Logica y filosofia de la logica en la obra de Manuel Sacristan

Rebelión.
La formación y el desarrollo de la lógica actual han marcado una de las revoluciones de nuestra historia intelectual a partir de las últimas décadas del s. XIX y las primeras del s. XX. En el curso de este siglo asistimos, en efecto, a la transformación más profunda de la teoría y la práctica de esta materia tras sus veintitantos siglos de historia.

Si las primeras décadas ponían a punto el nuevo lenguaje del análisis lógico, poco después, en los años 1930, se sentaban las bases de desarrollo de la nueva disciplina y se fijaban sus señas de identidad, al tiempo que se lograban algunos de los resultados más valiosos que nos ha legado el s. XX en esa área. Pero en la misma década de los años 30 también afloran tres dimensiones estructurales básicas: la teoría de la prueba, la semántica formal y la teoría de la computación, hoy convertidas en matrices de otros desarrollos especializados lógico-matemáticos (lógicas subestructurales, álgebras de modelos, programación lógica, etc.). Años después tendrán lugar cambios de otros tipos no menos decisivos para el cultivo de la lógica, unos académicos y otros profesionales. Así, al mediar el siglo, se produce en el orden académico la implantación institucional de la “lógica estándar” que viene a ejercer desde los años 50 como lógica de referencia o, digamos, nuevo paradigma de la disciplina. A su vez, los cambios de orden profesional vendrán asociados, conforme avance la 2ª mitad del siglo, al empleo de lógicas no estándar y al creciente rendimiento tecnológico de la lógica como repertorio de lenguajes y sistemas aplicados a la investigación en inteligencia artificial, informática, programación y gestión, autómatas, etc. En esta línea, la lógica irá dejando de ser una disciplina meramente académica, encerrada en las facultades clásicas (filosofía, matemáticas), para pasar a frecuentar las escuelas de ingeniería (e.g. informática) y tratar con otros mundos profesionales y ocupacionales como la industria o la empresa. En suma, el s. XX ha sido pródigo en grandes acontecimientos para el progreso de la lógica.

En España, la gran historia de la formación y desarrollo de la nueva lógica nos fue ajena y nuestro país, lejos de contribuir a esos grandes acontecimientos, asistió a ellos como una especie de convidado de piedra. Aquí, las primeras noticias sobre la nueva lógica se remontan a principios de los años 1890; pero su implantación efectiva se hará esperar más de medio siglo, hasta los años 1960-70, tras un largo, accidentado y entrecortado periodo de recepción. ¿Qué papel le corresponde a Manuel Sacristán en este proceso y en su desenlace? Adelanto una respuesta. Sacristán desempeña un papel de protagonista al menos en dos aspectos: (i) el de contribuir a la aclimatación cultural de las nuevas ideas lógicas en los años 50-60 a través de sus ensayos filosóficos y sus traducciones; (ii) el de contribuir a la normalización del estudio de la lógica por esos mismos años a través de sus cursos y, sobre todo y en un ámbito de influencia más general, mediante su (1964), Introducción a la lógica y al análisis formal.

No es, por cierto, el primer tratado de logística de un autor español, ni el primero publicado en español con un formato de manual –en ambos casos hay precedentes como, respectivamente, la Introducció a la logística de García Bacca (1934) y la Lógica matemática de Ferrater y Leblanc (1955), aparte de algún que otro ensayo colateral como los Fundamentos matemáticos de la lógica formal de M. Sánchez-Mazas (1963)–. Pero sí es, desde luego, la primera publicación española que, en esta materia, reúne las condiciones de un buen libro de texto: actualidad de conocimientos, rigor técnico, disposición eficaz, claridad expositiva –además de atender a ciertos propósitos filosóficos relacionados con el conocimiento y el método científico y con el pensamiento crítico–. Con todo, su significación, dentro del proceso histórico de aculturación y recepción que he mencionado, aún resulta mayor: la Introducción a la lógica y al análisis formal de Sacristán no sólo es el manual de lógica por excelencia en la España de los años 60, todavía presente en las bibliografías de nuestros manuales de los 70 y 80 2­­, sino que además pone fin a las tentativas de introducción y reintroducción de la nueva lógica con su recepción efectiva, a la vez que representa el punto de inflexión hacia su normalización académica.

1. El lugar de la lógica en los estudios de Sacristán.

Confieso que la aparición de la lógica en la formación intelectual de Sacristán hacia 1954 no deja de parecerme una irrupción un tanto curiosa. Por un lado, las noticias sobre sus lecturas hasta los primeros años 50 no sugieren unos estudios o unos intereses específicos en ese sentido: solo registran un título en la materia, la Lógica de M. Granell (1949), en medio de clásicos de literatura, religión, filosofía y ciencia, junto con bastantes muestras de interés por la filosofía de la ciencia, incluida la versión de Los principios de la matemática de Russell (Buenos Aires, 1948) 3. Hay incluso quien alude a su poco aprecio por la lógica en sus años juveniles 4. Por otro lado en 1953, Sacristán, siendo profesor de Filosofía de Preuniversitario en el Instituto Maragall de Barcelona y ayudante de “Fundamentos de Filosofía” con J. Carreras Artau, pensaba que «la cuestión nuclear de la filosofía es de carácter gnoseológico y la cuestión decisiva acerca de un filósofo es su teoría de la verdad» 5. Más aún, a finales de 1954 sostenía que la Lógica, ciencia de lo posible y no de lo real, constituye la «esencia» o la «entraña» de la filosofía –de ahí que ésta carezca de contenido científico propio y sustantivo–, y «es como la ley fundamental o constitucional que tienen que respetar» todos los dominios científicos sustantivos y autónomos, de modo que, hallándose en la base del estudio de toda posibilidad, la lógica representa «la fuente primera de la Filosofía y de todo pensamiento» 6. (Reparemos en este brote de apriorismo epistemológico: florecerá en su filosofía de la lógica de los años 60, infra § 4). Sacristán por entonces también relacionaba el rigor moral y la virtud con la precisión en el razonamiento y en la expresión de ideas, mientras se sentía atraído por corrientes coetáneas de pensamiento que tenían que ver con el análisis lingüístico y existencial, en una perspectiva lógica como la de la analítica post-positivista o en una perspectiva ontológica como la de la analítica heideggeriana. Quizás pudiera traerse a colación su inclinación al trabajo serio, a la fundamentación científica y a la justificación racional, como señales de actitudes “pro-lógicas”. Pero me temo que esas valoraciones de la verdad y de la honestidad discursiva, su preocupación ante las nuevas formas de irracionalismo e, incluso, sus actitudes “pro-lógicas” resultan motivos demasiado genéricos para explicar la decisión específica de estudiar lógica en el Instituto de Lógica matemática e investigación en Fundamentos dirigido por Heinrich Scholz en Münster, en 1954. No sé si Sacristán ha llegado a hacer alguna confidencia que aclare el asunto. En todo caso, la opción por el Instituto de Münster sería comprensible una vez aclarada y explicada la opción por la Lógica: era un centro acreditado y se encontraba en Alemania. Pero todo esto se complica con otra vuelta de tuerca si su proyecto de especialización académica hubiera tenido que ver inicialmente con la Filosofía del Derecho, antes que con la Lógica, y Sacristán sólo se hubiera decidido por ésta última al encontrarse en Münster –como sugiere Pinilla de las Heras (1989), pp. 132, 164–.

