócratas son unos degenerados?

Fuera de la política estadounidense, está el ya citado de Dominique Strauss-Kahn; el de Moshe Katsav, presidente de Israel durante siete años, acusado de dos delitos de violación y acoso sexual a dos funcionarias del Ministerio de Interior y de la Presidencia; el de Max Mosley, presidente de la FIA (Federación Internacional de Automovilismo), quien en marzo de 2008 el diario británico News of the World mostraba unos vídeos acerca de la participación de Mosley en una «orgía nazi»; el del vídeo con las prácticas sexuales «heterodoxas» (como él mismo ha calificado en alguna ocasión) de un famoso e importante periodista y escritor español, &c.&c. ¡Ah!, y ¿cómo olvidarnos del que se lleva la palma en cuanto a escándalos sexuales se refiere, el de Berlusconi y sus velinas en las fiestas de Villa Certosa, en Cerdeña, además de la estelar «Ruby Corazones»?

Fuera del terreno sexual, existen otros motivos para conmocionar a la opinión pública. Los del «trincamiento», que diría Pedro Ruiz, son de sobra conocidos, tanto en las filas del PP como del PSOE, aunque unos tengan mejor prensa que otros. Pero nos interesa destacar aquí dos casos que tienen que ver con la honestidad intelectual. El primero es el del ministro de Defensa alemán Karl Theodor zu Guttenberg por cometer plagio en su tesis doctoral de Derecho, dimitiendo a principios de marzo de 2011. El segundo de ellos es la dimisión la semana pasada (en el momento en que escribimos esto) de Paul Schmitt, presidente de Hungría, tras ser acusado del mismo vicio, el de plagiar su tesis doctoral, que había la calificación de cum laude en la Universidad Semmelweis de Medicina de Budapest en 1992 (ahora ha decidido retirarle el título de doctor){15}. Y un tercer comentario, a propósito de tesis doctorales y dimisiones, es que cuando Francisco Camps, expresidente de la Comunidad Valenciana, defendió su tesis doctoral el 10 de febrero de 2012 en la Universidad Miguel Hernández de Elche tuvo que soportar los insultos de unas dos centenas de ciudadanos.

Volvamos a la película. Dice Stephen que se le puede perdonar a un presidente que se (nos) meta en una guerra pero no un lío de faldas. Quizá nuestro protagonista no esté de acuerdo con ello, pero entiende que es así, y en vistas a la eutaxia, hará lo que haga falta para que no salga a la luz. «Lo que haga falta». Esa necesidad, asociada a la «razón de Estado» es lo que esquizofrénicamente quiere a la vez defender y atacar. Es decir, ¿hasta qué punto entroncan las razones de Stephen con la razón de Estado? Podríamos decir que hay dos Stephen, y que el punto de inflexión lo marca la confesión de Molly de que está encinta. El primero, es un tipo idealista (pero no tanto como se reconoce en las críticas y comentarios de la película), que no dudaría en afirmar que el fin no justifica los medios. El de la segunda parte de la película, y más cuanto más nos acercamos al final, sería el que le da la vuelta a eso, y defiende que el fin justifica los medios, tanto a nivel individual como social. Él logra el puesto que quiere y el país (el planeta, en términos aliciescopajinianos) logra el líder que necesita. Sólo que la paradoja que suscita la película, la amarga visión del director, es si ello merece la pena. ¿A qué precio? Stephen podría haber sacado el asunto a la luz, pero ¿quién ganaría entonces? Él perdería. El que sustituya a Morris será peor que él. Ganaría Ida, esa periodista «amiga» suya. ¿Y qué? Nadie se lo agradecería. Desencantado, viendo que cada uno va a lo suyo, decide sacar tajada del pastel. La sociedad está corrupta, y él también, así que saquemos la mayor porción posible{16}.

