Martin Heidegger: Una herencia polémica

A 40 años de su muerte, el estreno de un drama y la publicación de sus diarios traen de vuelta al polémico pensador alemán.

Pocos pensadores del siglo XX han sido tan controvertidos como el filósofo alemán Martin Heidegger, y al parecer el destino se las ha ingeniado para mantener viva esa polémica hasta la actualidad. De Heidegger se ha dicho, por boca incluso de personas ilustres, tanto que fue el pensador más importante e influyente de la centuria como que fue un charlatán; que su filosofía fue una honda reflexión metafísica sobre la historia del ser y que, por el contrario, fue una burda justificación teórica del nacionalsocialismo. La discrepancia se extiende a muchos otros matices, pero el espectro se mueve entre esos extremos. Por si ello no bastara, desde hace apenas un par de años han comenzado a publicarse los cuadernos de anotaciones que Heidegger redactó desde 1931 hasta su muerte en 1976 (no es poca cosa, se esperan nueve volúmenes), una especie de “diario filosófico” que él mismo dispuso, consciente, por supuesto, de que estaban destinados al público, a que vieran la luz solo cuando se hubiera entregado toda su obra, como una suerte de colofón. Llevan por título Cuadernos negros, debido en primera instancia a que ese era el color original de sus cubiertas, pero presagiando también involuntariamente la repercusión que tendría su contenido.

Ahora que recordamos los 40 años de su muerte, y sin que la polémica en torno a su vida y su obra haya cejado en lo más mínimo, puede verse en Lima una interesante obra del dramaturgo argentino Mario Diament que recrea la compleja relación amorosa que mantuvo Heidegger con la destacada filósofa judía Hannah Arendt, relación que no llegó a romperse del todo pese a la indiscutible complicidad del filósofo con el régimen nazi. Ya ese solo hecho debería ser materia de reflexión, pues Arendt es sin duda una de las pensadoras que más contribuyó a la denuncia de los crímenes del nazismo y de los regímenes totalitarios. La obra, dirigida por Carlos Tolentino, se titula “Un informe sobre la banalidad del amor”, y proyecta al caso del amor (en mi opinión, de manera no muy afortunada) una tesis de Arendt sobre la “banalidad del mal”, es decir, sobre la capacidad de los seres humanos de ejecutar o participar en la ejecución de crímenes terribles como si fuesen acciones triviales o burocráticas de su vida cotidiana. El principal valor de la pieza teatral, sin embargo, reside en las miradas cruzadas que arroja sobre la evolución del pensamiento de ambos, así como sobre los enigmas de una relación amorosa que, aun mostrando las huellas de la incomprensión, no termina nunca de apagarse.

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Que la obra filosófica de Heidegger posee una gran originalidad y que ella ha tenido además una notable influencia en el pensamiento posterior es algo que difícilmente puede ponerse en duda. Nutriéndose de varias tradiciones del pensamiento romántico alemán y haciendo una lectura propia de la filosofía griega, Heidegger planteó en los inicios del siglo XX un cuestionamiento radical de la historia entera de la filosofía occidental. Quizá una de las formulaciones que mejor expresa este cuestionamiento es su tesis sobre “el olvido del Ser”. Quiere decir con ello que el ser humano ha ido construyendo en la historia una serie de imágenes del mundo cortadas a su medida, instrumentalizando la realidad o la naturaleza, pero dejando de lado o encubriendo las preguntas más esenciales sobre el sentido de su existencia. La historia de la “metafísica”, considerada desde antiguo como la disciplina que debía ocuparse de aquellas preguntas, no habría sido por eso más que la historia del olvido del Ser.

Heidegger es en este sentido uno de los grandes inspiradores de la autocrítica que la cultura occidental ha realizado sobre sus propias raíces, en particular, de la crítica de la racionalidad instrumental que parece haberse apropiado de Occidente desde los inicios de la modernidad. Aunque no todo es de su propia cosecha, él llegó a formular una de las más severas y profundas críticas de la civilización tecnológica, del racionalismo encerrado en sí mismo y de la cultura del consumo o del dinero. Lo hizo a través de una vastísima obra que comprende ensayos sistemáticos, trabajos de interpretación de muchos filósofos y poetas, lecciones originales sobre obras clásicas de la filosofía, y siempre con una gran originalidad y con una fuerza expresiva o creadora de lenguaje que le han valido, por cierto, la fama de escritor enigmático, cuando no incomprensible.