El lugar de la lógica en los estudios e intereses de Sacristán presenta otra vertiente intrigante en relación con su vuelta de Münster, en 1956, y con las vicisitudes académicas posteriores. La cuestión no reside ahora en el inicio sino en el cese de su posible dedicación al cultivo profesional de la lógica. Nuestra mejor fuente de información es el propio Sacristán. En 1955 había escrito desde Münster a García Borrón: «Trabajo mucho (exclusivamente logística) y creo que a la vuelta de unos cuantos meses puedo ser un discreto especialista en esa rama» 7. Pues bien, según unas anotaciones y reflexiones biográficas –de finales de los años 60, al parecer 8–: «II. 1. La decisión de volver a España [tomada en marzo de 1956] significaba la imposibilidad de seguir haciendo lógica y teoría del conocimiento en serio, profesionalmente. 1.1 Las circunstancias me llevaron luego a la inconsecuencia de no evitar equívocos (oposición, etc.). Este es un primer error, no cronológicamente hablando. 1.1.1 En la misma primavera del 56 llegué a esa conclusión. Lo que agrava el error anterior. 2. La vida que empezó a continuación tiene varios elementos que obstaculizaron no ya el estudio de la lógica, sino el intento general de mantenerme al menos al corriente en filosofía. Los elementos predominantes de aquella vida eran las clases y las gestiones. Poco estudio. (A ello se sumaron cierta “abulia”, necesidades económicas –prólogos bien pagados– y cierta dispersión de intereses) <…> 12. Como vi ya en el 56, no puedo hacer lógica en serio, como tema principal» (edic. c., pp. 57-58, 60).

Miradas retrospectivamente, estas confesiones de Sacristán sobre la frustración de su dedicación a la lógica académica inducen a volver sobre los motivos que le llevaron a estudiarla. Sacristán se muestra interesado por la lógica en el marco de su interés por las condiciones y los fundamentos del conocimiento científico, y de su respeto hacia el rigor conceptual y discursivo –aparte de otros respetos como los que le merecen las ciencias positivas y el trabajo sustantivo–. Pero son intereses y actitudes que acompañarán su trabajo intelectual más allá de sus estudios de postgrado y de sus tratos específicos con la lógica académica. Por lo demás, está claro que el abandono del cultivo de la lógica no significará una pérdida de interés por ella ni, menos aún, la renuncia al rigor filosófico y científico. Así como su descarte de la cátedra de Valencia en 1962 y su expulsión de la Universidad de Barcelona en 1965 tampoco representarán el fin de sus preocupaciones y sus contribuciones teóricas o, incluso, académicas. Sin embargo, vistos sus trabajos y sus días desde hoy al menos, es tentador pensar que la dedicación puramente profesional a la lógica y al cultivo técnico de la disciplina, al margen de las ilusiones que inicialmente se hiciera el joven Sacristán en Münster, difícilmente podrían constituir su objetivo en la vida o su destino.

Puede que dos conclusiones razonables sobre ambos momentos, el inicio y el cese de la dedicación de Sacristán a la lógica, sean las siguientes. En el primer caso, no faltan ciertas motivaciones y preocupaciones filosóficas –epistemológicas en particular–, que perdurarán e influirán en sus ideas acerca de la naturaleza y el sentido de la lógica, aunque no impliquen de suyo un interés específico por el cultivo profesional de esta disciplina. Y, en el segundo caso, no dejan de darse circunstancias adversas que le apartan de la vida y la normalidad académicas en los años 60, pero estos avatares tampoco constituyen los determinantes únicos o decisivos de su renuncia a la práctica profesional de la lógica, habida cuenta de la decisión tomada a esos efectos en marzo de 1956.

Tras estas indicaciones y flecos sueltos acerca del lugar de la lógica en los estudios de Sacristán, recordemos sus contribuciones en esta área para abordar la cuestión principal, el lugar de Sacristán en los estudios de lógica, con cierto conocimiento de causa.

Las contribuciones de Sacristán en el área de la lógica.

Habremos de limitarnos a un recuerdo sumario. Para empezar, podríamos considerar dos clases de contribuciones: unas de carácter más genérico o cultural, y otras de carácter más específico. Entre las primeras, tendentes a propiciar un medio de acogida de la nuevas ideas lógicas y su aclimatación en España, se cuentan desde la importante labor editorial de Sacristán al frente de la colección “Zetein” de Ariel hasta sus traducciones de obras de lógica, filosofía de la lógica y filosofíadel lenguaje –que supondrán la introducción de la obra lógica de W. v. O. Quine, el “quantifex maximus”, en la cultura filosófica española–. Estas traducciones son: Desde un punto de vista lógico y Los métodos de la lógica (Barcelona, Ariel, 1962), Palabra y objeto (Barcelona, Labor, 1968), Filosofía de la lógica (Madrid, Alianza, 1973), Las raíces de la referencia (Madrid, Revista de Occidente, 1977). A ellas se suma la de G. Hasenjaeger, Conceptos y problemas de la lógica moderna (Barcelona, Labor, 1968). Un carácter más técnico tiene la traducción de H.B. Curry y R. Feys, Lógica combinatoria (Madrid, Tecnos, 1967), cuyo escaso eco puede ser sintomático de la distancia que separaba la cultura lógica del traductor de la entonces habitual en sus potenciales lectores.

Por lo demás, también cabría reconocer cierta significación, en ese sentido de preparación de un humus científico y filosófico de acogida de la nueva lógica, a otras traducciones de obras generales o no específicamente lógicas, como la de las partes I-III del volumen 5 de Sigma. El mundo de las matemáticas (J.R. Newman, ed. Barcelona, Grijalbo, 1969), sobre la verdad matemática y la estructura de las matemáticas, la forma del pensamiento matemático y las relaciones entre lógica y matemáticas; o el Diccionario de Filosofía de D. D. Runes, ed. (Barcelona, Grijalbo, 1972) –al que añade algunas entradas lógicas por su cuenta–, o los volúmenes 1-3 de la Historia general de las ciencias, dirigida por R. Taton (Barcelona, Destino, 1971-1973) 9.

Las contribuciones propias y específicas se pueden distribuir a su vez en función de las dos décadas en que aparecen: los años 50 y 60. Los primeros trabajos de Sacristán sobre temas lógicos datan de mediados de los 50 y tocan bien la historia de la lógica, “Sobre el Ars Magna de Raimundo Lulio” (ponencia presentada en Münster el 8 de julio de 1955), bien el cuerpo de la disciplina, en sus apuntes de la materia de “Fundamentos de Filosofía”, en el curso 1956-57, multicopiados por el SEU de la Universidad de Barcelona, o bien la filosofía de la lógica en su artículo de homenaje obituario: “Lógica formal y filosofía en la obra de Heinrich Scholz”, publicado en Convivium (1957) y recogido en la recopilación: Planfletos y Materiales. II, Papeles de Filosofía, Barcelona, Icaria, 1984, pp. 56-89.