En cuanto al aborto, otro de los asuntos que parece tiene importancia sólo en cuanto es aborto resultado de sexo extramatrimonial. Incluso Molly está triste o consternada por si pudiera llegar a oídos de la gente, y en especial, de su padre. Si nadie se enterase, no habría ningún problema. No parece que ninguno de los protagonistas se preocupe por el embrión o el feto. Ni Molly ni Stephen piensan en el niño: sólo piensan en cómo quitarse el muerto de encima, y, paradójicamente, no ven más solución que crearlo. Tampoco Morris cuando se entera a posteriori está preocupado por suprimir una vida humana. Lo está por su carrera presidencial. El que sí estaría avergonzado sería el padre de Molly si lo hubiera sabido. El padre que, como dice Molly, es católico, y por tanto, contrario al aborto, al considerar que desde el momento de la fecundación del óvulo se inicia un proceso que dará lugar a un ser humano. El padre de Molly, en su doble condición de católico y demócrata, muestra que no son cosas excluyentes. Otra cosa es cómo un católico afronta el problema de permanecer en un partido que emprende políticas pro-abortistas, además enarbolando la bandera del progreso (de las mujeres, y de la humanidad en general). Ejemplos en España de miembros del PSOE (también del PP) que, como católicos consideraban un asesinato el aborto, y como hombres de partido (la disciplina de partido) lo aceptan democráticamente, tenemos bastantes. En este punto, nos acordamos, una vez más, de Julián Marías, que consideraba la «aceptación social del aborto» como el mayor crimen del siglo XX. No el hecho del aborto, que ha existido y seguirá existiendo (como la prostitución), sino la aceptación social del mismo, el decir que el aborto es la libertad, la igualdad, el progreso, &c.{17}

Sobre la problemática del aborto, el proceso de gestación, las distinciones entre germen, embrión, feto e infante, la cuestión de si hay fases o no hay fases, sobre si éstas determinan cuándo se puede hablar de ser humano, el hito (o no) de la implantación del embrión en el útero y la imposibilidad de gemelación, la continuidad longitudinal y la discontinuidad transversal, &c. se ha discutido en los últimos años en el contexto del materialismo filosófico. El libro de David Alvargonzález La clonación, la anticoncepción y el aborto en la sociedad biotecnológica, el capítulo 14 de El fundamentalismo democrático titulado «La ley de plazos del aborto», los artículos de José Manuel Rodríguez Pardo («Bioética materialista, clonación y aborto», número 92), José María Lahoz Pastor («Cuestiones sobre el aborto», número 95), Gustavo Bueno («La cuestión del aborto desde la perspectiva de la teleología orgánica», número 98) y David Alvargonzález («El comienzo del individuo humano y el aborto provocado», número 97 y «Acerca del aborto y la teleología orgánica», número 99) en El Catoblepas, las dos conferencias de Gustavo Bueno «Análisis desde varias perspectivas de la Ley del aborto» del 23 de abril y 20 de mayo de 2009, y la reciente mesa redonda «El debate sobre el aborto a la luz de la idea de teleología» en los XVII Encuentros de Filosofía dedicados a la Finalidad y la Teleología, con David Alvargonzález, Laura Nuño de la Rosa e Iñigo Ongay, son documentos de referencia inexcusables. A todos estos materiales remitimos al lector interesado en la cuestión.

No salen muy bien parados los periodistas, representados por la bella Ida. Cuando Stephen le pide que como «amiga» no publique la información que pondría en peligro la campaña y a su persona, no le hace caso. Es el tipo de periodista que vendería a su madre por una noticia, o incluso de aquellos que no dejarían que la realidad les estropease una buena noticia. Son el tipo de periodistas que encarnaron en la gran pantalla Cary Grant o Kirk Douglas en Luna nueva (1940, Howard Hawks) y El gran carnaval (1951, Billy Wilder), respectivamente{18}. Al final de la película, cuando Ida se acerca a Stephen para obtener información, ella le dice: «Somos amigos», y él mientras abre una puerta dice «Sí, es mi amiga», mientras se adentra en la sala y los miembros de seguridad leimpiden el paso. Stephen ha aprendido la lección. En ese mundo cruel no hay amigos, y no se puede confiar en nadie. Ni en uno mismo, y la mejor prueba es ese plano final donde rememora lo que ha tenido que hacer para llegar a ser quien es.

En cuanto a la lealtad ya hemos visto la importancia que tiene en la película. Es la que le da Zara, y es mucha. Es uno de los pilares en que apoyarse. Si prescindimos de ella, no nos queda nada. Para Zara, Stephen le traiciona y ya no puede fiarse de él, ya que no se sabe cuándo volvería a traicionarle. Expone, como vimos, su caso biográfico de lealtad, y, gracias a ella, ha conseguido su reputación. En el funeral de Molly coincide con Stephen, ya en su cargo, y le dice que desconoce cuál era su as en la manga pero que debía ser algo muy importante. Le felicita deportivamente y le dice que irá a trabajar a algún despacho de San Diego donde ganar un millón de dólares anuales. Pero los protagonistas (y el espectador) se quedan con la idea de que el triunfador es Stephen. Y lo es, al menos para Zara, pese a no poseer la virtud de la lealtad.