Las huellas de su obra son claramente perceptibles en la filosofía posterior, en particular a través de la enorme difusión que tuvo su enjuiciamiento del racionalismo occidental y del paradigma de la modernidad. Muchas tradiciones filosóficas, quizá sobre todo la francesa del siglo pasado, son tributarias de su pensamiento y han continuado su trabajo crítico o deconstruccionista de los grandes relatos occidentales sobre el racionalismo, las utopías, la civilización tecnológica, la depredación de la naturaleza, el culto al dinero… en una palabra, de las múltiples manifestaciones del olvido del Ser.

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Pero Heidegger, eso también lo sabemos, se comprometió de manera formal con el nacionalsocialismo y aceptó no solo ser rector de la Universidad de Friburgo por decisión del régimen sino que se expresó públicamente en varias ocasiones a favor del movimiento. Si bien renunció a los pocos meses al rectorado, decepcionado por lo que veía surgir en el entorno del nazismo, no dejó de tomar decisiones políticamente muy cuestionables ni quiso nunca hacer una retractación pública de su actitud inicial, pese a ser solicitado a ello por muchas personas, entre otras, por cierto, la propia Hannah Arendt. Y en los “Cuadernos negros” ya mencionados, en los que iba anotando de puño y letra sus pensamientos a lo largo de los años, aparecen ahora algunos comentarios claramente antisemitas que han terminado por convencer de su posición hasta a los más escépticos. La pregunta más difícil que se ha planteado al respecto es precisamente si su complicidad con el nazismo era tan solo la expresión de un prejuicio “banal” o de ingenuidad política, o si ella era más bien consustancial a su proyecto filosófico de más largo alcance. ¿Se desprende de la propia filosofía de Heidegger su adhesión al nacionalsocialismo, o en todo caso su antisemitismo?

La pregunta no me parece fácil de responder, aunque en esto me separe de muchos autores respetables que se dividen entre sí porque la afirman o la niegan de forma contundente. Hay un número tan grande de intérpretes que ven un nexo esencial entre su filosofía y el totalitarismo como de quienes separan la consistencia de su pensamiento de las derivaciones políticas circunstanciales de la época. La verdad me parece estar en algún lugar intermedio.

La tesis heideggeriana sobre el vaciamiento de sentido de la existencia en la cultura occidental, su convicción de que la civilización surgida en el seno de la modernidad había sucumbido al nihilismo, parecen haberlo persuadido en algún momento de que el nacionalsocialismo, más allá obviamente de la justificación ofrecida por sus líderes, podía representar una suerte de movimiento redentor de aquella historia decadente. Son claros sus pronunciamientos en esta dirección. Lo son incluso en el sentido de que convenía no pensar en la inmediatez del presente sino en las posibilidades que se abrirían en el futuro. Muy pronto, por cierto, a la ilusión siguió la decepción y la toma de distancia. ¿Quiere esto decir que su visión filosófica contenía necesariamente en germen la tentación del nazismo o del totalitarismo? No lo creo. Pero ciertamente el filósofo cedió a la tentación.

Más compleja es aun su posición antisemita. En este caso particular, Heidegger parece combinar algunas ideas de largo alcance con prejuicios sorprendentemente triviales, aunque no por ello menos nocivos. Lo que las nuevas publicaciones hacen aparecer con mayor claridad es, además de los prejuicios, algunas tesis que pretenden vincular a la cultura judía con la civilización tecnológica y desarraigada que solo vive del culto al dinero, como si la pertenencia a dicha cultura fuera un producto de la decadencia que su filosofía había diagnosticado sobre la historia entera. También aquí, como vemos, parece producirse una aplicación indebida, inadecuada —por consiguiente, errónea— de hipótesis filosóficas que pueden tener validez en otro sentido.

Pero lo más sorprendente o paradójico de esta cuestión es, a mi entender, que la posición filosófica de Heidegger tiene una veta indiscutiblemente hebrea. La idea profunda que subyace a su pensamiento sobre el olvido del Ser —a saber: que el ser humano debería adoptar una posición de escucha frente a un Ser que nos antecede, que debería renunciar a sus pretensiones racionales de dominio y respetar la alteridad de la que brota la fuente del sentido— es una idea bíblica que constituye la médula del pensamiento judío, y posteriormente del pensamiento judeocristiano. De él bebió también Heidegger, pero por misteriosas razones encubrió y estigmatizó sus orígenes.

Es Filósofo, profesor de la PUCP
Fuente: http://elcomercio.pe/eldominical/actualidad/martin-heidegger-herencia-polemica-noticia-1902893

22 de mayo de 2016. PERU



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