Los ensayos y las contribuciones lógicas posteriores cubren la década de los 60. Son escritos muy diversos que voy a enumerar por orden cronológico. De 1960-61 procedería una memoria sobre el “Concepto, métodos y fuentes de la lógica”, preparada para la oposición a la cátedra de Valencia y fuente primordial de los “Apuntes de filosofía de la lógica” publicados luego. También data de entonces su trabajo de investigación para la oposición “Sobre el ‘Calculus Universalis’ de Leibniz en los manuscritos nros. 1-3 de abril de 1679”; sobre Leibniz versa así mismo un trabajo posterior, de otoño-invierno de 1978: “El principio de identidad de los indiscernibles en Leibniz”, descrito por el propio Sacristán como “guión para una (ajena) disertación académica” 10. Por otro lado, fecha en 1962-63 los “Apuntes de filosofía de la lógica”, recogidos en la recopilación ya citada, Panfletos y materiales. II, Papeles de Filosofía, pp. 220-283, donde declara y despliega su concepción de la lógica, aparte de referirse a ciertos aspectos inter- y trans-disciplinares que recuerdan la composición de una memoria académica. Vendría a continuación el texto de 1964: Introducción a lalógica y al análisis formal, concebido como un manual al servicio de los estudiantes universitarios de ciencias positivas, naturales y sociales, pero nacido en particular de su experiencia docente en la facultad de CC. Económicas, donde ya había empezado a impartir un seminario informal de lógica matemática en el curso 1956-57, en paralelo a sus clases de “Fundamentos de filosofía” más orientadas hacia la filosofía y la metodología de las cc. sociales. Luego, hacia 1965-66, escribe otro manual, Lógica elemental, más pensado para estudiantes de filosofía y para otros lectores supuestamente interesados en el rigor y en la precisión del pensamiento, dentro de una enciclopedia temática proyectada por la editorial Labor; como este proyecto se truncó, el texto no verá la luz hasta su publicación póstuma (Barcelona, Vicens Vives, 1995). Y, en fin, a este género de presentación introductoria, aun siendo mucho más sumaria y breve, pertenece su entrada “Lógica formal” para la Enciclopedia Larousse (edic. 1967), incluida en sus Papeles de filosofía, pp. 284-293. Según esto, los “escritos lógicos” de Sacristán vienen a cubrir unos doce años, entre 1955 y 1967, en los que el autor atraviesa por sus primeras peripecias y frustraciones académicas. Ya sabemos que este periodo no encierra ni clausura su respeto hacia las luces y las exigencias lógicas, ni mucho menos marca el principio y el fin de sus intereses por el análisis y el rigor discursivos. Aunque Sacristán se vea llevado a renunciar al cultivo de la lógica como dedicación académica o profesional, nunca renegará de esta disciplina de pensamiento que, por cierto, no considera liberada de compromisos filosóficos y de implicaciones epistémicas. Más aún, su formación y su competencia lógicas se harán sentir en los otros ámbitos críticos, teóricos, filosóficos y científicos que reclamen su atención y su dedicación a partir de mediados de los años 50. Pero, por desgracia, las precarias condiciones de trabajo académico de Sacristán no facilitarán sus contribuciones sustantivas, sistemáticas o técnicas, al desarrollo de la lógica misma. Y así, en su caso, también podemos observar que de los progresos de España en la lógica no se sigue un progreso parejo de la lógica en España. Ahora bien, en orden a los primeros, son indudables no solo la importancia sino la amplitud del campo cubierto por las labores y los ensayos lógicos de Sacristán. Por un lado, se mueven en dos líneas básicas de contribución: una lógico-disciplinaria y la otra lógico-filosófica. Por otra parte, envuelven dos planos de incidencia: el plano cultural de la aclimatación de las nuevas ideas lógicas y el académico de la recepción de la nueva lógica y de su normalización escolar. Veamos ahora todos estos aspectos a partir justamente de los últimos que he apuntado.

3. El lugar de Sacristán en los estudios de lógica.

Empecemos recordando el marco histórico en el que las contribuciones lógicas de Sacristán intervienen y tienen sentido. Se trata del proceso de recepción de la lógica moderna en España.

3.1

Me permitiré ser ahora sumamente sucinto. Convengamos en que la recepción de la nueva lógica en España es un proceso lento, dilatado y discontinuo que discurre en dos fases principales: una fase [a] de recepción débil bajo la forma de introducciones y reintroducciones que se extienden desde la década de 1890 hasta la de 1940, ambas incluidas, y una fase [b] de recepción fuerte o efectiva en el curso de las décadas 50 y 60. La débil consiste en iniciativas individuales de introducción o presentación -incluso sistemática- de la nueva lógica, sin mayores secuelas culturales o institucionales; la recepción fuerte, en cambio, implica por añadidura: (i) la existencia de una “cultura lógica”, es decir, unas condiciones de accesibilidad general y aclimatación de la nueva lógica, más algún interés público por ella; y (ii) la existencia de una tradición o, al menos, de cierta continuidad en su cultivo y desarrollo bien sea de carácter textual –bajo la forma de publicaciones–, bien sea de tipo institucional –e.g. académico o escolar–.

Apurando más las cosas, en la fase [a] se aprecian dos subfases. La primera, [a.1], parte de unas noticias y reseñas iniciales de matemáticos como Reyes Prósper y García de Galdeano sobre el álgebra de la lógica, en los años 1890, hasta incluir otras presentaciones y referencias, e.g. a Russell o la logística, como las de Crexells en 1919 o Vera en 1929. Vienen a ser unas primicias bien intencionadas y en algún caso competentes –las de Reyes Prósper, las de Crexells-, pero ineficientes y aisladas. La segunda, [a.2], se inicia de forma inopinada pero muy prometedora, a principios de los años 30, con las contribuciones de M. Soy y de D. García (Bacca) en la revista Criterion; en 1934 ya da lugar al pionero tratado de logística que García (Bacca) publica en el Institut d’Estudis Catalans. Pero debido a la Guerra Civil del 36-39, aunque no solo por ella, esta introducción un tanto sistemática se verá truncada y resultará fallida. Aún persistirán algunas referencias marginales por parte de algún matemático superviviente (Barinaga, Rodríguez Bachiller); incluso habrá quien edite en su academia privada un folleto de iniciación a la lógica matemática (Oñate, 1948). Pero, desde luego, de estos años 40, años de la reacción nacional-católico-escolástica, no cabe esperar sino recelos o indiferencia ante una lógica ajena a la filosofía tradicional, una lógica tildada de “abstracta, mecánica y matemática”, bien que al final nos sorprenda un tratado como la Lógica de M. Granell (1949) que, aun persiguiendo una imposible lógica raciovitalista orteguiana, trata con respeto y atención la lógica de Principia Mathematica. Así que, en su conjunto, esta fase [a] de introducción y reintroducción de la nueva lógica ofrece al mediar el siglo un pobre balance: una suerte de recepción incoativa, marginal y a fin de cuentas malograda, pues ni ha tenido repercusión sobre la enseñanza o el cultivo de la disciplina, ni ha sabido suscitar alguna expectación o algún interés públicos hacia el nuevo “paradigma” de análisis y de conocimiento en el área de la lógica.

