«Nueva guerra» y fenómeno viral. Por Fernando Rodríguez Genovés

Pandemia enmascarada, Crisis y Guerra Civil Mundial en la era de la globalización

«La guerra civil no procede de fuera, no es un virus importado; se trata de un proceso endógeno.

Siempre lo inicia una minoría; probablemente, baste con que uno de cada cien lo quiera,

para que resulte imposible cualquier convivencia civilizada.»

Hans Magnus Enzensberger, Perspectivas de guerra civil (1993)

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Introducción

Quienes estamos interesados en analizar acerca de lo que nos pasa, llevamos reflexionando desde hace décadas sobre la realidad o virtualidad de la Tercera Guerra Mundial. ¿Cuándo situar su posible comienzo? Yo diría que en el mismo momento de la finalización de la Segunda. ¿Habría adquirido aquélla la condición de guerra continua? No son ideas descabelladas. Mas, ¿cómo justificar tan crujientes afirmaciones?

Teorías, conjeturas, especulaciones, hipótesis, argumentaciones, aproximaciones que aspiran a pasar por verificaciones de tal aserto, pueden contarse por centenares. Luego está el llevar la cuenta del número de guerras a escala planetaria, así como su numeración. Así pues, ¿por cuál guerra mundial vamos? ¿Cabe definirse la Guerra Fría y el Terrorismo Global como «guerras mundiales»?

Por lo que a mí respecta, no tengo respuestas rotundas ni puedo aportar aquí y ahora ninguna que sea irrefutable, mas sí me propongo compartir con el lector algunas cogitaciones sobre el tema de nuestro tiempo, es decir, la crisis mundial desatada a propósito de la pandemia COVID-19 (en apariencia, de ámbito sanitario) y su correlato, el pandemónium (brusca alteración del orden mundial en el «poscapitalismo»), al objeto de situarla en su contexto y en perspectiva (un asunto esbozado en la Buhardilla del número anterior de El Catoblepas). Y éstos no serían otros, según creo, que constituir un capítulo más, con sus correspondientes secciones, en el desarrollo de la Gran Guerra Mundial.

Como alguna vez se ha dicho, los denominados «periodos de paz» no son sino el intermedio, más largo o más breve, entre dos guerras. En estos momentos, creo que dicha afirmación tiene más significado y solidez empírica que nunca. Con una puntualización, a saber, del plural deberíamos pasar al singular: hablamos ya de «la Guerra».

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En la Aldea Global

Las conflagraciones de gran dimensión apuntan a un objetivo principal: mediante ofensivas en grado sumo, doblegar al oponente y modificar el poder vigente, instaurando un nuevo equilibrio de fuerzas, por afán de conquista, dominación económica y social, redistribución territorial, reajuste geopolítico, &c. Aquello que se conoce, genéricamente y en su acepción tradicional, como «guerra», ha estado históricamente vinculado al «Estado-Nación» y al «Imperio», cabezas visibles en las contiendas bélicas, de las que unas facciones en pugna salían vencedoras y otras, perdedoras. Por lo común, aunque no necesariamente, aquéllas acababan imponiendo el «nuevo orden» y así pasaba el relato a las páginas de la Historia. Los choques violentos locales, las agresiones y refriegas entre tribus y hordas, las razzias, son característicos de los tiempos primitivos (esporádicos y anacrónicos en épocas posteriores: residuos de salvajismo en el ancestro cerebral de la humanidad), y no pueden equiparse a «guerras», en el sentido estricto del término.

En la era de la globalización, el campo de Agramante mundial ya no tiene como partícipes a los Estados ni a imperio alguno, en caso de quedar uno en pie. La soberanía nacional es un concepto en declive. Los países, desde los de pequeña proporción y proyección hasta los más extensos y poderosos, están, de modo corporativo o factual, trabados en forma de red, interrelacionados, cuando no subordinados o solapados unos a otros, y todos ellos a poderes supranacionales y apátridas. La conexión internacional, veloz e ilimitada, facilita las comunicaciones y la cooperación económica, al tiempo que amplifica las acciones agresivas y agiliza los planes de dominación. Los Gobiernos son, en consecuencia, brazos ejecutivos de troncos superlativos sin verdadera capacidad de decisión en la práctica, distinguibles más que nada por el estilo y las maneras (más o menos liberales, democráticas o autoritarias, según dicte la tradición cultural en cada país y el gobernante de turno) de ejercer las funciones del ordeno y mando, es decir, las órdenes de La Superioridad.