Películas políticas hay muchas: El político (1949, Robert Rossen), El mensajero del miedo (1962, John Frankenheimer) y Tempestad sobre Washington (1962, Otto Preminger), que cumplen medio siglo, El candidato (1972, Michael Ritchie), Candidata al poder (2000, Rod Lurie), El escritor (2010, Roman Polanski), &c. Y de periodistas, pues tres cuartos de lo mismo, y casi siempre en terreno limítrofe con las anteriores (aunque sean distintas entre sí), como pueda ser Todos los hombres del presidente (1976, Alan J. Pakula), sobre Woodward y Bernstein, los dos periodistas del Washington Post que destaparon el caso Watergate. Pero si de una película nos acordamos en este momento en similitud con Los idus de marzo esa es Mr.Smith Goes to Washigton (1939, Frank Capra), aquí conocida como Caballero sin espada. La película es muy conocida. El protagonista, James Stewart, es un joven ingenuo e idealista que llega a Washington para ejercer de senador. Pronto verá que hay poca gana de trabajar y de servir a su país. Muchos la recordarán por el interminable discurso final. Ese personaje es como el Stephen de principio de la película pero no el del final. El personaje de Stewart pretende acabar con las injusticias y la corrupción; Stephen se adapta a las circunstancias. El de la película de Capra es pura bondad y altruismo, y, por eso, Juan Antonio Bardem le denominaba la «abuelita Capra».

Resumiendo: una película interesante, y que, como vemos, da lugar a comentarios y debates sobre la misma. Parece que Clooney ha cumplido su cometido.

Notas

{1} Sobre la película se ha escrito mucho, y cualquiera puede buscar críticas y reseñas por internet. Nosotros destacamos las siguientes: «Los idus de marzo: el fin del último hombre bueno», de Raquel Moreno en Expansión el 9 marzo 2012; «Los idus de marzo: George Clooney en campaña electoral», de Alicia Huerta en El imparcial el 10 marzo 2012; «Los idus de marzo: políticos en traje de campaña» de Luis Bonet Mojica en La Vanguardia el 9 marzo 2012; en los programas radiofónicos «La Script», con María Guerra en la Cadena Ser el 10 marzo 2012; «Es cine», con Andrés Arconada el 9 marzo 2012 en Es Radio; Rafa Fernández en su sección de cine en el programa «Herrera en la Onda» del 9 marzo 2012 en Onda Cero; Diego Galán el 17 marzo 2012 en «No es un día cualquiera» de RNE; «Los idus de marzo» de Juan Manuel González el 9 de marzo 2012 en su blog de Libertad Digital; «Actores en campaña» de David Carrón y «Una lección ya sabida» de Sergi Sánchez, ambos en La razón del 9 marzo 2012; «Los idus de marzo» de Carlos Pumares en la entrada de su videoblog del 15 marzo 2012 en Hoy Cinema; «Miserias de la política» de Carlos Boyero en su artículo-videoblog del 8 marzo 2012 en El País y en «Hoy por hoy» de la Cadena Ser al día siguiente; «Clooney sonríe como Shakespeare», de Luis Martínez el 9 marzo 2012 en El Cultural de El Mundo; «Gusanos, capullos y mariposas» de Oti Rodríguez Marchante el 9 marzo 2012 en ABC; «Los idus de marzo: la erótica del poder» en TCM el 16 marzo 2012; «Los idus de marzo» de Sergi Sánchez en Fotogramas de marzo 2012; «Los idus de marzo, calma sobre aguas turbulentas», de Beatriz Valdivia en Blog de Cine; «Los idus de marzo» de Carlos Marañón en el Cinemanía de marzo 2012; «Los idus de marzo» de Miguel Juan Payán el 8 marzo 2012 en la versión web de la revista Acción Cine; y «Los idus de marzo: la travesía de la honestidad» el 8 marzo 2012 en el programa televisivo «Días de cine» de TVE2.