Para colmo, el ambiente cultural y académico, filosófico y científico, de post-guerra no resulta acogedor o propicio para una especialidad que, en general, supone cierta lucidez discursiva, cierta preparación teórica matemática y cierta finura filosófica. En principio, la consigna militar y el credo religioso –entre otras conminaciones– amenazan el ejercicio y desarrollo del discurso y del conocimiento públicos. Por añadidura, el currículo oficial de matemáticas todavía parece ignorar ciertos elementos básicos del contexto teórico de la nueva lógica, como el álgebra abstracta o la teoría de conjuntos. Y, en fin, la Guerra y su desenlace no han dejado mucho mejor las cosas en filosofía: aquí no sólo se ha instalado la trivialización neoescolástica de la lógica tradicional en el marco de un ideario vigilado por la Iglesia, sino que se reafirman la idea anterior de una crisis de la razón científica moderna en general, de la razón lógico-matemática en particular, y la presunta alternativa del racio-vitalismo o las prevenciones de las filosofías fenomenológicas y espiritualistas. Pues bien, en este ambiente, en parte degradado y en parte hostil, es donde se reintroduce la lógica a partir de los años 50, gracias sobre todo a iniciativas como la revista Theoria (1952-1955) y el Seminario de Lógica Matemática del CSIC (1953), aunque estas empresas no dejarán de correr la suerte de su animador, M. Sánchez-Mazas, forzado a exiliarse en 1956.

Puestas así las cosas, podrían sorprender tanto la recepción efectiva de la nueva lógica en el curso de los años 60, como su implantación académica ulterior, precisamente en medios filosóficos. Hay dos factores que facilitan la comprensión del fenómeno: (1) el factor “filosofía analítica”, i.e. la recepción coetánea del neopositivismo lógico y de otras variantes de la llamada “filosofía analítica”, y (2) el factor “Sacristán”, en especial el éxito de su manual Introducción a la lógica y al análisis formal (1964) 11. Si el primer factor depara una especie de humus acogedor, una filosofía cómplice, el tratado de Sacristán da carta de ciudadanía a la nueva lógica: es un síntoma determinante de la fase [b] de nuestra historia y, más aún, marca un punto de inflexión hacia el momento [c] de normalización, al menos en el plano escolar o académico. Esta interpretación tiene que ver no solo con el impacto del manual, sino con su propia constitución interna, un tanto peculiar e irregular, señal de los tiempos de cambio que trasluce e impulsa. Pero antes de detenerme en su consideración, terminaré de esbozar el marco histórico propuesto dando algunas referencias sobre estos momentos de recepción [b] y normalización [c].

Signo de recepción efectiva es la aparición de manuales autóctonos y no falta quien atribuya esta calidad a la Lógica matemática de Ferrater-Leblanc (1955), algo inmaduro e irregular tanto en el orden expositivo o didáctico, como en el sistemático y conceptual. Sin embargo, una contribución decisiva es, como ya he dicho, el manual de Sacristán (1964), que cabe considerar el primero de nuestros manuales “clásicos” –aquellos en los que empezamos a aprender lógica quienes hoy la estamos enseñando–. Pero no faltan otras señales de esta fase (b) de recepción: aparte del creciente número de traducciones de tratados de nivel elemental y superior, recordemos la aparición de diversos lugares de acogida reconocidos y relativamente estables (desde las colecciones editoriales “Zetein”, de Ariel, y “Estructura y Función”, de Tecnos, hasta, pongamos por caso, el Centro de Cálculo de la UCM).

Salta a la vista que la recepción efectiva implica cierto grado de normalización académica y, de hecho, también este es un paso dado por el texto de Sacristán cuando sale de su medio de origen, la facultad de CC. Económicas, para difundirse entre otros lectores universitarios y llegar incluso a otros medios escolares como la asignatura de “Lenguaje matemático” del COU implantado tras la LGE de Villar Palasí (1970). Las muestras de esta normalización inicial, [c.1], se multiplican y asientan en los 70: entre ellas destacan los manuales “clásicos” de Mosterín, Garrido y Deaño, así como la aparición de la revista Teorema en 1971; pero así mismo concurren circunstancias de otros tipos, como la formación de nichos escolares e institucionales de la nueva lógica, e.g. el Dpto. de “Lógica y Teoría de la ciencia de Valencia” dirigido por Garrido, amén de otras iniciativas (simposios, etc.) relacionadas con la suerte de la lógica.

Las subfases de este momento se suceden encabalgadas y, así, la normalización académica iniciada en los 60-70, viene a consolidarse en los 70-80, bajo diversas formas de implantación institucional e incluso administrativa. Hay, en este sentido, una medida legal que va a resultar decisiva para la identificación del cultivo académico de la lógica y para la ubicación de la disciplina en un hábitat “propio” o específico: se trata de la implantación de las áreas de conocimiento y de la creación en particular del área de “Lógica y Filosofía de la Ciencia” en Filosofía (conforme al RD 1888/1984). Por lo demás, también son dignas de mención otras iniciativas de diversos género como la reaparición de Theoria (1985), o el comienzo de los Congresos de Lenguajes naturales y formales (a partir de 1985, Barcelona), o la celebración del I Simposio Hispano-Mexicano de Filosofía en Salamanca (1984), en el que empezaron a formarse algunos lazos y redes característicos de la nueva comunidad de cultivadores del área de Lógica y Filosofía de la ciencia. La profesionalización y la especialización se inician en los 80 y van cobrando fuerza desde los 90 hasta nuestros días. Las señales de estos tiempos, en nuestro país, cuando por una parte la lógica ya goza de una autonomía científica y técnica reconocida y, por otra parte, hace nuevas amistades en su entorno interdisciplinario, abundan en las publicaciones –manuales “modernos” incluidos– y en los congresos.

3.2

Pues bien, en esta historia, ¿qué sentido tuvo efectivamente la contribución de Sacristán? E incluso, en atención a los amantes de contrafácticos, ¿cuál habría sido su incidencia directa o su repercusión sobre los estudios de lógica en España, si Sacristán hubiera podido tener una dedicación académica y profesional a estos estudios? No pretendo dar respuesta cabal a estas cuestiones, pero me gustaría avanzar alguna sugerencia razonable.

