Por Marciano Vidal
En la siguiente exposición se entrelazan dos objetivos: uno, de carácter descriptivo; el segundo, de orientación valorativa. Los dos se refieren a la virtud en cuanto categoría moral, tanto de la Ética filosófica como de la Teología moral. Esos objetivos convergen en el interrogante que he colocado como título de la reflexión: ¿es válido hoy utilizar, tanto en la teoría ética como en la vida moral, la categoría de virtud? Y si lo es, ¿con qué condicione
Los tres primeros apartados de la exposición son preferentemente descriptivos. Los tres últimos tienen una orientación de carácter valorativo. Confío en que la descripción sea exacta y espero que mis apreciaciones ayuden al amable e inteligente lector a configurar su propio criterio.
Mi punto de vista es que puede ser actualizada la llamada Ética de la virtud con tal de que se haga de forma inteligente y con orientación innovadora.
Cambio de rumbo
Frente a las dos grandes construcciones éticas de Occidente basadas sobre la virtud, la de Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) en la Edad Antigua y la de Tomás de Aquino (1225-1274) en la Edad Media, la ética de la Modernidad operó un cambio de rumbo. Immanuel Kant (1724-1804), el padre de la ética moderna, propuso una fundamentación que él consideraba crítica y optó por una ética de la obligación.

Immanuel Kant
La reorientación kantiana trajo como consecuencia el que, durante la Modernidad, la virtud no haya tenido gran importancia ni en la ética filosófica ni en la ética teológica. Esta última, al constituirse en disciplina teológica autónoma a partir de la segunda mitad del siglo XVI (una Teología moral de signo casuístico y pensada tanto para confesores como para penitentes en orden a la declaración de los pecados en el sacramento de la confesión), cambió la epistemología teológica por la epistemología jurídica y prefirió la categoría básica del precepto frente a la estructura moral de la virtud (ver bibliografía: M. Vidal-1).
Valor y utilidad
El predominio de una ética formal de la obligación se vio atemperado, en la primera mitad del siglo XX, por el llamado giro axiológico que postuló una ética material (de contenidos) frente a la ética formal de raíz kantiana. Consiguientemente, otra categoría ética nuclear comenzó a circular, el valor, por obra, sobre todo, de Max Scheler (1874-1928) y de la filosofía axiológica (francesa y alemana). En el mundo anglosajón continuó la prevalencia de la categoría de utilidad en orden a organizar la moralidad, tanto en su estructura fundamental como en las orientaciones concretas. No conviene olvidar, tampoco, otros planteamientos filosóficos y teológicos que han sido particularmente sensibles a otras categorías éticas como la felicidad, la racionalidad, la libertad, el compromiso, etc.
Llegamos, así, a la situación del último tercio del siglo XX, en el que convivieron diversos planteamientos éticos y no existió una categoría prevalente que liderara los discursos éticos y las praxis morales tanto en el ámbito de la racionalidad filosófica como en el campo de la Teología moral. Es precisamente en este contexto de variedad de propuestas en el que re-aparece la categoría clásica de virtud.
Redescubrimiento
A continuación, describo –por necesidad de forma breve– el redescubrimiento de la categoría de virtud tanto en la Ética filosófica como en la Teología moral.
Acompañando las críticas a la Modernidad y aglutinando desazones y malestares mediante la sensibilidad llamada postmoderna, ha tenido lugar o el vacío ético o la vuelta a la categoría de la virtud. No es que la ética de la virtud sea la que domine el campo de la filosofía moral. Pero sí conviene constatar su recuperación. Es evidente que, junto a las categorías de obligación, de racionalidad dialógica, de valor, de utilidad, se habla también de virtud.
Ha habido filósofos morales que, aunque instalados en otras opciones, no solo no se han opuesto, sino que han aceptado positivamente la recuperación de la tradición de la virtud. Así lo han hecho, entre otros: W. Frankena (1905-1997) y Ph. Foot (1920-2010). Han pensado que, de este modo, se ayudaba a llenar un vacío moral que padecen las sociedades postmodernas, en las que existe una excesiva “colonización” de la esfera vital por obra de la racionalidad científico-técnica.
Otros filósofos morales se han sentido siempre cómodos con la tradición de la virtud y han realizado su obra en continuidad con ella. Entre ellos, los hubo de actitud “repetitiva” y con poca dosis de creatividad; pero también existieron autores que intentaron someter los planteamientos de la tradición al diálogo con las sensibilidades del presente. Un ejemplo cualificado de esta última postura fue la del filósofo alemán J. Pieper (1904-1997) expresada en su obra de amplia difusión ‘Las virtudes fundamentales’ (Madrid, 2022, 13ª ed.).

Hay otra orientación que, partiendo de los estudios actualizadores de la tradición, trata de adaptar la categoría de virtud a la revolución cultural del presente. Esta corriente de pensamiento cree que es necesario reinterpretar la virtud introduciendo en ella algunas claves hermenéuticas de la cultura actual. Se insiste, principalmente, en el carácter histórico, social y narrativo de la virtud (A. Patrick).
Contra-propuesta
Frente a las posiciones recordadas, la actitud más prevalente entre los filósofos morales que retornaron a la tradición de la virtud fue la de la contra-propuesta. La recuperación de la virtud tuvo en ellos la pretensión de vehicular una postura contracultural ante los presupuestos de la Modernidad. Tal postura se advierte claramente en dos proyectos representativos:
1. El libro simbólico de Alasdair MacIntyre (1929) ‘Tras la virtud’ (‘After Virtue’, 1981) pretendió dejar constancia del fracaso de la Ilustración y constituyó un alegato a favor del retorno a las viejas tradiciones pre-ilustradas de la narración, de la memoria, de la pertenencia a una determinada comunidad. El objetivo de ese retorno fue alcanzar la “vida buena” mediante el ejercicio de la virtud.
2. La obra de Robert Bellah (1927-2013) (y de otros autores) ‘Hábitos del corazón’ (‘Habits of the Heart’, 1984) mantuvo la misma actitud, pero con tonos sociológicos. Frente a la invasión de los sistemas económicos y políticos en la esfera personal y privada, esta corriente sociológica postuló una vuelta al “corazón” como lugar creativo de los grandes “hábitos” que edifican la vida genuinamente humana.
Como balance de las anotaciones precedentes, se puede afirmar que en el panorama actual de la Filosofía moral la opción por una ética centrada en la virtud ha generado un pensamiento rico y diversificado: ofreciendo análisis precisos del concepto (C. Thiebaut); señalando las raíces grecolatinas (M. Nussbaum) y medievales (G. Abbà); y haciendo propuestas prácticas de virtudes para la vida humana en general (J. A. Coleman, A. Comte-Sponville) y, en concreto, para la vida pública (V. Camps). (…)
Notas
Marciano Vidal, C. Ss. R. es Teólogo moralista
8 de febrero de 2025