Refiero un fenómeno con mucha historia detrás; verbigracia, el sueño de caudillos y césares, antiguos imperios y organismos supranacionales posmodernos. Pero en el momento presente esta circunstancia es particularmente patente y rampante, al haber encontrado el suelo y el momento en el que poder llevar a efecto el proyecto central, nunca negado por quienes lo proyectan: el establecimiento por la fuerza de un Gobierno mundial. No sería tampoco la primera vez, a lo largo de los siglos, en que el recurso a la guerra haya aparecido en situaciones de esta índole como factor determinante.

Los mercados y las economías tienen, como los Gobiernos, cada día menos relevancia a niveles nacionales —y aun comunitarios y continentales—, mientras prima con impulso creciente el alcance global de las operaciones financieras, monetarias y mercantiles, más afines a la agenda política y a intereses oligárquicos que a las propias leyes del mercado. Este cambio de escenario mundial (un cambio de potencia a acto), en lo que respecta a las grandes decisiones que afectan al mundo entero, lleva bastante tiempo conformándose.

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«Nueva Guerra»

Sea como fuere, la «Nueva Guerra» no debe entenderse desde la óptica del estándar previo, de los patrones anteriores conocidos, al haber sido éstos superados, por estar desfasados. «Nueva Guerra» ya no significa siquiera, ni necesariamente, conflicto bélico, enfrentamiento armado, contienda entre ejércitos rivales. En la actualidad, la imposición de un nuevo Poder y un estatus mandatario no pasa, indefectiblemente, por invasiones ni ofensivas militares en un campo de batalla delimitado, aunque acaso haya quedado, como recuerdo macabro del pasado, el recurso a armas de destrucción masiva inyectadas de agentes químicos y biológicos con una finalidad letal geoestratégica y, sobre todo, con propósito explícitamente terrorista: provocar muerte y pánico en la población (verbigracia, el episodio de los ataques con ántrax, complementando la masacre del 11-S).

La «Nueva Guerra» tiene lugar en todos sitios; no conoce límites de tiempo ni de espacio. El Poder real tampoco se mide en términos de poderío militar (volumen de tropas, carrera armamentística, &c) ni por extensión territorial; pez grande no se come al pez pequeño, según regla general, en la «guerra asimétrica» de la era contemporánea, cuando, en gran medida, la guerra se decide en la Red.

La «Nueva Guerra» no cabe caracterizarse en términos de rivalidad nacional, sino que se resuelve en el campo de la superioridad  económica y estratégica a escala planetaria, en el control de la información y la propaganda, en el desarrollo de las nuevas tecnologías; es decir: en términos de Poder, Dominación y Control, por parte de grupos apátridas no ligados, en cuanto a estrategia, a un área geográfica, a Gobierno ni a país determinado. Hoy, la orden de ataque no proviene de un cuartel general de campaña sino pulsando el botón de un mando a distancia o una tecla de ordenador accionado desde un despacho en el ático de un rascacielos en cualquier ciudad del mundo.

Los rasgos identificadores de la Guerra Mundial Global ya han sido compendiados hace tiempo en una categoría: «Guerra civil mundial». Ahora es posible afinar más la conceptualización. En la era de la globalización y del poscapitalismo, el choque no es de ideologías ni de civilizaciones, tampoco un remedo decimonónico de lucha de clases (burguesía vs. proletariado).

La «Nueva Guerra» es asimétrica en muchos aspectos, no formalmente declarada, ni con campo de batalla acotado. La «Nueva Guerra» no se caracteriza tampoco por el enfrentamiento entre bandos ni por la estrategia de ataque/contraataque, sino por la agresión de una facción reducida de la sociedad contra la población en su conjunto, la cual no suele responder con las mismas armas ni defenderse siquiera; apela por lo común a los sentimientos, al despliegue de las emociones y a rituales supersticiosos (entre el delirio maníaco-obsesivo, el rito religioso y el nigromántico: cánticos, procesiones, montaje de altares con velas encendidas, esquelas, fotografías, dibujos, fetiches, &c), como manera no de frenar, y menos neutralizar, la agresión, sino con intención de conjurarla, una manera dócil y pacífica (¿«pacifista»?) de compartir el miedo y la esperanza general.