Un paso obligado es prestar la atención debida a la obra de Sacristán, en particular a su contribución más decisiva: la Introducción a la lógica y al análisis formal. Consta de cuatro partes. La 1ª es un proemio a la usanza tradicional: una introducción filosófica y epistemológica a los conceptos, lenguajes y categorías de la lógica, que de paso acentúa el papel del análisis lógico en la investigación de fundamentos. La 2ª presenta la lógica elemental como un sistema axiomático –en la línea de Göttingen–, y como un cálculo de reglas de deducción natural –inspirado en Hermes–: esta presentación merece más espacio al tratarse de un manual concebido para estudiantes de ciencias que se supone interesados en los servicios regulativos, analíticos y críticos de la lógica. La 3ª parte comprende dos secciones: una, dedicada al “rendimiento” y las limitaciones de los cálculos lógicos, ofrece la primera exposición en español técnicamente responsable y filosóficamente lúcida de los resultados de Gödel; la otra sección, más habitual en un manual introductorio, se ocupa de su alcance en términos de lógica de clases y de relaciones. La 4ª y última parte versa sobre temas metodológicos tradicionales: la división, la definición y la inducción, que Sacristán, aparte de otros motivos, podría estimar pertinentes para los lectores previstos. Ya sabemos que la fortuna del manual en los años 60, y aun años después, desbordó estas previsiones –a pesar de sucorta vida oficial como texto en Económicas–, buena señal de la oportunidad y la adecuación de la Introducción al momento histórico de recepción efectiva de la nueva lógica. Con todo, será la composición interna de la obra, un tanto irregular y sintomática, la que mejor represente y responda a ese momento.

En esa composición concurren y se articulan, a mi juicio, tres tipos de elementos característicos: (i) huellas y trasuntos de la lógica tradicional; (ii) elementos de la nueva lógica con sabor de época; (iii) aportaciones peculiares de Sacristán o innovadoras en su medio. Veamos siquiera por encima algunas muestras de cada uno de estos tres tipos.

Dentro del primero incluiría desde la consideración de la lógica como una disciplina con significación filosófica, epistemológica en especial al hallarse enmarcada en el estudio y el análisis del conocimiento expreso, hasta el reconocimiento de la lógica inductiva y el tratamiento de ciertos temas metodológicos (división, definición), pasando por la referencia a la abstracción o por una aproximación más bien informal y esquemática a la noción de forma lógica y nociones derivadas, como la de verdad formal. Estos posos de la tradición no dejan de estar a veces interrelacionados. Por ejemplo, según la caracterización del objeto de la lógica a partir de la abstracción, su objeto material es el conocimiento expresado en el lenguaje y su objeto formal consiste en su abstracción básica, a saber la forma lógica, desde el punto de vista de la validez o fundamentación de lo formal del conocimiento (1964, § 3, pp. 17-8). Este punto de vista se puede precisar a través de la relación entre la verdad lógica formal y la verdad teórica material: debajo de ésta siempre se encuentra aquélla; así pues, cabe concebir la lógica formal, el sistema de los teoremas formales, como la determinación de las leyes más generales del comportamiento de los objetos estudiados por la ciencias o teorías: las verdades formales ponen las condiciones mínimas de cualquier objeto conocido en tanto que objeto de conocimiento (§ 7, p. 26). En tal sentido funcionarían los principios de identidad, no contradicción y tercio excluso (§ 6, p. 24) –otro tema típico de la lógica filosófica tradicional–. En consecuencia, la lógica formal tiene un carácter básico para las ciencias positivas en general, con una proyección añadida de instrumento de análisis y de fundamentación del conocimiento científico, y sus teoremas gozan de validez a priori o inmunidad frente a cualquier contraprueba empírica, al margen de la forma originaria de percatarse de ellos (§ 7, pp. 26-7). Según esto, la lógica puede deparar un doble servicio crítico y analítico: bien como teoría, en su papel de modelo general y repertorio o sistema de verdades formales, bien como conjunto de técnicas de análisis (§14, p. 36). Con todo, la asunción del tópico tradicional de la abstracción bajo la noción de abstracción básica dista de estar clara, quizás por hallarse en un proceso de reelaboración. Aparte de otras consideraciones, creo que el mayor problema de la incorporación del tópico tradicional de la abstracción es su irrelevancia con respecto a lo que trata de definir: una noción precisa y efectiva de forma lógica.

Veamos ahora algunos elementos del tipo (ii). Uno es la adopción de la trifurcación semiótica: sintaxis, semántica y pragmática, congruente con un enfoque lingüístico de la lógica como el de los años 30 y con la idea de que los cálculos vienen a ser formalizaciones sintácticas de la lógica –idea que Scholz sentara por motivos filosóficos y Carnap desarrollara por motivos técnicos (§ 19, p. 50)–. Este planteamiento no sólo difiere de los actuales, sino que deja traslucir distintos grados de desarrollo de la sintaxis y la semántica: así, el tratamiento relativamente preciso y desarrollado del aparato sintáctico (§ 18, pp. 45-7 en especial), contrasta con el más bien discursivo e impreciso de las nociones semánticas (§ 19, p. 50), con los recursos “hermenéuticos” intuitivos del lenguaje común (ibid., p. 51) y con la vía informal de las esquematizaciones en la explicaciones de las expresiones lógicas. Hay una perspectiva más estructural al recuperar la noción de modelo en el contexto de la axiomatización de la lógica elemental (§§ 43-44, pp. 106-9). Pero es sintomática la ausencia de una semántica formal. En suma, el texto acusa no solo ciertas deudas de la biografía intelectual de Sacristán (el venerable Scholz), sino influencias del momento (la popularidad de la semiótica de Morris y de Carnap a mediados de siglo, introducida aquí por la Lógica matemática de Ferrater-Leblanc 1955), además de compartir el logicismo del programa de “la lógica como lenguaje” frente al programa alternativo de “la lógica como cálculo”. Otros signos de ese logicismo ambiental que Sacristán parece respirar –y no sólo en su manual (1964)- son, de una parte, su inclinación filosófica hacia la lógica como ciencia de las verdades o teoremas formales y, de otra parte, su fijación en una interpretación omnicomprensiva y monosemántica de la cuantificación, sin considerar juegos de modelos –aunque no ignore nociones como las de isomorfismo, monomorfismo, polimorfismo (§ 43, pp. 108-9). Cabría mencionar, en fin, otros signos de los tiempos y de la difusión de la imagen lingüística de la lógica, como la ausencia de la corrección entre los resultados metalógicos relativos al “rendimiento” de los cálculos: consistencia, completud, decidibilidad (§ 61, p. 177; cf. también su entrada de 1967, “Lógica formal”, en la recopilación P.M. II, Papeles de Filosofía, edic. c., p. 293).

