Cuando Schopenhauer encontró a Hegel

Uno de los juicios habituales hacia la filosofía incide en el tremendo aburrimiento que provoca. Un producto soporífero creado por gente insulsa. Así se suele concebir la filosofía, quizás porque se tenga tan sólo una visión superficial de la misma o porque no se haya dado con la lectura y el autor adecuados. Los grandes filósofos de la historia son considerados gente anodina, con una vida gris, en la que no ocurre nada realmente interesante. Muchos de los que estudian filosofía obligados por el sistema educativo se preguntan cómo ha podido existir gente empeñada en dedicar su vida a cuestiones tan irrelevantes como las filosóficas. Y lo que es peor: resulta inconcebible que sigan aún entregando su tiempo a preguntas que quizás nunca encuentren respuesta. La filosofía: una discusión de guante blanco tan monótona como irrelevante.
Siendo esta una opinión ampliamente extendida, no se acerca ni de lejos a la realidad. Si parafraseamos a Nietzsche podríamos decir que la filosofía es “humana, demasiado humana” y que está movida por las mismas pasiones que el resto de actividades o haceres que nos ocupan. La historia de la filosofía está llena de anécdotas, que en algún caso no son nada anecdóticas, y que vienen a mostrar el “juego sucio” de los filósofos, que también son, en ocasiones, unos “malotes”. Tan enfrentados como el Barcelona y el Madrid tuvieron que estar hace más de dos mil años los defensores de Sócrates y sus detractores. Cuestión nada secundaria, si consideramos que el maestro de Platón tuvo que pagar con su vida los platos rotos. No sería tan insulsa su filosofía cuando le valió la pena de muerte. Los enfrentamientos entre escuelas han sido tan habituales como escabrosas: agustinistas y dominicos, iconoclastas, racionalistas y empiristas. Amores tan turbulentos como los de Abelardo y Eloisa son difíciles de encontrar por ahí. Ni siquiera en las páginas de la prensa rosa.

Los escépticos o los cínicos siempre fueron denostados y rechazados con los peores calificativos. Y nada en comparación con las palabras que le dedica Schopenhauer a Hegel: es difícil expresar más odio y rencor sin recurrir al insulto grosero. En las páginas en las que habla de Hegel encontramos la humillación convertida en concepto. Y todo por la envidia de encontrarse las clases prácticamente vacías mientras que las de Hegel rebosaban de alumnos. Enfrentamiento que sucedió casi un siglo después de que Voltaire ridiculizara a Leibniz o de que Rousseau fuera sembrando la discordia por más de uno de los lugares en que habitó. Disputas entre autores y escuelas que no son ajenas a los tiempos más recientes. Los analíticos hablan con desprecio de “los metafísicos”, y los postmodernos se ríen plácidamente de todo intento de rescatar la modernidad. Nadie diría, creo, que Wittgenstein era alguien “fácil” de llevar. Es difícil encontrar un tiempo en que la filosofía no se haya construido desde el diálogo vivo, un intercambio de argumentos que en más de una ocasión se ha saltado las reglas de lo que debería ser un debate sereno. Nada de anodino e insulso. La filosofía es una guerra permanente. Para ello basta con una condición: presentar como vivos a los autores que siguen pensando en nuestro tiempo, aunque dejaran de respirar hace ya siglos. Y dejar que los muertos, los que no piensan aunque aún respiren, descansen en paz. Tarea difícil, pero no imposible.

Fuente: http://www.aulablog.com/planeta/node/50941

Boulé artículo original:
http://www.boulesis.com/boule/cuando-schopenhauer-encontro-a-hegel/?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+boule+%28Boule%29

25 de abril de 2012



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