Aun con esta nueva contextura, en la «Nueva Guerra» sí puede hablarse todavía de «invasión» y más explícitamente de «ocupación», así como de uso de la fuerza, guerra de guerrillas, sabotajes, espionaje y contraespionaje, de deportaciones, de prisioneros, &c. También persisten los campos de concentración, sean con apariencia de granjas en la campaña o de hospitales de campaña, sean edificios e instalaciones ubicados en las propias ciudades (residencias de ancianos, escuelas, barrios, las propias viviendas), o las ciudades mismas, en su totalidad. Sigue existiendo, asimismo, la diferencia neta entre la Alto Mando, la oficialidad oficialista, los comisarios políticos, la fiel infantería y los compañeros de viaje. Hablamos de «Nueva Guerra», pero de «guerra», después de todo.

La Guerra Civil Mundial contempla la toma de posiciones enfrentadas en la sociedad tras ataques lanzados contra la población por el Cuartel General, formado por los «poderes fácticos» (mal denominados «élites»): instituciones, corporaciones, compañías y empresas, personajes influyentes y poderosos, aupados al Alto Mando mediante, la política, los negocios, las nuevas tendencias, &c. A diferencia de las guerras del pasado, en la «Nueva Guerra» los bandos en contienda no se constituyen previamente a la ofensiva general, sino una vez iniciada ésta; es el desarrollo de los acontecimientos —a menudo, caprichoso, cambiante y sorpresivo, aunque muy calculado por su Diseñador— lo que define las facciones, más reconocibles por obediencias que por acciones. La sociedad contemporánea es contemplativa, no activa.

Un elemento significativo y crucial, ajustado al «poscapitalismo», en la Gran Crisis actual lo advertimos en el hecho que el asalto al libre mercado y a la propiedad privada que acontece está comandado, publicitado y patrocinado, por grandes corporaciones empresariales, bancarias y comerciales, no por parias y desheredados de la Tierra ni por las «masas».

En las «Nuevas Guerras», la supremacía y la victoria no se miden en términos de choque partidista en aras a presidir el Consejo de Ministros en una nación; acaso sí del Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización de Naciones Unidas (ONU) o la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la práctica, en el momento presente, los partidos políticos difieren cada vez menos entre sí, en cuanto a programas y posibilidades de actuación. El Gobierno es, en realidad, Ejecutivo; más que gobernar, ejecuta órdenes de Mando Superior, que está tan sobrado de poderío como desprovisto de escrúpulos.

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Ciber-Leviatán

La revolución digital y el auge de Internet constituyen los definitivos instrumentos que han acelerado el proceso de la «Nueva Guerra», a una velocidad tal que ni sus mismos inspiradores e impulsores podían augurar, y menos, poder controlar del todo, llegado a cierto punto. El mundo se ha convertido en una ciber-realidad, en un Frankenstein 5G, poderoso en transmisión de datos y de aspecto muy temible. Ciber-Leviatán de enormes proporciones (el mundo mundial) es difícil de organizar y de hacer maniobrar según los parámetros diseñados y empleados para operaciones más reducidas y menos complejas. El peligro es, pues, doble. Tanto si el monstruo es controlado como si se descontrola, los efectos son devastadores para la libertad y el orden civilizatorio.

Quienes mueven las piezas en el tablero global, quienes tienen la capacidad y la fuerza de «comerse el Rey» y ganar la partida son los «amos del mundo»; si bien, teniendo toda la fuerza en sus manos, no han hecho efectivo todo su potencial. No han logrado congeniar poder y gestión, plan y planificación, proyecto y resultado, porque las piezas son más grandes que las casillas del tablero y las jugadas, enrevesadas y amplias en grado sumo. Por otra parte, las reglas de juego vigentes, provenientes del mundo de ayer, impiden determinados movimientos que harían mucho más rápida la Operación Triunfo, a riesgo de perder la ocasión y dar ventaja a otras fuerzas; principalmente, las empeñadas en mantener el antiguo orden, es decir, la dominación a escala nacional, comunitaria, local.

Ya advirtió Nicolás Maquiavelo en El Príncipe que «una guerra no se evita, sino que se difiere para provecho ajeno.» Gana la partida quien actúa con mayor energía y decisión, realizando movimientos audaces, cuando es preciso. O cuando la oportunidad se presenta (o se planifica) en forma de fenómeno viral.

 

Notas

El Catoblepas

© 2020 nodulo.org

 

Fuente: http://www.nodulo.org/ec/2020/n192p06.htm

21 septiembre de 2020.  ESPAÑA.

 



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