El uso del término “rendimiento” en este contexto metalógico es propio y peculiar de Sacristán 12. Pero su Introducción… presenta otras peculiaridades e innovaciones en el medio hispano coetáneo, i.e. elementos del tipo (iii), mucho más relevantes. Para empezar, es llamativa la ausencia del tema de la silogística, aunque perviva la consideración de la cuantificación monádica uniforme como una especie de región autónoma en atención al punto de su decidibilidad 13. Puede que la Introducción … no incluyera la silogística por dirigirse a estudiantes de ciencias, en contraste con la Lógica elemental que, escrita para otro público más amplio en el que se contarían los estudiantes de filosofía, sí concede a la silogística una atención sustantiva. Un sentido relativamente innovador aquí, por más que responda a los usos escolares que se van estableciendo fuera, es el del mayor espacio concedido a la presentación de la lógica elemental en los términos de reglas de un cálculo de deducción natural, frente a la alternativa de su presentación axiomática. Es sintomático el reproche didáctico que Sánchez de Zavala hace a Sacristán por vencerse del lado de la deducción natural y conceder la mitad de espacio a la axiomática –15 pp. para ésta versus las 30 pp. ocupadas por aquélla–. Desde luego, parece tratarse de una opción adoptada una vez más en función del marco previsto de uso del manual: niSacristán explora la filosofía de la lógica que podría ser afín a su tratamiento en términos de reglas de deducción, ni sigue este tratamiento en su Lógica elemental, más atenta a lo que considera el estudio de la lógica por sí misma.

Pero la contribución personal más característica del texto es, sin duda, su cuidada exposición de los resultados de limitación de Gödel. Por un lado, marca la recepción y el entendimiento cabal de estos teoremas: (1930) sobre la completud de un sistema de primer orden, y (1931) sobre la incompletud tanto de la lógica de Principia Matemática, como de la aritmética de Peano formalizada en sus términos e incapaz de establecer por tales medios su presunta consistencia 14. Por otro lado, Sacristán, preocupado por el relieve filosófico y consciente del alcance crítico de estos resultados, procura no solo evitar su contaminación con ciertas antinomias más o menos afines, sino responder a las extrapolaciones irracionalistas o las divulgaciones dramáticas que quieren ver ahí la prueba definitiva de la crisis de la razón. Y, en fin, se empeña en despejar cualquier duda sobre el valor de la lógica que, lejos de verse en entredicho con el desarrollo de la formalización, ha devenido un instrumento analítico tan eficiente que es capaz de determinar sus propias limitaciones formales.

Creo que, en realidad, tanto el interés por la significación de la formalización y por las posibilidades y límites del proceder algorítmico (e.g. la línea de atención a Llull, Leibniz, Gödel), como el ejercicio de la lucidez crítica y del rigor analítico, podrían considerarse dos de los rasgos más acusados y constantes del “perfil lógico” de Sacristán. Ahora bien, según veremos luego, no faltarán otros rasgos filosóficos y epistemológicos que contribuyan a definirlo y a fijar sus señas de identidad en esta área. Algunos de ellos figuran expresamente en la Introducción y también podrían tomarse como aportaciones características de Sacristán al pensamiento lógico hispano. Recordemos, en particular, las tres convicciones siguientes: la lógica formal constituye un sistema científico de verdades o teoremas formales, con una sustancial significación filosófica; así, este sistema tiene una proyección ontológica como determinación de las leyes más generales del comportamiento de los objetos estudiados por las ciencias teorías positivas; y además el sistema tiene una dimensión epistemológica pues las verdades formales conforman a su vez las condiciones mínimas puestas a los objetos conocidos en cuanto objetos de conocimiento (§ 7, p. 26).

Llegados a este punto, no estaría de más confrontar la Introducción a la lógica y al análisis formal con el otro manual escrito hacia 1965-66, la Lógica elemental. Como sus suertes respectivas han sido tan diversas –uno ha marcado un hito, mientras que el otro sólo alcanza a tener una publicación póstuma–, la comparación se limitará a su conformación interna. Pero esta perspectiva también será útil e instructiva en orden a nuestros últimos objetivos: la concepción que Sacristán se había formado de la lógica y un balance final de la significación histórica de su obra. Y de paso, aunque solo se trate de un apunte, servirá para redondear nuestra imagen del tratado capital cuyo aniversario celebramos.

3.3

La Lógica elemental consta de cuatro secciones. En la primera, tras una introducción al concepto de lógica formal, se presentan informalmente la lógica de enunciados y la de predicados. La segunda sección pasa a ocuparse del lenguaje formalizado y el cálculo formal, para luego desarrollar una presentación axiomática de la lógica elemental y concluir con el estudio de sus propiedades: consistencia, completud, decidibilidad, independencia. La tercera abre una panorámica de sistemas lógicos particulares que incluye el silogismo categórico, la lógica de clases y la de relaciones, la lógica modal y, en fin, un apéndice para mencionar las variantes combinatoria e intuicionista. Y la cuarta consiste en un esquema de historia de la lógica. Así pues nos encontramos con una presentación de la lógica elemental en parte más restringida –a la tradición deductiva– y en parte más comprensiva que la Introducción de 1964. Además nos moveremos en un nivel de exposición menos técnico y más pendiente de facilitar el acceso a un público con intereses culturales en general.

La Lógica elemental mantiene la concepción de la lógica expuesta en 1964. Hay, no obstante, ciertas diferencias entre ambos textos. Quizás vengan inducidas por la inserción de (1965-66) en el proyecto de una gran Enciclopedia Labor y por el público al que se dirige en principio: lectores con intereses culturales, a los que pueden motivar las consideraciones iniciales en torno a Lógica y Lógos, o estudiantes de filosofía más sensibles –cabe suponer– a teoría lógica misma y a la historia de la lógica. Así, en el aspecto del estilo, contrasta la mayor preocupación de (1964) por el rigor con la mayor preocupación de (1965-66) por la claridad y el orden, en suma por la accesibilidad. Con respecto a la presentación, (1964) opta más bien por el cálculo de deducción natural, mientras que (1965-66) adopta un tratamiento axiomático de tipo Hilbert-Ackermann, por razones como las declaradas por el propio Sacristán en su exposición de la silogística, que también tendrían aplicación a la lógica elemental en general: «En la presente exposición se ha preferido el punto de vista de la lógica de teoremas por atención a la reflexión siguiente, basada en la teoría de la ciencia: cuando se aplica la lógica a otra teoría científica, las verdaderas formales funcionan como reglas de operación <…> En cambio, cuando la lógica formal se estudia por sí misma, como investigación acerca de los objetos formales (puntos 3-6 de la Sección Primera), parece más natural no entender sus verdades o resultados como reglas de operación, sino como enunciados acerca de los objetos formales (o concebibles) en general». En fin, por lo que se refiere a los temas tratados, (1964) incluye algunos no considerados en la Lógica elemental, como la deducción natural, o carentes de lugar en este manual, como los temas metodológicos de la inducción o la división; (1965-66), por su parte, recoge temas y recursos tradicionales, como la silogística y el uso de diagramas, además de ampliar el ámbito de referencia con la consideración de las modalidades o la mención de las lógicas combinatorias e intuicionista, para terminar, en definitiva, con una sección dedicada al esbozo de una Historia general de la lógica.