{2} Por ejemplo, en el ámbito de un club de fútbol español la recurrencia a los valores es el propio de una idea-fuerza o de un fetiche: es la nematología que acompaña al momento técnológico.

{3} De quien el próximo año se cumple el medio siglo de su muerte, y del que hace poco Mimi Alford, una ex-becaria, acaba de publicar Once Upon A Secret. My hidden affair with JFK, un libro donde relata su trato con el presidente (véase, por ejemplo, el artículo de Matías Vallés en La Nueva España el jueves 29 de marzo de 2012 titulado «Los presidentes no besan a sus amantes»). El mismo Vallés en otro artículo del mismo diario de un día antes («Las esposas de Clooney guían a Obama»), miércoles 28 marzo 2012, habla sobre cómo Clooney ayudó personalmente a Obama en técnicas escénicas para derrotar a McCain en 2008, y de cómo vuelve de alguna manera a hacerlo, a raíz de la detención del actor frente a la Embajada de Sudán en Washington, exigiendo que Omar al-Bashir sea conducido ante el tribunal de La Haya.

{4} Págs. 201-202, Plutarco, Vidas paralelas VI, Gredos 1982-RBA 2008, Barcelona 2008.

{5} P.479, Shakespeare, Obras Completas I, Aguilar-Santillana, Madrid 2003.

{6} En símil o contexto futbolístico, alguno dirá que parece que orina colonia.

{7} Si no erramos, no se dice en ningún momento ni «embarazo» ni «aborto»: es una forma de intentar camuflar la realidad, al igual que la eufemística (IVE: interrupción voluntaria del embarazo).

{8} Puede verse el caso de la película Juno (2007, Jason Reitman), frente a otras como Las normas de la casa de la sidra (1999, Lasse Hallström).

{9} Marilyn, aparte de su conocida inestabilidad (bien mostrada en la reciente Mi semana con Marilyn (2011, Simon Curtis)), sabría cosas que no debiera saber, y esa información en su poder era una bomba a punto de estallar (acordémonos del «Happy Birthday to You, Mr. President»). Gustavo Bueno escribió un artículo titulado «La canonización de Marilyn Monroe» (El Catoblepas, número 9, noviembre 2002) en el que no se niega esto pero se afirma que Marilyn murió al alejarse del icono o canon en el que se había convertido.

{10} En alguna ocasión hemos constatado el paralelismo siguiente. En enero de 2008 se publica en Temas de Hoy Contra los políticos de Gabriel Albiac. Ese libro es una especie de fenomenología de la corrupción. Dos años más tarde, en enero de 2010 sale publicado El fundamentalismo democrático en la misma editorial y que, como decimos, es un planteamiento sistemático sobre la corrupción. Ambos llevan en portada a Rodríguez Zapatero.

{11} Recientemente el profesor de Teoría de la Información Felicísimo Valbuena ha impartido un seminario en la Escuela de Filosofía de Oviedo, y destacaba que el libro de Daniel Montero La casta de 2009 sobre la clase política, y difundido a través de Internet en resúmenes y en el omnipresente powerpoint –El pensamiento PowerPoint es el título de un reciente libro de Franck Frommer–, logró que «los políticos» pasaran a ser la tercera causa de preocupación de los españoles.

{12} En algunas ocasiones, algún «crítico» ha expuesto como argumento definitivo del desprecio de la ontología materialista por M2 el hecho de que a Bueno cuando se le ha mentado «La Conciencia», ha preguntado: «pero ¿quién es esa señora?». Según algunos, decimos, se trata al parecer de la prueba definitiva de la infravaloración objetiva de los contenidos segundogenéricos por el materialismo filosófico en general, y por Gustavo Bueno en particular, y añadiendo, además, que esa pregunta irónica de Bueno es jaleada cuando se expone ante un auditorio, con el objetivo de hacer fans, (deslizando así un carácter «populista» de Bueno, extrínseco a la verdad del sistema (la que pueda tener). No se trata de hacer fans. Y lo que Bueno critica (¡a ver si se enteran algunos!) es la hipóstasis de la conciencia, su sustantificación, el hablar de «La Conciencia» (al margen del uso –metafísico– que se suela hacer de la conciencia cuando nos referimos a ellas distributivamente).

{13} Es preciso acordarse aquí de una estupenda película del año pasado, Shame (2011, Steve McQueen), que trata sobre un adicto al sexo.