Tanto la atención prestada a la silogística, como este esquema de Historia de la lógica merecen un breve comentario por su interés y su carácter singular. En el primer caso, la Introducción ya había adelantado un par de reparos genéricos a la silogística tradicional. Las observaciones de (1966-67) son más internas y específicas: la silogística (3) ignora la variable individual (III, § 2, o. 200); (4) viola un principio o una ley lógica de la teoría de la cuantificación en la conversión per accidens (ibd., § 11, pp. 221-3; (5) da en desconocer los principios de la lógica de enunciados en que se basa (ibd., § 12, p. 224). Tanto unas indicaciones críticas como otras muestran no sólo el conocimiento que tenía Sacristán del entorno escolar de la lógica, sino la conciencia de su responsabilidad y su papel en este ámbito, al tiempo que nos sitúan en un momento de confrontación entre la nueva y la antigua lógicas. A su vez, el esquema de Historia de la lógica de la Sección IV no puede sino reflejar el estado de la historiografía oficial de la materia a principios de los años 60 y, en este sentido, también es significativo en relación con su momento histórico. Resultan sintomáticos, por ejemplo, el dominio de la interpretación de Lukasiewicz (1951) en la lectura y la reconstrucción de la silogística aristotélica, o la influencia de Formale Logik de Bochenski (1956), mucho más acusada por cierto que la de los Kneale (1962), también citados en la bibliografía. Una ausencia, signo de los tiempos, es la de la tradición dialéctica iniciada en los Tópicos aristotélicos; otra sería la de la influyente “lógica de las facultades”, propiciada por los modernos: Descartes y Port Royal, Locke. Y, en fin, no menos característica es la ausencia de la línea semántica: Schröder-Löwenheim-Skolem, asociada al programa no logicista de la “lógica como cálculo”. Sin embargo, puestas así las cosas, es notable que Sacristán no se olvide de Peirce –ni, desde luego, de Hilbert o de Gödel– y, en todo caso, reconozca a la historia de tan venerable disciplina la debida importancia. Así pues, por entre las marcas inevitables de la época, no dejan de apreciarse la sensibilidad y la lucidez desplegadas por Sacristán en su visión comprensiva y generosa, aunque no por ello acrítica, del desarrollo histórico de la lógica.

4. La concepción de la lógica de Sacristán. Notas para un balance.

De la Historia de la lógica, precisamente, saca Sacristán ciertas lecciones que nos pueden franquear el paso hacia su concepción filosófica de nuestra ciencia. Son las tres siguientes. (a) La existencia de una unidad de sentido: «lejos de significar una ruptura con la tradición aristotélica, la pureza formal de la algorítmica lógica contemporánea es más bien la realización de la tendencia esencial de la lógica recibida: la aspiración a construir una ciencia rigurosa de la formal» (“Apuntes de filosofía de la lógica” [1962], en PM II, Papeles de Filosofía, edic. c., p. 262). (b) La existencia de una unidad de la razón, puesta de manifiesto en este caso por el acceso de la cultura india a la lógica formal (en M.A.R.X., II, § 16, p. 75). (c) El desequilibrio que hoy muestran el desarrollo técnico de la lógica actual y su pérdida de profundidad filosófica. Es este un asunto crítico hasta el punto de que «la tarea de fecundar recíprocamente el legado proemial de la tradición y los progresos realizados por la técnica lógica en el s. XX es una de las importantes –y sin duda la de más alcance filosófico– en la lógica contemporánea», asegura Sacristán 15. Dos señales de ese desequilibro son, por un lado, la vacuidad o la neutralidad filosóficas que se atribuyen a la formalización y, por otro lado, la visión convencionalista del cálculo lógico. Frente a estas posiciones, no perderá ocasión de poner de relieve los supuestos y las implicaciones filosóficas de la lógica y de la formalización. Se muestra crítico, en especial, hacia el convencionalismo, tal vez más tentador al presentarse de la mano de filosofías aliadas a la nueva lógica, como el neopositivismo. Así, en sus ya citados “Apuntes” de 1962, no solo denuncia las infundadas pretensiones convencionalistas de crear conceptos o axiomas (edic. c., p. 233); además precisa que los cálculos, aun pudiendo ser elegidos o decididos por convención, tienen un objeto y responden a una finalidad nada convencionales: dicho objeto es el lenguaje natural o científico dado como base intuitiva y dicha finalidad es la formulación explícita de las estructuras del lenguaje en cuestión, así como la determinación de su rendimiento y la corrección de sus deficiencias formales (ibd. p. 239). En suma, no es extraño que en estas circunstancias piense que el esfuerzo de Scholz por reencontrar lo filosófico en la Lógica es un empeño que reviste –al margen de ciertas proyecciones discutibles– no sólo interés sustantivo, sino trascendencia histórica (M.A.R.X., edic. c., IV, xxiv, pp. 134-5).

Puestos en situación, pasemos a considerar algunas propuestas y observaciones filosóficas de Sacristán acerca de la lógica.

Para empezar, «la lógica es la ciencia filosófica que se ocupa de las formas o estructuras del conocimiento, especialmente del conocimiento científico», adelantaban los Apuntes de Fundamentos de Filosofía (1956-57), lec. 4ª, p. 3. Esas formas incluían las generales de la tradición (concepto, juicio-proposición, razonamiento-inferencia) y otras metodológicas como la inducción. La lógica formal, más precisamente, es «la ciencia que estudia las leyes formales del conocimiento, a las que accede mediante el estudio de las leyes formales del lenguaje científico, discurso o discurso lógico» [lec. 6ª, p. 21]. Años más tarde, la Lógica elemental (1965-66) recordará que la tarea de la lógica consiste en «aclarar la estructura o forma del lenguaje en el que se realiza el razonamiento» (p. 19). Por aquel entonces también se afirmaba ya la fundamentación gnoseológica de la lógica [lec. 4ª, p. 6], posición que hallará expresión plena en los “Apuntes de filosofía de la Lógica” (1962): «… Es inútil el empeño de hacer lógica o enseñarla sin comunicar al mismo tiempo ideas gnoseológicas, por más que ello sea dentro de una perspectiva reducida. En definitiva, ideas gnoseológicas están siempre en la raíz de cualquier construcción lógica» (en PM II, edic. c., p. 267). Según esto, la gnoseología se encuentra «en una posición fundamentante respecto de la lógica <…> y, por otra parte, también la gnoseología tiene que respetar las estructuras mínimas de toda objetividad, explicitadas por la lógica» (ibd., p. 268).

Ahora bien, a esta dimensión gnoseológica acompaña otra proyección ontológica, puesto que la lógica formal trata con las leyes más generales e inviolables de los objetos de conocimiento. Pero aquí no se trata –como pensaba Scholz– de que los teoremas lógicos clásicos sean teoremas de la teoría del mundo posible en general y lo lógico venga a ser la estructura de todo mundo posible (1962, en PM II, p. 240), sino de otra cosa en parte más genérica y en parte más específica. El punto genérico reside en la connaturalidad última de la razón y el ser (ibd., p. 241). El punto específico estriba en dos precisiones: por un lado, la lógica no es una ciencia de lo real, sino de lo pensable (M.A.R.X., II 8, p. 72) o, dicho en términos más explícitos, las leyes lógicas no se refieren directamente a la realidad, sino indirectamente, en el siguiente sentido: «son leyes a las que tiene que someterse todo objeto para ser un “pensable”, un objeto de ciencia, de conocimiento» (1965-66, p. 18); por otro lado y en consonancia con lo anterior: «Lo lógico no es la estructura de cualquier mundo “posible” –esta expresión es en rigor incomprensible–, sino la de la posibilidad del mundo conocido» (1962, en PM II, edic.c., p. 255). Dos rasgos de las leyes o los teoremas lógicos relacionados con estas precisiones son su irrelevancia a efectos heurísticos sustantivos y su inmunidad frente a presuntas refutaciones empíricas.

Así pues, los supuestos o los compromisos gnoseológicos y ontológicos del análisis lógico parecen bastante claros. Pero creo que ya no están tan claras las consideraciones de Sacristán acerca de sus dos vías de acceso a ellos: la abstracción y la semántica, en especial por lo que se refiere a sus posibles relaciones mutuas. De una parte, la abstracción, en su grado máximo y total practicable sobre el individuo, conduce a la «cosa-punto», i.e. el soporte o término de la relación lógico-formal, objeto último de la lógica, al tiempo que asidero de la referencialidad de lo lógico-formal a la realidad (1962, en PM II, edic. c., p. 251). De otra parte, es el método semántico centrado en la interpretación, que Sacristán entiende a veces –más bien en contextos filosóficos– como «la relación de los signos con entidades no lógico-formales», el que viene a imponer la referencialidad del artefacto logico lingüístico «al ente otro que él mismo». Y no faltan, quizás, lugares de encuentro o convergencia, e.g. en la línea del entendimiento de la abstracción básica de una teoría como una suerte de interpretación de su versión formalizada, o en orden a la consideración de la «cosa en general», «cosa cualquiera» o simplemente «cosa» no solo como referencia de las variables cuantificadas de primer orden (1962, l.c., p. 251), sino como el ente que dibuja el marco de la organización elemental y mínima de la realidad conocida (1962, l.c., p. 259). Sin embargo, puede que este tipo tradicional de abstracción no sea muy adecuado en la perspectiva de la lógica como disciplina de segundo orden –donde se diría más idónea una abstracción “reflexiva” si alguna lo fuera– y, en todo caso, algunas de esas ideas sobre semántica en lógica no dejan de ser sesgadas y discutibles, aparte de discurrir al margen de lo que hoy se entiende por semántica formal o semántica de lenguajes formalizados.

Sea como fuere, lo cierto es que Sacristán sostiene ciertas tesis fuertes sobre la naturaleza de la lógica que cabría declarar y resumir como sigue. Para empezar, las leyes o verdades lógicas son válidas a priori no sólo en el sentido de no ser susceptibles de prueba o contraprueba empírica, sino en el sentido más fuerte o trascendental de marcar y definir las condiciones o «exigencias mínimas que debe cumplir toda objetividad, ya sea ésta propia de la ciencia, ya lo sea del conocimiento o vulgar»; en consecuencia, lo que la lógica suministra al conocimiento en general, especializado o común, no es simplemente un repertorio de recetas o reglas operatorias sino además y sobre todo «unas estructuras inviolables, unos límites insuperables» (1962, PM II, edic. c., p. 265). Así pues, lo que la lógica supone o comporta es la existencia de una estructura general subyacente en el mundo del conocimiento, un conjunto de condiciones formales único y universal para todo cuerpo de conocimientos, condiciones que también determinan formalmente los objetos conocidos en tanto que objetos de conocimiento. Según esto, «el respeto a los límites puestos por la lógica a todo proceso de conocimiento sugiere,más que la idea de una aplicación, la idea de que la lógica misma es una técnica universal de pensamiento» (ibd., p. 269).

La lógica viene a constituir, en suma, no solo el marco del comportamiento mínimo exigible a la cosa en general, constitutivo de su posibilidad como cosa del mundo real (ibd., pp. 258-9), en un plano ontológico de consideración, sino «la estructura mínima de toda objetividad en general» y, por lo tanto, de «todo “facktischen Verfahren” (mental)» (ibd., p. 283), en un plano gnoseológico. De acuerdo con estos supuestos, no es extraño que Sacristán se pronuncie por la existencia de una única lógica uniforme y universal 16, y tienda a considerar en términos logicistas, monosemánticos y omnicomprensivos, el mundo de los objetos de referencia de los lenguajes lógicos formalizados.

En cuanto a las relaciones entre lógica y racionalidad, Sacristán sostiene, por un lado, que no es la ciencia o la disciplina de la lógica la que crea el pensamiento racional: la lógica lo estudia y lo articula o lo mejora, pero no lo produce; también en este plano epistemológico, la lógica pertenece al contexto de justificación, no al de descubrimiento; así pues, «tiene forzosamente que limitarse al análisis y reconstrucción del pensamiento cognoscitivamente fecundo» (M.A.R.X., II § 34, p. 80). Por otro lado, «la racionalidad de un discurso es cosa mucho más compleja, rica e importante que su logicidad formal. Para que un discurso sea correcto lógico-formalmente, basta con que no tenga inconsistencias. Para que sea racional, se le exige además la aspiración crítica a la verdad. Y esta aspiración impone a su vez la capacidad autocrítica y el sometimiento a unos criterios que rebasan la mera consistencia (por otra parte necesaria): son criterios que sirven para comparar fragmentos de discurso con la realidad. Incluyen desde la observación hasta el examen de las consecuencias prácticas de una conducta regida por aquel discurso» (Ibd., V § 21, p. 157).

Llegados a este punto final del recorrido por las contribuciones e ideas lógicas de Sacristán, parece obligado hacer o esbozar al menos una especie de balance siquiera provisional. Recordemos que habíamos convenido en distinguir entre (a) las contribuciones efectivas de Sacristán a la suerte de la lógica o el papel desempeñado por él en este dominio, tal como real
Catedrático de Lógica e Historia de la Lógica.
Departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia.
Filosofía. Edificio de Humanidades.
UNED.
C/ Senda del Rey, 7.
E-28040 Madrid.
Especialización (Código UNESCO):
110501 (Metodología científica), 550615 (Hª de la Lógica), 720502 (Fª de la Lógica).

Formación académica:
– Cursos de Filosofía y Letras en las Universidades de Comillas y Salamanca;
especialidad de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.
– Licenciatura en Filosofía. Universidad Complutense, Madrid, 1968.
Memoria de licenciatura sobre “El argumento ontológico”.
– Doctorado en Filosofía. Universidad Complutense, Madrid, 1974
Director de tesis: A. Muñoz Alonso. Co-director: Javier Muguerza.

Fuente: http://www.rebelion.org
26-12-2007



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