{14} Con su elección a la Cámara de Representantes en 1998, se convirtió en el primer estadounidense de origen chino en acceder al Capitolio.

{15} Como curiosidad podemos decir que Paul Schmitt es doble campeón olímpico de esgrima y que fue eurodiputado, formando parte de la misma comisión que el español Luis Herrero. En noviembre de 2006, cuando se produjo la muerte de Puskas, Schmitt fue el que realizó la petición de hacerle un homenaje a Pancho o cañoncito Puskas.

{16} Es como el chiste de Groucho Marx: –«¿Se acostaría usted conmigo por un millón de dólares?», –«Por supuesto», –«¿Y por un dólar?», –«Claro que no. ¿Quién se ha creído que soy?», –«Eso ya ha quedado claro. Ahora estamos negociando el precio».

{17} Hoy mismo, miércoles 11 abril 2012, El País dedica un reportaje a doble página al aborto en EEUU titulado «Guerra cultural por el aborto», donde se nos informa que la píldora anticonceptiva se empezó a comercializar en 1961, que el aborto se legalizó en 1973 o las diferencias entre los distintos estados. Es iluminador la posición del diario cuando en uno de sus titulares dice «Una marea legislativa trata de limitar derechos» (subrayado nuestro).

En España, también en estos días hay una polémica por la homilía del Viernes Santo a cargo del obispo de Alcalá de Henares (al que muchos meterían, por lo que se ve, en Alcalá Meco), Juan Antonio Reig Pla, y emitida por La 2 de TVE (disponible, a día de hoy, en la web de RTVE). En ella, hace alusión a los homosexuales, y el consejo de RTVE debatirá sobre tales declaraciones del obispo. Nos parece que ha sido mal interpretado, o al menos que se puede interpretar de diferente modo. Después de hablar de la fidelidad conyugal (el peligro está en la oficina), del aborto, de los empresarios que «roban» salario a sus trabajadores; de las personas que se llevan a casa cosas de la empresa, o los que roban en centros comerciales, mujeres que ascienden laboralmente realizando favores sexuales, el botellón y las drogas, dice lo siguiente:

«No se pueden corromper las personas. Ni siquiera con mensajes falsos … Quisiera decir una palabra a aquellas personas que, hoy, llevadas por tantas ideologías que, acaban por no orientar bien lo que es la sexualidad humana, piensan ya desde niño que tienen atracción hacia las personas de su mismo sexo, y a veces para comprobarlo, se corrompen y se prostituyen, o van a clubs de hombres nocturnos… Os aseguro que encuentran el infierno. ¿Vosotros pensáis que Dios es indiferente ante el sufrimiento de todos estos niños (algunos de ellos siendo abusados en sus propias familias), ante el sufrimiento de los trabajadores, de los empresarios, ante el sufrimiento de las familias, ante el sufrimiento de las mujeres, ante el sufrimiento de nosotros …? Dios no es indiferente, y por eso, celebramos esta fiesta, del Viernes Santo»

No entraremos aquí en cuestiones hermenéuticas, ni en la legítima ofensa que pudieron sufrir los homosexuales por estas palabras, pero señalamos que el obispo habla de «tantas ideologías», pudiendo entenderse que su crítica no se dirigiría tanto a la «homosexualidad» sino al «homosexualismo» (la ideología que exalta la homosexualidad –el día del «orgullo gay»–) , tal como hace Pío Moa (en la entrada de su blog en Intereconomía del 10 de abril de 2012 le da la razón a Reig Pla en los asuntos concernientes a la «salud social», aunque no los enfoque «desde su punto de vista»).

Por cierto, cada cierto tiempo salta un escándalo sobre alguna declaración polémica de algún miembro de la Iglesia Católica (hace un par de años –diciembre 2009– ya se montó una parecida con el arzobispo de Granada, a propósito de unos comentarios sobre el aborto). No deberían ya sorprender a nadie.

{18} El pasado 24 de enero de 2012 Simón Peña Fernández defendió su tesis titulada Caballeros de la prensa. El periodismo en el cine de Billy Wilder en la UPV, donde analiza, precisamente uno de los remakes de Luna nueva, Primera plana (1974).
El Catoblepas
© 2012 nodulo.org

Fuente: http://www.nodulo.org/ec/2012/n123p11.htm
El Catoblepas • número 123 • a mayo 2012 • página 11
7 de junio de 2012



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